Gestionar un negocio nunca ha sido fácil, pero ahora se está volviendo excesivamente complejo. La ingente cantidad de planes de desarrollo a cumplimentar —que se han multiplicado sin freno en estos últimos años pandémicos— a la que nos obligan las diferentes administraciones públicas, hacen que tengamos que participar de manera forzosa de tareas que no aportan absolutamente nada. Estamos imperativamente sujetos a la entrega de una vasta variedad de papeleo meramente administrativo, insípido e insustancial que ya nos está desbordando: planes de igualdad, planes de circularidad y sostenibilidad, tener al día los certificados de eficiencia energética, la prevención de riesgos laborales actualizada al milímetro con las últimas ocurrencias del ministerio o conselleria de turno, buscarte la vida para cumplir con el nuevo y desastroso sistema de captación de datos de clientes…
Verán que no estoy entrando en la cumplimentación de obligaciones fiscales, contables o laborales, no, eso es otro tema que daría para veinte artículos más, pero bueno, se tiene asumido que tiene que ser así y todos vamos sacándolo, así como podemos. Quien más quien menos le teme a Hacienda y a la Seguridad Social y no se trata de que se enojen.
Todas las empresas, del ramo que sean, nos hemos convertido en auténticas gestorías. Quienes tenemos que decidir y dirigir, en vez de dedicarnos al core business del negocio, es decir, coordinar, agrupar, contactar, llevar a cabo iniciativas, idear, planificar, hablar con empleados, negociar con proveedores, en definitiva, estar pendientes del negocio, resulta que no podemos. Por imperativo y obligaciones legales diversas, todas esas tareas burocráticas nos mantienen encerrados en el despacho porque no queda más remedio que tratar de evacuar tanta carga de trabajo. Las tareas pendientes se van acumulando, uno no puede salir de la oficina porque tiene muchos expedientes encima de la mesa y éstos no se diluyen fácilmente, sino que se dilatan y se extienden. Actividad productiva o retorno de todo ello: ninguna, cero, nada.
Estos últimos tres años, al mismo tiempo que la pandemia se iba desarrollando, ha crecido exponencialmente el número de funcionarios, qué paradoja, supongo que buena parte de estos se dedican a revisar los planes que vamos entregando. Ellos solo clasifican y revisan, el grueso del trabajo es nuestro. Ya que hay muchos más funcionarios, tendríamos que ir más desahogados, digo yo. Pero no es así. Tampoco quiero culparlos, supongo que se limitan a hacer su trabajo. Quien ha ideado toda esta trama hiperburocratizada, kafkiana y «papelizada» son los políticos, dando en todos los casos consignas imprecisas y poco claras, que se convierten en directrices y órdenes ejecutivas que nos exigen hacer y deshacer en todos los aspectos y órdenes de la empresa, constantemente y sin pausa.
A nosotros se nos exige mucho, no nos queda otra que aprobar esa oposición diaria que significa el ser empresario. No es de extrañar, entonces, que muchos abandonen, no porque lo hagan mal o sean poco diligentes, sino todo lo contrario, porque el ser muy diligente te mata, uno no puede enfrentarse a todo y encima ser el malo de la película. En fin, todo está muy mal montado.