La enfermedad de Ruth Beltrán, de 60 años, le mantiene desde que nació en una silla de ruedas. Padece espina bífida, un tipo de defecto congénito que afecta a la columna vertebral, además de incontinencia renal e hidrocefalia. Cuando sus padres vivían, ellos se encargaban de cuidarla las veinticuatro horas del día. Ahora que no están ha tenido que buscar alternativas.
Desde hace 15 años es beneficiaria del servicio de la Cruz Roja porque aunque Ruth convive con su hermano, «no me parece adecuado que él me ayude con la higiene íntima». De lunes a viernes recibe a una voluntaria en su casa que le cambia el pañal. También lleva colgado un medallón con un botón rojo que, si le pasa algo, lo marca, y vienen a buscarla de inmediato.
En 2021, el servicio de Teleasistencia domiciliar y móvil de Creu Roja atendió a 7.946 personas vulnerables en Balears. En total se realizaron más de 25.800 interacciones entre el personal y los usuarios, de los que 921 se generaron en situación de emergencia. «Pedí el botón cuando mi padre todavía vivía, más que nada por si alguna vez nos pasaba algo en casa», reconoce Ruth. «Estoy mucho más tranquila, aunque confieso que no lo llevo encima todo el rato. Intentaré hacerlo», bromea.
La trabajadora María José Galmés visita a Ana Vives, de 88 años, y su hijo Francisco Riutort, de 53, en su domicilio. Ambos se benefician del collar y él, además, de una pulsera que detecta las caídas. Francisco tiene epilepsia desde hace muchos años. Recuerda las primeras convulsiones en su trabajo. «Regentaba un bar que ahora lleva mi hermana. Con la enfermedad me dieron la inutilidad y fue cuando me mudé a casa de mi madre para cuidarla».
Francisco nació en Muro. Reconoce que ha sido alcohólico. «Bebía desde bien pequeño, pues en mi época mojaban los chupetes de los bebés con anís». En casa de la señora Ana no ha habido una situación de emergencia. «A veces le doy yo al botón mientras duermo», dice la mujer, beneficiaria de la Teleasistencia desde hace menos de dos años.
«Era necesario que tuvieran uno cada uno. Mi madre es muy mayor, le han operado de corazón porque sufrió un infarto, lleva tres bypass y hace muchos años pasó un cáncer de mama. Y mi hermano tiene una enfermedad», comparte la hermana de Fernando durante la entrevista.
El botón rojo puede salvar vidas. Los usuarios reconocen sentir «más seguros», aunque a veces cuesta llevarlo en el cuello o en la muñeca como un reloj. María José Galmés informa que este servicio es de pago, pero reconociendo un grado uno de dependencia se convierte en un recurso gratuito. Desde Cruz Roja apuntan a que el servicio no solo beneficia a personas mayores o enfermos, también a mujeres que sufren violencia de género, personas que han sufrido un accidente o que están en situación de soledad.