Es difícil sustraerse estos días a la gravísima crisis institucional que vive nuestro país a raíz de los acontecimientos que se están produciendo en Catalunya. Nunca antes España había estado en una situación tan dramática que a tantas personas, yo entre ellas, nos entristece y nos preocupa a la vez.
Durante la Transición dimos un ejemplo de cómo, de una forma pacífica y civilizada, los políticos de entonces supieron tender puentes y conseguir, desde la discrepancia ideológica, un texto constitucional consensuado que posteriormente fue aprobado por una gran mayoría de la ciudadanía de nuestro país, la catalana entre ella. A partir de entonces, homologamos nuestro sistema político con los países más avanzados de nuestro entorno y hemos alcanzado a lo largo de estos años un papel destacado dentro del concierto de las naciones más avanzadas del mundo.
No echemos por la borda lo que entre todos hemos conseguido durante estos últimos 40 años de democracia, que ha sido uno de los periodos más brillantes y fructíferos de nuestra historia.
Espero que el seny del que ha hecho gala durante todo este periodo el catalanismo político se imponga relajando la situación actual y desde el acatamiento al ordenamiento constitucional vigente se busquen, a base del diálogo entre ambas partes, fórmulas de entendimiento que eviten, como afirma La Vanguardia, que la caldera, que ha alcanzado una altísima temperatura, estalle en cualquier momento.
No hace falta insistir sobre las consecuencias económicas que esta inestabilidad política está provocando. Banco de Sabadell ha trasladado su sede social a Alicante y CaixaBank se ha ido hasta Valencia. Seguro que otras empresas ubicadas en Catalunya tomarán esta misma decisión, lo que sin duda repercutirá negativamente en la economía catalana.
Termino con la reflexión final del artículo que Antonio Garrigues Walker publicó hace unos días en La Vanguardia: "Seamos, sobre todo, más humildes. Pretender tener toda la razón en esta época histórica de la incertidumbre es pretencioso e incluso un tanto ridículo. De lo que se trata es de entenderse, y entenderse no quiere decir estar de acuerdo, sino evitar que el desacuerdo nos conduzca al abismo. No lo vamos a permitir".