Muy fría se presenta esta temporada para los inversores en critpoactivos del tipo Bitcoin (BTC) o Ethereum (ETH). Gélida para los arruinados creyentes que se dejaron persuadir por proyectos aún más exóticos, como la promesa de stablecoin del ecosistema Terra (UST) ofrecida por el coreano Do Kwon que los ha arruinado en apenas unos días, los inversores afectados por el corralito de la plataforma financiera alternativa Celsius o los colaboradores del fondo de inversión de criptomonedas en liquidación Three Arrows Capital.
¿Estamos ante el estallido de una burbuja? Sin duda alguna, si bien tendríamos que diferenciar entre los activos digitales de más aceptación, BTC y ETH básicamente, y la pléyade de iniciativas tecnológicas que difícilmente atraerán el dinero fiat (nuestros euros) suficiente para mantenerse.
El BTC no es dinero digital privado aún, pero tiene algunas características que le acercan a esta nueva versión monetaria jamás vista en la historia de la humanidad: hay un colectivo importante de personas que aceptan que su esencia dineraria (confianza), en cierta manera y aún de forma limitada, se puede usar para adquirir bienes y servicios (medio de pago), además de tener algún potencial para trasladar poder de compra al futuro (reserva de valor).
Tres puntos fundamentales para que algo sea «dinero» que, en todo caso, el BTC no cumple de forma perfecta, ni mucho menos.
En solo un mes la cotización de BTC ha caído cerca del 36% y la de ETH algo más del 40% de su valor. Si miramos el vaivén de los precios a un año vista, el resultado tampoco es mejor: -42% el BTC y -50% el ETH. Otros criptoactivos como UST directamente han pasado a no valer nada.
Las razones del descalabro son variadas: tipos de interés al alza, mayor aversión al riesgo de los inversores, inseguridad jurídica y de solvencia de los principales Exchange, casas de cambio o «bancos de critpodivisas» (Coinbase pierde cerca del 80% de su valor en el Nasdaq desde sus máximos históricos) y, cómo no, el estallido con aroma a estafa del stablecoin UST, que se suponía mantendría su valor con el dólar americano con tecnología descentralizada de cadena de bloque (blockchain) y un sistema algorítmico. Sí, es cierto: para el común de los mortales, esta definición y la promesa alquímica de convertir plomo en oro se asemejan demasiado.
El uso generalizado de las nuevas tecnologías y la pérdida del miedo a las inversiones alternativas, combinada con la proliferación de vendedores de crecepelo digital y la excesiva buena acogida pública del dinero fácil, ha permitido que millones de personas de todo el mundo accedan a algo tan arriesgado y complejo como son los activos digitales.
Nunca hay que invertir en activos de tanto riesgo un porcentaje de nuestros ahorros relevante, y siempre formando parte de una cartera diversificada, conociendo bien los riesgos que se asumen. Todo lo contrario que ha pasado con la mayoría de «seguidores» o «creyentes» del mundo de la inversión criptográfica digital.
Cuando le ofrezcan rentabilidades asombrosas y seguras, tenga claro que lo seguro no es que obtenga rentabilidad, sino que pierda su capital.