De poco o nada sirvió la orden de no salir de casa impuesta en Nápoles por la pandemia, pues este jueves numerosas personas se echaron a la calle para rendir tributo, entre lágrimas e incredulidad, a su «Dios": Diego Armando Maradona.
«Quien ama no olvida». Es el lema de una de las pancartas que pueden verse en los altares improvisados del Barrio Español, en el corazón de la ciudad, donde decenas de aficionados se han congregado ante los murales que recuerdan a la estrella del fútbol.
Y esto a pesar de que la región de Campania está confinada desde hace semanas por el alto número de contagios y a que los napolitanos sólo debían salir para lo esencial. Pero, ¿qué más importante que honrar a aquel argentino que tantas tardes de gloria ofreció? «Sí, estamos en 'zona roja' pero hoy se sale», reconoce con esa picardía tan típica de la ciudad el taxista Emanuele Santanicola.
En la visceral Nápoles, una enorme urbe enclavada entre un volcán y el mar, Maradona es venerado sencillamente como una deidad, como uno más de los santos de su abarrotado panteón, quizá el más pecador.
«Diego», como le llaman los napolitanos, es el padre de aquellos dos «Scudetto» con los que impulsó al equipo local en 1987 y 1990 y agrandó para siempre su leyenda. Y eso no se olvida.
Pero hoy, un día después de su muerte, lo que se percibe en la ciudad del Vesubio es desconsuelo y cierta incredulidad, sobre todo en las calles del laberíntico Barrio Español, decorado con murales del ídolo y numerosas camisetas con su 10 en las ventanas.
Frente a uno de los grafiti, uno enorme con el jugador en pleno galope, Raffaelle Pozza, de 25 años, llora abrazado a su novia: «Hemos venido a contemplar al que fundamentalmente es nuestro Dios, para mi siempre fue y será el más grande», confiesa.
El joven, por edad, no asistió a las tardes de gloria que el Pelusa regaló a los napolitanos entre 1984 y 1991 pero su figura siempre ha estado muy presente en su pasión al «calcio": «En lo bueno y en lo malo representa todo, nos hizo crecer, nos enseña, desafió a todo y a todos y lo logró», celebra.
En las calles del Barrio Español hay «tifosi» de todas las edades y entre ellos llama la atención la ilusión con la que un niño de 10 años llamado Andrea observa todo, desde lo bajo.
El muchacho, acompañado por su padre, explica que ama el fútbol pero ahora mismo no puede jugar con sus amigos por un problema en la espalda pero no ha querido perderse los honores al «Dios del fútbol, al más fuerte», señala con cierta timidez, esbozando una sonrisa.
«Me gustaban sus pies, el modo en que mantenía el balón pegado a sus pies», reconoce el pequeño Andrea, para después corretear por las calles de este pintoresco barrio y mostrar la camiseta del Pibe que, con orgullo, ha colgado en la ventana de su habitación.
El alcalde de Nápoles, Luigi De Magistris, ha lamentado la muerte del astro argentino y le ha recordado como el autor de la «redención» de la ciudad.
Y así lo cree también otro de sus incondicionales, Vittorio Paolella, también en la calle para honrarle. «Nos regaló emociones irrepetibles, un jugador con aquel toque no lo veremos en nuestras vidas», explica este pizzero con cierta fatiga, carraspeando con la garganta y al borde del llanto.
Este napolitano de 50 años recuerda las noches en el San Paolo y el modo en que aquel argentino animó a una ciudad rendida tras el devastador terremoto de 1984. «Redención es la palabra, fue el verdadero de Nápoles después del terremoto y los problemas que tenía, nos ha ayudado en todos los sentidos», celebra.
El taxista Emanuele Santanicola, de 36 años, insiste en la idea de que Maradona es «un Dios» que ya protege a Nápoles, del mismo modo que San Genaro tapa con su mano el cráter del volcán, como se dice popularmente en esta ciudad ancestral y supersticiosa.
«Ayer pasé una noche muy mala y triste porque con él aquí ganamos mucho y todo el mundo lo quiere», explica Santanicola, que se alejó del violento mundo de los «ultras» napolitanos hace tres años después una pelea y de tener una hija con su mujer, colombiana.
Y como muchas personas en esta ciudad, también él tiene un familiar llamado Diego, un nombre con el que fueron bautizados más de quinientos niños en los siete años en los que el argentino vivió y respiró en la ciudad italiana.
Su primo de 15 años se llama Diego y, por supuesto, ya conoce la historia del argentino, que desde ahora y para siempre pasará de generación en generación como las grandes leyendas, condenadas a agrandarse con el paso de los tiempos.