Las Islas Baleares han registrado un incremento significativo en los casos de gripe. Con una incidencia que ha superado el umbral de 36 casos por cada 100.000 habitantes, situándose actualmente en 37,3, la Conselleria de Salut ha emitido una serie de recomendaciones para la población. Entre ellas, destaca la sugerencia de extender el uso de mascarillas en determinados entornos. La recomendación se extiende a espacios cerrados, el transporte público, cines, centros sanitarios y cualquier lugar con una alta afluencia de personas, buscando así mitigar la propagación del virus.
No obstante, la efectividad de esta estrategia de salud pública se ve seriamente comprometida si los ciudadanos recurren a existencias de mascarillas antiguas. Es imperativo comprender que las mascarillas tienen una fecha de caducidad, y su utilización más allá de este límite puede anular por completo su capacidad protectora, dejando al usuario expuesto a los patógenos y generando una falsa sensación de seguridad. La vida útil de las mascarillas es un aspecto técnico fundamental que a menudo pasa desapercibido para el público general.
Dependiendo del modelo y los materiales de fabricación, estos dispositivos de protección pueden caducar en un plazo que oscila entre uno y tres años desde su fecha de producción. Por ejemplo, las mascarillas FFP2, reconocidas por su elevada capacidad de filtración de partículas, suelen mantener sus propiedades intactas durante un periodo de hasta tres años. En contraste, las mascarillas quirúrgicas, que son las más comunes y ampliamente utilizadas, presentan un periodo de validez más corto, generalmente entre uno y dos años.
Esta disparidad en la durabilidad se explica por las diferencias en la composición de sus capas filtrantes y la resistencia de sus componentes al paso del tiempo y a la degradación ambiental.
Las mascarillas sanitarias se han convertido en un elemento omnipresente en nuestra sociedad, especialmente tras la pandemia de COVID-19. Sin embargo, no todas las mascarillas son iguales, y su eficacia varía considerablemente. Principalmente, distinguimos entre las mascarillas quirúrgicas y las mascarillas filtrantes (como las FFP2 o N95). Las mascarillas quirúrgicas están diseñadas para proteger a los demás de las gotas respiratorias del usuario, actuando como una barrera de fuente. Su capacidad de filtración es unidireccional y su ajuste no es hermético.
Por otro lado, las mascarillas filtrantes, como las FFP2, ofrecen una protección bidireccional, filtrando tanto el aire exhalado como el inhalado, gracias a su material filtrante electrostático y a un ajuste facial más sellado. Estas últimas son las más recomendadas para protegerse de la inhalación de partículas virales. La fecha de caducidad es un factor crítico para ambos tipos. Con el tiempo, los materiales de los que están compuestas, como las fibras no tejidas y los elásticos, pueden degradarse, comprometiendo su integridad estructural y, por ende, su capacidad de filtración y ajuste. Una mascarilla caducada, aunque parezca intacta, podría no cumplir con los estándares de protección para los que fue diseñada.
¿Por qué caducan las mascarillas y qué implica su degradación?
La caducidad de las mascarillas no es un mero formalismo, sino una cuestión de funcionalidad y seguridad. El principal motivo de su degradación radica en los materiales poliméricos y elásticos que las componen. Con el paso del tiempo, estos materiales pueden sufrir alteraciones físicas y químicas. Por ejemplo, la degradación de los componentes elásticos de las gomas o cintas que sujetan la mascarilla puede provocar que pierdan su elasticidad, resultando en un ajuste deficiente. Un ajuste inadecuado permite que el aire no filtrado se escape por los bordes, anulando la barrera protectora. Asimismo, la espuma o el material de sellado en la zona de la nariz, presente en algunas mascarillas FFP2, puede endurecerse o desintegrarse, afectando la hermeticidad.
Además, las fibras no tejidas que forman la capa filtrante, especialmente en las FFP2, pueden perder su carga electrostática, que es crucial para atrapar partículas diminutas. Esta pérdida de carga reduce drásticamente la eficiencia de filtración de aerosoles. Por lo tanto, una mascarilla caducada no solo puede ser incómoda, sino que, lo que es más importante, no ofrecerá la protección esperada contra virus y bacterias, convirtiéndose en un elemento ineficaz y potencialmente peligroso en un contexto de riesgo de contagio.
Para garantizar una protección efectiva, es fundamental saber cómo identificar si una mascarilla ha caducado o si su estado es óptimo para el uso. La primera y más obvia señal es la fecha de caducidad impresa en el envase o en la propia mascarilla. Si esta fecha ha pasado, la mascarilla debe desecharse, independientemente de su apariencia. Sin embargo, incluso antes de la fecha de caducidad, una mascarilla puede deteriorarse si ha sido almacenada incorrectamente, por ejemplo, en lugares con humedad extrema o temperaturas elevadas.
Por ello, es crucial revisar el estado físico de la mascarilla antes de ponérsela. Se deben buscar signos de degradación como la pérdida de elasticidad de las gomas, que pueden estar estiradas o rotas. También hay que observar si el material de la mascarilla presenta decoloración, manchas, desgarros o si las capas se han separado. La espuma nasal, si la tiene, no debe estar endurecida ni desintegrada. Un olor inusual también puede ser un indicio de deterioro. Si se detecta cualquiera de estas anomalías, la mascarilla no debe utilizarse, ya que su capacidad para filtrar partículas y ajustarse correctamente al rostro estará comprometida, ofreciendo una falsa sensación de seguridad y dejando al usuario vulnerable.
Otras medidas preventivas contra la gripe
Si bien el uso adecuado de mascarillas es una herramienta valiosa en la prevención de la gripe, especialmente en situaciones de alta incidencia, no es la única medida ni la más importante. La vacunación anual contra la gripe sigue siendo la estrategia más eficaz para prevenir la enfermedad y sus complicaciones graves. Las autoridades sanitarias insisten en la importancia de vacunarse, especialmente para los grupos de riesgo. Además de la vacunación y el uso de mascarillas, existen otras prácticas de higiene y comportamiento que son fundamentales para cortar las cadenas de transmisión. El lavado frecuente de manos con agua y jabón o el uso de soluciones hidroalcohólicas es crucial, ya que los virus respiratorios pueden sobrevivir en superficies y transmitirse al tocarse la cara.
Cubrirse la boca y la nariz con el codo al toser o estornudar, en lugar de con las manos, es otra medida sencilla pero efectiva. Evitar tocarse los ojos, la nariz y la boca con las manos sin lavar también reduce el riesgo de autocontagio. Mantener una buena ventilación en espacios cerrados y evitar las aglomeraciones, siempre que sea posible, son acciones complementarias que contribuyen a un entorno más seguro. En conjunto, estas medidas forman un escudo protector integral contra la gripe y otros virus respiratorios, promoviendo la salud pública y el bienestar colectivo.
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