Mallorca pudo haber sido el escenario de uno de los mayores magnidicios a escala mundial en la segunda mitad del siglo XX, un regicidio que finalmente quedó en un peligroso intento por acabar con la vida del veraneante más ilustre de la Mallorca a mediados de los 90. El escenario de las tradicionales vacaciones estivales de la Familia Real española pudo convertirse en un lugar fatal en su devenir, aunque una serie de circunstancias, léase también algunas casualidades, y la intervención de las fuerzas de seguridad en el momento adecuado acabaron por frustrar los planes de la banda terrorista ETA, que había fijado su punto de mira en la figura del Jefe del Estado, el por entonces Rey Juan Carlos I, aprovechando su exposición durante su tiempo de esparcimiento en la Isla.
Aquel 9 de agosto de 1995, hace justo 30 años y sobre las 22:30 horas, los GEO, el grupo especial de operaciones de la Policía Nacional, irrumpían en un apartamento ubicado en Porto Pi, en un extremo de la calle Rafaletes, bajo la supervisión del mediático juez Baltasar Garzón. Justo frente a la Base Naval desde la que se embarcaba Juan Carlos I a bordo del Fortuna y se encuentra, también, el Aifos, el barco de la Armada en el que ha competido durante años su hijo, el por entonces Príncipe Felipe.
El dispositivo logró incautarse de un rifle con mira telescópica y silenciador, con alcance de hasta 500 metros, además de un trípode para apoyarlo, dos pistolas 'parabellum' y una importante cantidad de munición. De la misma manera se hallaron un artefacto explosivo, un escáner preparado para interceptar frecuencias de la Policía o la Guardia Civil, diferentes documentos, mapas y una importante cifra de dinero en efectivo.
El libro de ruta
Juan José Rego Vidal era el jefe del comando trasladado a Mallorca con esa fatal misión: acabar con el Rey. Su hijo, Iñaki Rego, y Jorge García Sertucha completaban la estructura a la que ETA encomendó esa labor no alcanzada, unidos desde la distancia a José Javier Arizkuren Ruiz, «Kantauri», a quien se consideraba el 'cerebro' del intento de atentado. El primero se desplazó con tiempo a la Isla, el mes de marzo, para preparar la logística, conocer el terreno y estudiar el plan de huida. Se alquiló un piso en Porto Pi, frente a la base del yate Fortuna, utilizando el documento de identidad de una persona fallecida tiempo atrás en Cádiz. La investigación, en la que se trabajó en algunos tramos en coordinación con las fuerzas de seguridad francesas, desveló que un rastreo informático de los contratos de alquiler podría haber sido clave para tener pistas sobre la presencia de los terroristas en Mallorca por esas fechas.
Tras ello, siguieron los preparativos, adquiriéndose un viejo barco en Francia para realizar el traslado hasta Mallorca: La Belle Poule (La bella gallina), el mismo nombre del barco que transportó los restos mortales de Napoleón desde su destierro en Santa Elena hasta Francia y en el que debían escapar de la Isla tras obrar el magnicidio. El 15 de julio de 1995 se inició el viaje entre Antibes y Mallorca, el Port d'Alcúdia para ser más exactos. Una travesía complicada por el mal estado de la embarcación. Iñaki Rego y Jorge García Sertucha acumularon dos semanas de trabajo siguiendo al detalle los movimientos del Rey Juan Carlos, tal y cómo se plasma en las anotaciones a escala horaria que se incautaron, por libre y sin que las fuerzas de seguridad tuvieran constancia de su identidad hasta el momento de la operación que frustró el atentado.
La presencia de la Familia Real en la Isla marcaba la cuenta atrás para la acción, y el balcón y las ventanas del piso de Porto Pi eran el mirador perfecto. El 13 de agosto era la fecha límite para obrar el magnicidio. Entre medias, según aseguraron los propios terroristas, llegaron a tener hasta en dos ocasiones -hay diferentes cifras y versiones al respecto, apuntando incluso a tres- en el punto de mira a Juan Carlos I, pero decidieron no actuar al no tener totalmente cerrado y asegurado el plan de huida. Jorge García Sertucha era el francotirador al que se le encomendó esa misión que no llevó a término.
Ya no hubo un tercer intento, pues aquel 9 de agosto todo saltaba por los aires. La detención de los tres etarras, el asalto al piso de Porto Pi y el ajetreo generado en una Mallorca en pleno periodo vacacional y en el centro de todas las miradas informativas fueron la postal de las horas posteriores a una cadena de hechos con final feliz. La Audiencia Nacional condenó a los tres integrantes del comando a penas de entre 37 y 35 años de cárcel y, desde ese punto, la seguridad en torno a la Familia Real se reforzó, aunque la disolución de ETA -cuya última gran acción tuvo como escenario Mallorca- acabó por finiquitar esa amenaza que, 30 años atrás, estuvo a punto de provocar un suceso de dimensiones industriales.
Eduardo Lozano Siminianisi comences pels peus diuen que es formatge