"¿Qué cambiaría si pudiera volver atrás? No dejaría a mi fantástica novia, Elisabeth, por estar con mis colegas, ni cortaría los hilos con los que mis padres me guiaban en lugar de coger los de los amigos. Seguid con ellos, respetadlos, cuidad de vuestra familia porque cuando entras aquí dentro te das cuenta de que todos los amigos que parecía que tenías no hay ninguno que sea de verdad, a excepción de tu familia". Habla Manuel, o quizás Borja, o puede que David.
Escucha un grupo de jóvenes de Ferreries de entre 14 y 17 años, que comparten la pasión por el baloncesto en el equipo júnior del CB Ferreries y que el pasado viernes visitaron el Centro Penitenciario de Menorca en una iniciativa fraguada entre sus entrenadores, Gaspar Roura, Roger Arnaiz y la subdirectora de tratamientos del centro, Almudena Pulido. "Se trata de una actividad pionera con la que queremos acercar el centro a la gente para que se desmonten arquetipos", razona José Alfredo Fernández, director de la prisión, que espera poder repetir con colegios y entidades que quieran conocer la realidad del centro.
"Sabemos que están en una edad complicada en la que pueden tomar decisiones equivocadas y tratamos de cuidarlos y formarlos no sólo en el baloncesto sino también fuera de él", explica Roura, ex entrenador ayudante del Menorca Bàsquet que logró el último ascenso a la ACB y ahora coordinador de la entidad ferreriense. La visita al CPM intentó ser una lección sobre la vida, sobre los caminos que cada uno, con sus decisiones, puede tomar y las consecuencias que pueden tener, pero sin olvidar el aspecto deportivo. La actividad terminó con un partido de baloncesto entre dos equipos en los que se mezclaron los internos y los jóvenes. Pero antes hubo mucha historia y hay que contarla.
Los nervios se palpaban a las 9 de la mañana mientras el grupo de jóvenes esperaba para entrar en la prisión cargados de prejuicios y tópicos envenenados por Hollywood y su industria. "Pensaba que veríamos asesinos o gente con aspecto de ser muy peligrosa porque es lo que nos muestran las películas", reconocía uno de los jugadores.
Media hora más tarde, tras las correspondientes verificaciones de seguridad, comenzó la visita. Después de pasar por la cocina y la lavandería, el doctor del centro recibió a los jóvenes y les dio una charla sobre los efectos en el cerebro que provocan la cocaína, la heroína y la metadona, unas palabras que, sin duda, calaron. "Lo peor es que basta que pruebes una sola vez la heroína porque el cuerpo luego te pide más". El comedor, el economato y su funcionamiento con 80 euros semanales por preso, así como las llamadas, el gimnasio y la zona de talleres fueron el precedente a las celdas. Ahí los jugadores y técnicos vivieron en sus carnes lo que es estar encerrados, "una sensación brutal", admitían los adolescentes.
Luego fue el turno para el coloquio. Cinco internos estaban entusiasmados ante la posibilidad de compartir su experiencia con los jóvenes, que estaban algo más cohibidos y no sabían qué preguntar. Los adultos tomaron la iniciativa y tras romper el hielo la charla fue más fluida. Y dura. "El 90 por ciento de las personas que están aquí es por traficar con drogas", explicaban, en un monólogo en el que también tuvo cabida el humor: "El mito de la pastilla de jabón en las duchas es falso". Tras preguntar qué cambiarían si pudieran volver atrás y contar cada uno sus experiencias personales llegó el momento de las advertencias.
"No puedes estar orgulloso de estar en la cárcel pero has cometido el error y toca apechugar", comentó uno de los internos que sentenció "en el momento que la policía me atrapó y me subió al coche di gracias porque me acababan de salvar la vida, iba directo a la muerte".
"Por favor, no caigáis en el mundo de la droga, yo le agradezco a Dios estar en la cárcel porque por ello estoy vivo y mucho menos la vendáis porque le jodéis la vida a otro y es un remordimiento muy duro con el que tenéis que cargar el resto de vuestras vidas".
La actividad estrella, deporte
Pasadas las 12 toda la seriedad se dejó a un lado. Internos y jugadores se vistieron de corto, hicieron dos equipos y durante casi una hora disputaron un partido en el que el resultado fue lo de menos. No hubo concesiones en ninguno de los dos bandos, verdes contra azules. Arnáiz y Roura llevaron un equipo cada uno y el duelo contó con algunos momentos de buen juego. No hubo árbitro, pero tampoco hizo falta ya que gracias a la labor de Julia, una voluntaria que enseña baloncesto y otras actividades deportivas a los internos, hay una norma clara en los partidos que se dan. Cada jugador, por respeto a sus compañeros, debe señalizarse un mínimo de tres faltas. Y, como manda la regla, los participantes cumplieron.
El deporte es la actividad estrella del centro. En un patio pequeño pero que tiene bancos y unas escaleras que sirven de gradas, los internos pueden montar en cuestión de minutos un campo de fútbol sala, una cancha de baloncesto o una pista de volei. El centro, que está abierto a que voluntarios que quieran compartir su deporte acudan a explicárselo a los presos, también cuenta con una mesa de ping pong, varios tableros de ajedrez, un gimnasio y un futbolín.
El partido, como sucede en los sueños, acabó en la mejor parte, cuando ya los jugadores se conocían y el juego era fluido. Hubo abrazos entre todos y foto de familia para el recuerdo. "Muchas gracias por todo", susurraron los jóvenes, "al contrario, somos nosotros los que os estamos agradecidos", contestaron los internos. Y mientras los destinos se separaban, un grito, en forma de deseo, resonaba en el patio: "Id con cuidado, no queremos veros a ninguno de vosotros por aquí dentro".