Jan Orfila Sternal (Sant Lluís, 1986) ha decidido poner punto y final a su etapa como jugador de baloncesto, a la que ha dedicado más de dos décadas de su vida. Un recorrido que ha abarcado minutaje en ACB (lo que solo igualan otros seis menorquines), internacionalidad por España en categorías de formación, paso por las canteras de Joventut y Granada, un amplio recorrido LEB, un ciclo en el extranjero y, más recientemente, una participación fundamental para afianzar dos proyectos de ámbito insular, Hestia Menorca y Pinta B Es Castell, en territorio nacional.
Una carrera soñada por muchos, inalcanzable para la mayoría y que paradójicamente no ha terminado de colmar a nuestro protagonista. En verdad, tal y como él reconoce, el baloncesto nunca fue su pasión, si bien sus condiciones físicas y su talento para su práctica indujeran a creer lo contrario. Y probablemente es eso lo que incrementa el mérito de lo conseguido por Jan Orfila; haber alcanzado y competido durante lustros a cierto nivel sin haberlo nunca pretendido o deseado.
La retirada, ¿es definitiva?
—Nunca hay nada definitivo en la vida, pero sí que es alto y probable que no juegue más. Estamos en noviembre y el trabajo aún me reclama muchas horas.
¿El motivo es ese, que el trabajo no le deja tiempo?
—Son varios motivos, el principal, mi falta de pasión por el básquet. Nunca he sentido pasión por el baloncesto, la verdad. Empecé y fue como una inercia, que por talento y condiciones físicas, por el entorno, mi padre… pues lo hice. También era, ¿si no hago esto, qué hago? Empiezas a jugar, con 14 años mides casi dos metros, una isla como Menorca, en la que se te queda todo pequeño… tenía que salir. De repente estás en una línea en la que te estás dedicando de lleno y plantearte el dar marcha atrás te suena a contraproducente, es como si alguien estudia medicina y luego quiere dedicarse a la economía.
¿...?
—El baloncesto, el deporte de élite en general, es muy caprichoso, y la realidad es que para llegar arriba tienes que echarle siete horas diarias, y al 98 por ciento ni le llega con eso. Se dan cuenta a los 30 años y quizá tienen una carrera, pero no experiencia laboral. Y nunca he querido esa presión, no quiero seguir en algo que no me gusta. Por ejemplo, ahora juego a pádel y me encanta. Luego está el tiempo libre, que sencillamente, no lo tienes. En Es Castell, mi última etapa, ya eran tres días de entrenamientos a la semana, además del partido. Llevo toda la vida privándome de planes con la familia, amigos... El otro día estaba con mi mujer, pasamos la tarde en la playa y ella me comentó «están jugando un torneo en Mallorca», y pensé «que suerte tengo, poder estar aquí, en la playa». Eso es básicamente por lo que dejo el baloncesto.
Al margen, de lo que comenta, ¿se siente orgulloso? Tiene su punto de mérito haber desarrollado una carrera como la suya sin gustarle el baloncesto.
—Sí, tiene su punto de mérito, pero también su punto de tristeza. Tengo muchos amigos, en el baloncesto, que habrían dado un riñón para tener las condiciones que tenía yo. Ellos sí hacían las siete horas y vivían por y para el baloncesto, su pasión. Era como algo insultante... y sí, tal vez tenga mérito, llegar hasta aquí sin gustarte una cosa… suele pasar a veces. Tenía amigos que me decían que me lo tomara en serio, pues ellos trabajan ocho horas de lo que fuera, me decían que era un privilegiado… y para mí, los privilegiados eran ellos.
¿El mejor momento que le ha proporcionado el baloncesto?
—He disfrutado de la vida que me ha dado el baloncesto: experiencia, vivencias, conocer lugares... y supongo que en algún momento me lo he pasado bien jugando. No quiero que suene muy triste todo eso, pero… en el Bàsquet Menorca, cuando empezó el proyecto, con el grupo humano que había, disfruté, también al sentir que ya no era mi profesión, podía extraer lo mejor del básquet.
¿Imaginaba, cuando empezó en Sant Lluís, el recorrido que ha desarrollado, debutar en ACB?
—No recuerdo haber soñado jugar en ACB, pero creo que sí tenía la esperanza de jugar al más alto nivel. Cuando miras tu vida no te das cuenta de todo lo que pasa y te fijas en los demás, ves lo bueno del otro… tampoco pienso nunca en eso, en si jugué con la selección, nada. Tampoco guardo ninguna camiseta de mi etapa de jugador, las regalé a Caritas o las tiré. Y la verdad, para mí es lo mismo un vendedor de fruta que Abdul-Jabbar. Tal vez sí me impactaría ver a los Metallica, pero no un jugador.
Durante la entrevista, un niño ha reconocido a Jan Orfila y se acerca a conversar con él. Planteamos a nuestro entrevistado sobre si esa faceta como deportista le agrada, como una suerte de reconocimiento a su trabajo.
—Sí me gusta, cuando ves que son niños, que les hace ilusión, me gusta. Otra cosa es si te para alguien por la calle para tocarte las narices.
¿Y se liga más siendo jugador?
—Siempre he sido malo para ligar, la verdad (risas).
Algún mal momento, algo que borraría de su carrera.
—Creo que todo el mundo cambiaría cosas. La etapa entre los 17 y los 22 años, fui el mayor trasto del mundo y sí, habría cambiado cosas y no te hablo de ser mejor o peor persona, sino de estar más implicado con la vida. Respetar los horarios, las obligaciones… pero es que era brutal, mi primer año en Badalona, me pusieron un ático, en el que vivía con otro compañero, sin ningún control… me lo pasé muy bien, la verdad (risas).
De Badalona a Granada.
—Estuve tres años en el Siglo XXI, una cárcel absoluta. Solo podías salir de la habitación, que era mi casa, para bajar a entrenar o para ir a clase… pero aquello cerró y tuve ofertas de varios clubes. Me fui a la Penya, y claro, pasé de un control total a estar en un piso, en una calle ‘movidita', y podíamos hacer lo que queríamos. A esa edad, quizá pude cambiar cosas. Para ir a Granada, me reclutó Oriol Humet.
LEB Oro. Le tocó la etapa más exigente, también la más dura en cuanto a impagos.
—Era otra LEB, como una ACB casi, los equipos punteros tenían mucho dinero. CAI, Lucentum, Lugo… algún jugador ganaba casi un millón de euros. Era una liga espectacular. Después ya sí pillé la crisis. En La Palma estuve nueve meses sin cobrar, y la temporada eran diez meses… los clubes se las sabían todas, cambiaban el NIF Fiscal… pero con el aval de la FEB terminábamos cobrando, aunque nunca estaba al día.
¿Qué le motivó a fichar por el KB Trepca Mitrovice de Kosovo?
—A los 26-27 años dejé de jugar, ya no podía más. Estaba preparándome para dedicarme a mi empresa, fui a Barcelona para hacer un curso, por el tema empresarial, pero me aburría... y surgió lo de Kosovo. «Allí pagan bien», me dijo mi agente. Nada, fuimos para allá y nada que ver con lo de aquí. Coches sin matrícula, paramilitares… El primer día me di cuenta que era otro mundo, pero tienes que verlo para creerlo, fue como un baño de realidad. También me sirvió para valorar lo que tenemos aquí, y lo comento también por toda aquella gente inconformista, que se queja de lo que tenemos aquí… deberían ir a vivir allí. Había gente que me decía «tengo una hermana, llévala a España»… es que no tienen futuro... Hay una frontera que separa un territorio del otro, serbios de kosovares, con tanquetas… y de eso hace solo siete años.
De ahí a Francia, al Stade Montois.
—No quería que mi última etapa en el baloncesto, que también me había dado buenos momentos, fuera aquello, lo de Kosovo, que me dejó mal sabor de boca, por eso opté por Francia. También por el tema laboral, en Menorca ahora hay muchos franceses y pensé que me interesaría vivir en Francia. Hice allí un año, luego me renovaron para otro y después decidí poner punto y final. No en todo, pero en algunos aspectos, Francia está mucho más avanzada que España.
Me fui de la Isla con 14 años, echaba mucho de menos Menorca, no te lo puedes ni imaginar. Y ahora no saldría por nada del mundo. Lo cierto es que un deportista no vive una vida real, no eres dueño de tu vida. Y es un mundo, el del deporte, que te miente, y eso va a más. Y no me gusta ese mundillo, esa falsedad, en la que si eres bueno en algo te encumbran, pero a veces es muy difícil no dejarse llevar, cuando todo el mundo te viene detrás.
Bàsquet Menorca.
—Quería dejar el básquet, pero me llama Miki (Ortiz) y me comenta el proyecto. «Está Pitu, el otro… será una cosa guapa». Me dejé llevar. Pero fue una cosa guapa… y todo se magnificó. De repente, vamos de Ses Canaletes al ‘Poli' de Maó, luego subes, después a Bintaufa… total, que ya estaba otra vez entrenando cuatro días a la semana, jugando cada fin de semana, viajando… y súper agobiado otra vez. Pero a la vez, muy guapo todo, el proyecto, dos mil personas en la grada. Y a mí me gusta luchar, transmitir… era muy chulo, pero mentalmente era duro. Tienes que compaginar tu empresa con el básquet, hacer que en el club entiendan que para mí era un hobby, aunque claro, te pagan, pues ya no es tan hobby… un follón, vamos. Y luego, llega Es Castell, y otra vez.
¿Cómo le convence Es Castell para sumarse a su proyecto?
—Fue Tomeu (Vanrell), muy buena persona, todos en Es Castell son buena gente. ¿Cómo? Me convencieron, que si viene este, el otro… total, los que no podíamos estar en LEB Plata, nos juntamos allí. Muy guay, era de nuevo un hobby… pero la realidad es que el físico ya no me da como antes. Hace cuatro años, en EBA, pasaba por encima de cualquiera… Ahora, solo por el hecho de no entrenar bien, ya no ‘llego'. Sufría, me agobiaba… y tampoco tenía tiempo ni ganas de luchar contra esto. A mí no me gusta mucho el baloncesto, pero sí me gustaba sentirme protagonista, importante para el equipo… y pensé que ya era el momento de parar. Luego mi economía es diferente, tengo una hija, la empresa…
Ha formado parte de los dos proyectos más importantes que actualmente operan en el mapa insular, Bàsquet Menorca y CB Es Castell. ¿Qué futuro les augura, qué margen de progresión les presume?
—Creo que el Bàsquet Menorca, si sabe jugar sus cartas y hace las cosas como debe... a la gente de la Isla le encanta el básquet. Me acuerdo de la época de La Salle, que luego fue Menorca Bàsquet y llegó a la ACB… aquello era una fiesta. Creo que el Bàsquet Menorca lo tiene todo en sus manos para ir a más. Y Es Castell, creo que es un proyecto muy interesante, que, habiendo un equipo como el Bàsquet Menorca, que lo natural es que vaya para arriba, la Isla necesita otro equipo que pueda dar salida a otros jugadores. Lo lógico sería que los dos clubes se hermanaran, que hubiera una simbiosis y haría que las dos piezas tuvieran sentido. Al Bàsquet Menorca le falta una cantera, algo a lo que poder recurrir cuando tienes cuatro lesionados… pero no creo que fructifique ningún tipo de vinculación entre ellos.
Supongo que no se ve, en adelante, como entrenador o directivo de algún club.
—No me veo, para nada. Ser entrenador es mucho trabajo y no está nada reconocido, además de que debes sentir máxima pasión por el básquet, que no es mi caso. Veo entrenadores que entrenan hasta los 70 años, toda la vida lejos de casa… les encanta, pero a mi eso no me seduce.
¿Y qué espera Jan Orfila del futuro, ya totalmente al margen del baloncesto?
—No lo sé, pero lo mejor es que, sea lo que sea, será lo que yo quiera hacer, y eso es lo más importante. No todo el mundo tiene la opción de poder elegir, pero yo ahora sí que la tengo.
El apunte
Curtis Borchardt, «el mejor jugador que he visto»
Jan Orfila se ha enfrentado y compartido pista con multitud de jugadores. Al preguntarle sobre quién ha sido el mejor al que se ha enfrentado, el pívot menorquín alude al pívot norteamericano Curtis Borchardt. «Es el más dominante que he visto, creo que fue MVP 10 jornadas seguidas. Tenía contrato con Houston Rockets, se lesionó y vino a España. Tenía los dedos doblados y se los tenían que estirar para jugar, con un dolor… total, que entrenaba un día a la semana y jugaba. A veces tenía que defenderlo, en los entrenos, y era imparable... se ‘meaba’ a cualquiera, fuera del Barça o de cualquier equipo».
Y al preguntarle por un técnico, Jan Orfila destaca al fallecido José Luis Abós. «Le tuve en Inca, un ‘gentleman’, era capaz de transmitir, de imponer disciplina. Todo era diferente entonces, no existía el bullying, como ahora. En esa época, rapaban a un tío y lo dejaban en bolas en el ascensor, y «bienvenido a la liga» te decían, y no pasaba nada. O te encerraban en el armario una hora, o había puñetazos en los entrenamientos… eso ahora es impensable, pero hace veinte años era más difícil ser entrenador, gestionar esas situaciones. Y Abós sabía hacerlo, sabía llevarte al lugar que quería».