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La economía se derrite

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La economía mundial se derrite, y no solo por los efectos del calentamiento global, sino porque el modelo sobre el que se ha sostenido durante décadas comienza a mostrar síntomas de agotamiento. Las tensiones geopolíticas, la inflación persistente, los conflictos comerciales y la inestabilidad financiera son solo algunas señales de una transformación profunda, un cambio de paradigma que ya no puede ignorarse.

Vivimos en una época de incertidumbre económica estructural. Las reglas que regían el juego global se rompen día a día: aranceles que se multiplican, bloqueos comerciales, sanciones económicas entre países que antes eran aliados, mercados que ya no responden a los estímulos clásicos y gobiernos que parecen más enfocados en proteger intereses cortoplacistas que en fomentar una cooperación real. Mientras tanto, los ciudadanos y las pequeñas y medianas empresas —verdaderos motores de la economía real— se enfrentan a un entorno impredecible y muchas veces hostil.

Frente a esta deriva, empieza a abrirse paso otra forma de entender la economía. Ya no se trata de crecer a toda costa, sino de hacerlo de manera justa, sostenible y resiliente. El consumo masivo y desmedido, que ha sido durante décadas el corazón del sistema económico, comienza a dejar paso a una economía de cercanía, basada en la confianza, la colaboración y la generación de valor compartido. Cada vez más empresas optan por tejer redes locales, trabajar con proveedores próximos y devolver a la sociedad parte de lo que generan. En este nuevo modelo, el éxito no se mide solo por beneficios financieros, sino también por el impacto social y medioambiental. Estamos viendo emerger una «bondad económica», donde la ética y la sostenibilidad ya no son solo eslóganes, sino auténticas estrategias de futuro.

La cooperación económica entre países y empresas será clave en este nuevo presente y futuro. No podemos permitirnos seguir actuando desde el miedo o el interés particular o empresarial. Los desafíos globales como el cambio climático, la escasez de recursos, las migraciones, la transición energética o la descarbonización, requieren soluciones compartidas y amplias miras de futuro. Solo una economía colaborativa, consciente y humana podrá afrontar el futuro que se avecina, lo positivo es que nuestras actuales generaciones de joven y valientes ya está dando visos de altas miras y buenas perspectivas de trabajo futuro.

Ellos, si tienen claro que las cosas deben cambiar, sin importar las consecuencias de esa tan ansiada economía global y estados positivos financieros y económicos, saben que es lo importante y lo van a ejecutar. Porque sí, la economía tal y como la conocíamos se está derritiendo. Pero de ese colapso puede surgir algo mucho mejor: un sistema más justo, más cercano y más humano. Es tiempo de repensar, relocalizar y reconstruir. Y sobre todo, de cooperar y dar paso a las nuevas generaciones con grandes miras de cambio sin titubeos y miedos.

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