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Más cuentas y menos cuentas

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Tengo la sensación, y no creo ser el único, de que nos están preparando una de las gordas. De esas que dentro de unos años se estudiarán en los libros de historia. La jugada es vieja. Dividir a la sociedad en dos bandos, buenos contra malos, y a partir de ahí manejar la tensión a conveniencia. Lo de siempre, el cuento del lobo. La pandemia fue un ejemplo. Todavía hoy seguimos sin respuestas claras: ni sobre el origen, ni sobre los errores de prevención, ni sobre los efectos a medio plazo. Lo que sí sabemos es que las grandes farmacéuticas no salieron mal paradas. Pfizer facturó casi 37.000 millones de dólares en 2021 con su vacuna; Moderna, cerca de 18.000 millones. Y mientras tanto, los ciudadanos seguimos con la sensación de que las cartas nunca están sobre la mesa.

Un profesor me dijo hace veinte años que en el mundo hay dos grandes negocios: una petrolera y una petrolera mal gestionada. Qué razón tenía. Al final, hay sectores tan blindados por su rentabilidad que ni los errores más graves logran hundirlos. Basta mirar el caso de Exxon, que, en 2022, con la crisis energética disparada tras la invasión rusa de Ucrania, se embolsó 55.700 millones de dólares. Beneficio récord. Otra vez el mismo cuento. La guerra la pagamos todos, los beneficios se los llevan unos pocos.

¿Dónde va todo ese dinero? ¿Quién mueve de verdad los hilos? Porque no solo hablamos de petróleo y gas, también de armas, drogas, prostitución y economías sumergidas que todos prefieren fingir que no existen. El relato se repite en ruso, en inglés, en árabe… pero la moraleja es idéntica. Siempre hay un malo oficial al que señalar y, curiosamente, nunca está en casa. Y hablando de cuentos. Ahí está Aladín, con sus promesas de mil y una noches, para el Jeque, claro; o Anastasia y los Romanov, mezcla de tragedia y mito ruso ahora actualizado con Polonio, o el cortesano ‘bocachancla’ de palacio con el vendo consejos que para mí no tengo. Literatura en vena para disfrazar lo que en realidad necesitamos: cuentas claras de su modelo de gobernanza y de los resultados para su pueblo, porque sigue siendo, eso, el suyo.

Para cuentos, yo sigo quedándome con el original, que sin que sirva de precedente, es el cuento chino. Ese que es frío y calculador, y capaz de devolver cada golpe después de haber aprendido del resto y con una estrategia a largo plazo, como muestra su historia. Europa, entretanto, es un gigante con pies de barro, perdido entre burocracias, dependencias y una división que la debilita en lo esencial. Y España no anda mejor. Dentro de pocos años se jubilarán cinco millones de baby boomers y el sistema no aguanta con más pensionistas que trabajadores. En ciencia y tecnología ya no lideramos y solo nos quedarán dos cosas a vender, hoteles y complicidades internacionales.

La conclusión es que es imperativo innovar para ganar productividad, pero poniendo el foco en pilares que sostengan un modelo de economía circular donde naturaleza, personas y economía productiva encuentren un equilibrio. Y seamos realistas, la única manera de que suceda es que lo lideren empresarios con capacidad y genuina determinación de cambiar las cosas. Pero deberán hacerlo en sintonía y de la mano de la sociedad civil y del sector público. Diagnósticos sobran, pero acción, poca. Y lo peor no es que toda buena acción reciba castigo; lo peor es que la inacción de hoy será la condena de mañana.

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