El papa Francisco falleció rápidamente el pasado lunes por la mañana a causa de un inesperado derrame cerebral que no le provocó sufrimiento excesivo, según ha confirmado Sergio Alfieri, jefe del equipo médico que atendía al pontífice. El doctor, perteneciente al hospital Gemelli de Roma, ha revelado en varias entrevistas publicadas este jueves que no existió posibilidad alguna de intervención médica que pudiera haber salvado la vida del Santo Padre.
Alfieri, quien supervisó personalmente el tratamiento del Papa durante su hospitalización de cinco semanas a principios de este año cuando Francisco luchaba contra una neumonía bilateral, ha relatado cómo recibió una llamada urgente aproximadamente a las 5:30 de la madrugada del lunes. Al llegar al Vaticano apenas 20 minutos después, encontró al pontífice con los ojos abiertos pero sin respuesta alguna. «Comprobé que no tenía problemas respiratorios. Luego intenté llamarle por su nombre, pero no me respondió», explicó al diario Corriere della Sera. «En ese momento supe que no había nada más que hacer. Estaba en coma».
El médico ha desvelado que, aunque algunos responsables vaticanos sugirieron trasladar inmediatamente al Papa al hospital, tal decisión habría sido estéril: «Habría muerto en el camino», ha afirmado con rotundidad. «Haciendo una tomografía computarizada habríamos tenido un diagnóstico más exacto, pero nada más. Fue uno de esos infartos que, en una hora, te llevan por delante». El fallecimiento ha causado gran conmoción mundial, especialmente porque apenas 24 horas antes, el pontífice de 88 años había aparecido en la plaza de San Pedro saludando a los fieles desde su papamóvil durante las celebraciones del Domingo de Resurrección.
Los últimos días del Papa: entre la recuperación y el trabajo pastoral
Tras su regreso al Vaticano el pasado 23 de marzo, después de 38 días hospitalizado, el equipo médico había prescrito al Papa un periodo de descanso de dos meses para permitir que su cuerpo se recuperara completamente. Sin embargo, Francisco, conocido por su infatigable dedicación, continuó con su agenda de trabajo, aunque adaptada a sus circunstancias. Entre sus últimas actividades destacan la breve reunión que mantuvo con el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, el Domingo de Pascua, y la emotiva visita a una prisión de Roma el 17 de abril, Jueves Santo, donde ofreció palabras de aliento a los reclusos.
El doctor Alfieri ha querido dejar claro que, contrariamente a lo que pudiera pensarse, el Pontífice siguió las recomendaciones médicas y no se forzó en exceso durante su convalecencia. «Era el papa», ha explicado al Corriere. «Volver a trabajar era parte de su tratamiento y nunca estuvo expuesto al peligro». El médico ha revelado también que su último encuentro con Francisco tuvo lugar el sábado anterior a su fallecimiento, cuando le vio en perfecto estado. En esa ocasión, le obsequió con un trozo de tarta de un sabor que sabía era del agrado del Papa.
Durante este último encuentro, Francisco transmitió a su médico que se encontraba «muy bien» y que había «vuelto a trabajar» con satisfacción. Alfieri ha querido destacar la coherencia del Papa hasta el final: «Sabíamos que quería volver a casa para ser papa hasta el último momento. No nos ha defraudado».
El último pesar del Papa Francisco
En la entrevista concedida a La Repubblica, el doctor Alfieri ha revelado un detalle conmovedor sobre la última conversación que mantuvo con el Pontífice. Aunque Francisco se mostraba satisfecho por haber podido visitar a los presos el Jueves Santo, expresó cierto pesar por no haber podido realizar el tradicional ritual del lavatorio de pies, una ceremonia que el Papa solía oficiar personalmente cada año como símbolo de humildad y servicio, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. «Lamentó no haber podido lavar los pies a los presos», ha compartido el médico. «'Esta vez no pude hacerlo' fue lo último que me dijo».
Esta preocupación por no haber completado el ritual refleja fielmente la personalidad y prioridades pastorales que caracterizaron el pontificado de Francisco, quien siempre mostró especial atención hacia los colectivos más desfavorecidos, entre ellos los reclusos, a quienes visitaba regularmente durante la Semana Santa.
El derrame cerebral o ictus que acabó con la vida del Papa Francisco es una afección médica que se produce cuando el flujo sanguíneo a una parte del cerebro se interrumpe o se reduce significativamente, privando al tejido cerebral de oxígeno y nutrientes. Existen dos tipos principales: el isquémico, causado por la obstrucción de una arteria, y el hemorrágico, producido por la ruptura de un vaso sanguíneo.
Los expertos médicos señalan que incluso con la atención hospitalaria más avanzada, ciertos derrames cerebrales masivos resultan irreversibles debido a la extensión del daño causado al tejido cerebral. Este parece haber sido el caso del Papa Francisco, cuyo fallecimiento, según ha confirmado su médico, se produjo de manera rápida y sin posibilidad de intervención efectiva.
Los especialistas en neurología confirman que ante ciertos tipos de derrames cerebrales masivos, especialmente en pacientes de edad avanzada y con patologías previas como las que presentaba el Papa Francisco, el margen de intervención médica efectiva resulta extremadamente limitado. En estos casos, incluso los tratamientos más avanzados disponibles en unidades hospitalarias especializadas no logran revertir el daño neurológico crítico ya producido.
Esta explicación médica respalda la decisión de permitir que el Papa permaneciera en sus aposentos del Vaticano durante sus últimos momentos, respetando así su deseo expresado anteriormente de «morir en casa», como ha señalado Alfieri.