El pasado 24 de febrero, de madrugada, Vladímir Putin anunció al mundo su intención de iniciar una escalada bélica de consecuencias impredecibles con la invasión de Ucrania. Un mes después de lo que en un primer momento se planteó como una guerra relámpago para descabezar el gobierno de Volodímir Zelenski se ha convertido en un proceso de desgaste, donde las principales ciudades ucranianas están siendo destruidas aunque la población y las fuerzas armadas que se han quedado para librar el combate resisten.
Varios puntos del país del este de Europa reflejan fielmente cuánto fuego ha llovido del cielo desde que hace un mes se libraran los primeros combates. Kiev, la capital, vivió bombardeos ya en la fase inicial de la invasión. Su centro neurálgico, la plaza Maidán, hoy no palpita. La también conocida como plaza de la Independencia acogía antes numerosos comercios en sus galerías cercanas, algunas de ellas subterráneas. Algunos eran de capital ruso. Hoy no funciona prácticamente ninguno; tampoco el metro, que ha cambiado su cometido de transporte al de refugio antiaéreo para la población civil.
A fuera un fuerte dispositivo armado vigila la zona. Las barricadas de hierro forjado ocupan el espacio que han dejado los kievitas, y los turistas que fijaban en este punto hace unas semanas la visita obligada en la ciudad más grande de Ucrania. Los sacos blancos llenos de arena salpican el espacio de barricadas y todo aquel que pasa por allí es identificado.
La segunda ciudad del país, Járkov, sufrió con especial dureza los primeros compases de la guerra, mientras las columnas rusas avanzaban hacia el interior y el sur del país. De aplastante mayoría rusófona, sus vecinos han visto como amplias zonas de una de las capitales más florecientes han quedado reducidas a escombros, como la emblemática Facultad de Económicas. Donde se ha aprendido sobre teoría económica desde la caída del comunismo es hoy un campo yermo.
El paisaje de Mariúpol ha mutado también de forma notable en las últimas semanas. Los bombardeos del hospital infantil y el teatro han sido dos episodios trágicos en mitad de días bajo el intenso fuego de la artillería y la aviación. Ucrania denuncia que Rusia ha bombardeado un recinto en el que inscribieron con letras gigantes la palabra 'niños' como advertencia a los atacantes de que servía de refugio a civiles.
Tras la destrucción del teatro, el Kremlin asegura que las bombas las lanzaron efectivos del batallón Azov, un grupúsculo de paramilitares nazis de origen independiente y actualmente integrados en el ejército ucraniano cuya existencia y actividades son exhibidas por Moscú como pretexto para buena parte de sus actuaciones. En los verdes jardines que ocupaban algunos de los espacios más emblemáticos del centro histórico hoy se cavan tumbas para enterrar a los caídos.
Más recientemente Odesa, al sur del país, está viviendo el impacto de la guerra en su piel. La ciudad catalogada como Perla del Mar Negro es conocida por haber sido un epicentro cultural, histórico y turístico, objetivo de la ofensiva rusa desde el comienzo. Hoy las barricadas ganan terreno en su centro histórico y las brigadas urbanas afinan el adiestramiento con armas de fuego de los ucranianos que no han abandonado su ciudad, eligiendo combatir a una de las fuerzas armadas con un poderío militar mayor en el mundo. Preparándose para lo peor.
El apunte
¿El nacimiento de un héroe?
Este primer mes de guerra en Ucrania tal vez haya alumbrado a un líder en el sentido carismático y popular del término. Volodímir Zelenski no generaba especiales simpatías en determinados estratos de la sociedad de su país cuando, casi por accidente, llegó al cargo de presidente. Ahora, tras casi treinta días de combates, Zelenski se está ganando a pulso la etiqueta de héroe de la nación.
Su decisión de no escapar, como hizo sin ir más lejos el presidente del Afganistán tutelado por Occidente cuando se veía próxima la caída de Kabul a manos de los talibán, le ha revestido de una credibilidad capital ante sus ciudadanos. Según explican los periodistas locales el país se para las tres o cuatro veces al día que se emiten los mensajes del presidente, y se le escucha con atención.
Su pose decidida, su apariencia de hombre ocupado y preocupado, siempre con la camiseta y la chaqueta verdes del ejército, y su actitud cercana ante los periodistas y los Parlamentos internacionales, apelando frente a cada uno de ellos a aquello que sienten más propio para hacerles empatizar con su causa, establecen un claro antes y después en la trayectoria pública de este presidente por accidente, el antagonista perfecto para Vladímir Putin.