«Donde Miquel Ferrer mandaba nunca había muertos», afirma con rotundidad el historiador Josep Noguera, que con 80 años acaba de publicar una biografía del «héroe» de su juventud. «Toda mi vida he querido escribir algo sobre él», confiesa. Su ídolo nació en Inca en 1876, vivió en primera persona la etapa final de la presencia española en Puerto Rico y llegó a ser capitán de la Guardia Civil. Sirvió en diversas zonas de Catalunya y ejerció funciones de comandante de puesto en el Berguedà. Fue en esa comarca de industria minera y textil, en la que los obreros sufrían pésimas condiciones de vida, donde se forjaría el mito del inquero. «Estaba tan bien visto que se creaban historias falsas a su favor», comenta por teléfono el autor de El capità de la Guàrdia Civil Miquel Ferrer Melià. Entre el deure i el poble (Rafael Dalmau Editor). Da la casualidad que el escritor y activista ecologista Miquel Rayó es nieto del capitán y firma el prólogo.
Ferrer se ganó el respeto de muchos trabajadores por su actitud. «Tuvo como enemigo al conde de Fígols, que era un gran cacique, y por eso la gente confiaba él», explica Noguera. Siendo el mallorquín teniente, hubo una huelga de mineros para reclamar mejoras y los obreros enseguida acudieron a Ferrer, que les dijo que el conde no aceptaría sus peticiones; aun así, fue hasta Barcelona para ver al patrón, con el que no se entendió. «Parece que Miquel defendió ante el conde que los obreros no tenían ni para comprar ropa; a los dos días lo trasladaron a Monzón (Huesca)», señala el autor, y añade que este gesto supuso que los trabajadores le vieran como una persona a favor de su causa. Sin embargo, nunca se significó políticamente. Cumplió servicio durante la monarquía y la dictadura de Primo de Rivera y juró lealtad a la República, aunque pasó a la reserva antes del Golpe de Estado de 1936.
Varios años antes, en 1932, se produjeron los Fets de Fígols, una huelga revolucionaria liderada por los anarcosindicalistas de la CNT y militantes de la FAI. El papel de Ferrer fue decisivo para evitar una sangría, según Noguera. Lo primero que hizo el capitán fue detener a uno de los sindicalistas que consideraba más destacados para evitar que alentara al resto. Al disponer de pocos hombres, su estrategia se basó en mantener aisladas las poblaciones de Fígols y Berga y esperar la llegada de refuerzos.
«Después de la Guerra Civil, durante el maquis, que en el Berguedà fue muy importante, mucha gente añoraba la manera de hacer de Ferrer; se decía que con él no se hubieran padecido las torturas y asesinatos que hubo», sostiene Noguera, que es natural de Berga y ha hablado con testimonios de aquella época. De hecho, de niño fue vecino del capitán. Otra anécdota que refleja la personalidad del inquero ocurrió durante la posguerra. La Guardia Civil de Berga le invitó a un banquete en el que había pollo, que entonces escaseaba. Preguntó de dónde lo habían sacado y le dijeron que era la «contribución» de los payeses de la zona a la patrona del cuerpo. Ferrer comió, pero no volvería a participar en ningún acto .
Esta «rectitud» hizo que se quedara sin amigos en Mallorca. «Era un hombre duro, de ordeno y mando, que no toleraba las trampas», dice Noguera, y esto, precisamente, le alejó de su isla natal, en la que imperaba el contrabando. «Se mostró muy resentido por ello», destaca el autor. Asimismo, el hecho de convertirse en el padre de dos familias, la suya y la de la de su mujer, María de los Ángeles, tuvo que ver en que se quedara viviendo en Berga, donde falleció en 1954. Su religiosidad franciscana le alejó de curas y obispos para evitar tener que hacerles favores. Noguera también destaca su amplia cultura y placer por enseñar.