Vitaliy Alekseinko, de 46 años se muestra tranquilo al otro lado del hilo telefónico. Está pasando la revisión ante un tribunal médico antes de entrar en la cárcel. Es un objetor de conciencia que se ha negado por creencias religiosas a servir en el ejército ucraniano o a tomar las armas en la actual guerra. «Jesús siempre fue un pacifista y se negó a matar al prójimo. Mi situación es muy injusta porque el ser humano tiene derecho a elegir su camino», aclara.
Vitaliy Alekseienko compareció el 2 de junio de 2022 en su centro de reclutamiento y pidió realizar un servicio alternativo como el que ya había hecho en Uzbekistán, el país originario de su esposa donde vivía en 1998. Tras una prórroga de unos días y volver a negarse, los militares pidieron a la policía que iniciara una investigación criminal.
«Estoy preocupado porque tengo artrosis y sé que mi situación médica va empeorar. Espero que el sistema judicial de este país mejore y permita la objeción de conciencia», explica y añade después de un largo suspiro que «el gobierno ucraniano está demasiado vinculado a la corrupción para que algo cambie». Antes de que se interrumpa la conversación, posiblemente porque la policía le ha quitado el teléfono, Vitaly añade que «voy a dedicar el tiempo de cárcel para rezar, seguir la palabra de Dios y leer el Nuevo Testamento».
El 15 de septiembre de 2022 fue declarado culpable de «evasión del servicio militar durante la movilización» y condenado a un año de prisión. Presentó una apelación en la que pidió sustituir su condena por un período de libertad condicional. Pero el Tribunal de Apelación confirmó la sentencia.
Yuri Scheliazhenko, 42 años, coordinador del Movimiento Pacifista Ucraniano, que ha hecho de intermediario con el objetor de conciencia que va camino de la cárcel, explica que desde el inicio de la guerra «se ha cancelado una forma alternativa al reclutamiento e, incluso, se ha suspendido el servicio militar obligatorio entre los 18 y los 27 años de 12 meses (personas tituladas) a 18 meses mientras dure la movilización, por lo que no hay fecha de caducidad de la obligación de servir militarmente a Ucrania».
Oleg Sofianyk, de 58 años, ya fue objetor de conciencia en la Unión Soviética. «No me imaginaba que iba a vivir algo parecido treinta años después. Estaba en Crimea cuando los rusos la anexionaron en 2014. Conseguí escapar de allí y llegar a esta parte de Ucrania donde pensaba que había más libertad», explica telefónicamente desde Marganets, una ciudad en la orilla derecha del embalse de Kajovka en el río Dniéper, que está sufriendo continuos bombardeos rusos y una situación humanitaria muy grave.
«Pero aquí es peor que en Rusia. Al menos allí puedes conseguir un permiso que te permita salir del país si tienes más de 45 años. En cambio, el reclutamiento ucraniano es obligatorio hasta los 60 años y hay rumores de que quieren subir esa edad a los 65 años», sentencia y recuerda que «las personas que han vivido en territorio ocupado como yo no pueden ser movilizadas porque lo prohíbe la Convención de Ginebra».
Oleg Sofianyk explica que «298 personas ya han sido sentenciadas en aplicación de los artículos 335 y 336 del Código Penal de Ucrania por eludir la movilización hasta final de 2022, a las que habría que sumar los casos de los dos primeros meses de 2023». Las condenas en los casos más graves llegan a tres años de internamiento.
El objetor de conciencia también confirma que desde el comienzo de la guerra «13.000 personas han sido detenidas por intentar huir de Ucrania y sancionadas con una multa administrativa en aplicación del artículo 203 del Código Penal». Tras pagar la multa son llevados a los tribunales militares e incorporados a sus unidades de combate. Otras 3.000 personas han sido detenidas por la guardia fronteriza ucraniana por documentación falsa.
Al menos se conocen 15 casos de personas muertas al intentar cruzar la frontera rumana, diez de ellas en las frías aguas del río Prut, un afluente del Río Danubio, y otras cinco congeladas al atravesar los Cárpatos. Otras miles de personas se mantienen escondidas en sus casas para evitar ser reclutadas.
La larga lucha hasta la creación de una estructura pacifista en Ucrania ha durado más de dos décadas. «En 2000 pensé que era importante la creación de un movimiento de estas características. Envié una carta al presidente Leonid Kuchma en el que proponía invertir el presupuesto de defensa en educación y sanidad», recuerda Yurii Scheliazhenko. Le contestaron que sólo «el servicio militar convierte a los varones en hombres de verdad, proveyéndoles de los conceptos morales del patriotismo».
Cuando en 2013 se comenzó a deteriorar se la situación política en Ucrania, el activista escribió en las redes sociales que «la violencia no era el camino para resolver los problemas y que ninguna política relacionada con los problemas territoriales podían costar vidas». Insistió en que «las personas estaban por encima de cualquier política agresiva, nos oponíamos a la victoria militar de ambas partes y denunciamos el reclutamiento forzoso».
Serhii Ustymenki, 34 años, perteneciente a un grupo pacifista autónomo que carece de representación jurídica y que está formado por religiosos y personas de origen variopinto, cree que «es importante que nos organicemos porque la guerra va para largo». Señala que «los cambios violentos en 2013 en Kiev y en el Dombás provocaron el desarrolló militarista en ambos bandos» y no quiere olvidar el papel de la prensa ucraniana que «ha atizado los sentimientos más patrióticos señalando a los militares de Ucrania como héroes y reiterando que las matanzas sólo las protagonizan los rusos».
El joven, que se considera «un pacifista de toda la vida», admite que puede ser movilizado en cualquier momento. «Llevo siempre el pasaporte encima porque una de las excusas que utilizan para detenerte en la calle es no llevar la documentación encima», explica. A la pregunta de qué hará cuando le llamen a filas responde con un silencio de varios segundos y una escueta reflexión: «Se lo cuento pero no lo escriba».
Yurii Scheliazhenko recuerda que el periodista ucraniano y objetor de conciencia Ruslan Kotsaba pasó 524 días encarcelado por llamar en 2015 a «boicotear la movilización militar por el conflicto en el este de Ucrania. Fue acusado de traición y de obstaculizar las operaciones militares por sus expresiones a favor de la paz». Su caso tuvo repercusión mundial y fue absuelto en 2016.
Hubo dos razones para fortalecer el movimiento pacifista en 2019. Las elecciones presidenciales permitieron la llegada al poder de Volodímir Zelenski con ideas nuevas que atrajeron a muchos votantes. «Teníamos esperanza en que todo cambiara a partir de abril de 2019, pero durante ese mismo verano se produjo un incidente grave: un joven, que se había negado a hacer el servicio militar, fue aporreado y detenido a la fuerza en la calle cuando acompañaba a su padre enfermo al hospital, que quedó abandonado en plena calle. Nos dimos cuenta de que todo seguiría igual», recuerda Yurii Scheliazhenko
Andrii Vishnevetskiy, de 33 años, fue interceptado en una calle de Odessa por un retén militar y se le indicó oficialmente que se tenía que presentar en el centro de reclutamiento. Había pasado seis meses en Jerson bajo ocupación rusa, una situación que invalidaba su llamada a filas. «Les dije a los oficiales que no quería disparar contra nadie y me aseguraron que podría hacer otros trabajos sin necesidad de usar un arma. Acepté porque pensé que haría el trabajo de conductor», recuerda telefónicamente desde el lugar donde se encuentra su unidad militar, que no puede concretar por cuestiones de seguridad.
«Me engañaron. Al llegar me entregaron un fusil y me aseguraron que si lo abandonaba o lo perdía podría ser acusado de traición y sancionado con una pena entre 10 y 15 años de prisión militar», explica compungido. «No tengo derecho a matar a nadie porque Dios se opone a cualquier acto violento», reflexiona muy afectado por no ver a su mujer y su hija de nueve años desde hace cinco meses.
Todas las solicitudes para abandonar su unidad militar y regresar a casa y los permisos familiares han sido denegadas desde que llegó como represalia por su comportamiento. «Estoy trabajando como cocinero y me he opuesto en todo momento a coger el arma y el casco e ir al frente. Me amenazan a menudo con someterme a un tribunal militar», explica. «Esta situación me hace mucho daño y es muy difícil aceptar lo que me está pasando. Sólo me queda refugiarme en la Biblia», comenta.
Tras interrumpirse la conversación, Yurii Scheliazhenko explica que hay casos de personas que llevan un año sin encontrarse con sus familiares por una denegación continua de los permisos. Y aclara: «Muchos ucranianos aceptan ser reclutados porque necesitan el salario para dar de comer a su familia». El epitafio final es clarividente: a la guerra o a la cárcel.