Olvido Gara cumple mañana 50 años de vida, la mayoría conviviendo con su alter ego artístico, Alaska, bajo el que esta Vampirella ibérica ha convertido su 1'60 metros de altura, con tacones, en una de las figuras más conocidas y longevas del pop español, sobreponiéndose a un mundo de «arquitectura efímera».
Así tituló uno de los discos de mayor éxito de su carrera musical, en cuya presentación en 2004 afirmaba que «todo lo que tiene que ver con lo efímero, como el pop, la propia vida, incluso la arquitectura, puede ser rápidamente destruido, aunque transmita solidez», y auguraba -erróneamente- que, en diez años, nadie se acordaría de lo que estaba haciendo entonces.
Ahí resisten sin embargo canciones como «Retorciendo palabras» y otras con 30 años de antigüedad como «A quién le importa», símbolos intergeneracionales, igual que la propia Alaska, que ha trascendido el paso del tiempo musical y físicamente para alzarse como un icono, capaz de atraer a sus conciertos a damas de alta sociedad, princesas del pueblo, travestis, modernas, poligoneros y viejos punkis.
«La industria, las críticas y las modas tienen que ver con lo que hago, pero no conmigo», dijo esta singular mexicana nacionalizada española, nacida en Cuatemoc un 13 de junio de 1963, que muy pronto engrosó las resbaladizas filas de la memoria colectiva.
Con solo 13 años, se unió a Kaka de Luxe y, desde esa atalaya y otras posteriores como Los Pegamoides y Dinarama, vivió en primera persona los albores de la Movida madrileña, trabajando incluso en la primera película de Pedro Almodóvar, «Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón» (1980), y en «Arrebato» (1980), de Iván Zulueta.
Desde 1985, y durante 4 años, fue presentadora del programa de TVE «La bola de cristal», el cual hizo historia y se convirtió en otro objeto de culto entre sus fans.
En 1989, formó Fangoria junto a Nacho Canut y en 1991 publicaron su primer disco, «Salto mortal», aunque fue a partir de 1999, con «Una temporada en el infierno», cuando el dúo volvió a orbitar en las alturas, sobre todo con «Naturaleza muerta» (2001) y el mencionado «Arquitectura efímera» (2004).
«Reinventarse es muy difícil», decía la artista en una reciente entrevista con Efe en la presentación del último álbum de Fangoria, «Cuatricomía», después de haber probado airosamente punk, glam, pop, gótico, glamour, acid y electrónica.
«Horror en el hipermercado», «Bailando», «Mi novio es un zombie», «Ni tú ni nadie», «No sé qué me das» (Premio de la Música 2002 a la mejor canción de música electrónica), «Miro la vida pasar» y la reciente «Dramas y comedias» forman parte del inmenso repertorio de esta artista, «novia de los diferentes», musa de la comunidad gay y voz de quienes huyen de una realidad opresiva.
«Cuando tienes éxito, ser distinto es genial, pero cuando estás en el instituto es un auténtico horror, así que ahí tenéis un referente de que ser diferente no es nada malo», señaló, ya alcanzada la gloria.
Cincelada a sí misma a golpe de bisturí, y a mucha honra, presume de su cintura estrecha, su cadera ancha y los pechos generosos que exhiben tanto ella como su reciente figura en el Museo de Cera de Madrid, que comparte espacio con sus mitos favoritos del terror por expreso deseo suyo.
«Lo que pretendía de adolescente es lo que sigo haciendo. Elegí algo, he trabajado mucho y también he tenido suerte. No cambiaría nada, solo la nariz, y eso ya me lo cambié», dijo recientemente, satisfecha del balance de su vida hasta ahora.
Reina de la artificiosidad, que no de la artificialidad, ha hecho de su capa un sayo, e igual ha combinado proyectos «underground» con una faceta más frívola, sobre todo en televisión, donde semana a semana expone su intimidad y la de su marido, Mario Vaquerizo, en un exitoso programa de telerrealidad.
Gara se ha desnudado íntima y físicamente más veces, unas por cuestiones reivindicativas (como cuando se fotografió con tres banderillas en la espalda en protesta contra las corridas de toros) y otras por vanidad, como cuando homenajeó en Interviú los posados más emblemáticos de esta publicación, como los de Marta Sánchez o su idolatrada Sara Montiel, con la que grabó el tema «Absolutamente».
Así es la «reina española del glam», capaz de reivindicar por igual a Los Ramones y a Raphael, a David Bowie y a Rocío Jurado, el género de terror y los espectáculos de revista, el mítico CBGB de Nueva York y el Benidorm Palace, a José Luis García Berlanga y a John Waters... Una vida de antología que, como ella dice, tiene mucho «de falla valenciana», pero de falla indultada.