La Copa más bonita que había jugado el Mallorca en dos décadas se cierra de manera cruel. Como la que acabó en la final de Madrid. Como la de Mestalla. Con una tanda de penaltis desgarradora y con una pena máxima. Cuando pasen los días se recordará con orgullo esta edición del torneo y el desplazamiento masivo de aficionados a La Cartuja, pero ahora mismo duele. Le duele mucho al conjunto de Javier Aguirre y a un hinchada que tras plantarle cara a una gigante de la competición, en el campo y en la grada, regresará con la maleta vacía de Sevilla. Cuarenta años después, el Athletic vuelve a ceñirse la corona.
Como en todas las finales que ha jugado, el Mallorca vendía muy cara su derrota. A un precio altísimo. Se adelantaba en el marcador por medio de Dani Rodríguez, llegaba al descanso por delante y tras pasarlo mal con la diana de Oihan Sancet, estiraba la batalla hasta la prórroga y más allá. Sin embargo, esta vez no existía el embrujo de Anoeta y no funcionaba el ritual de las carcajadas antes de los lanzamientos. Dos errores de Morlanes y Radonjic sepultaban pronto las ilusiones del Mallorca y le daban al Athletic un título con el que se había obsesionado. Pero para llegar al trono el Atheltic tuvo que picar piedra más de dos horas.
Aguirre ya había sorprendido de salida. Primero eligiendo a Toni Lato por delante de Jaume Costa en al lateral izquierdo, luuego apostando por Valjent pese al tiempo de inactividad que arrastraba el eslovaco en las piernas y al final incrustando a Sergi Darder en la línea del centro del campo. El de Artà, que hace unos llegó como el fichaje más grande del club, fue titular en el encuentro más grande de los últimos veinte años. Arriba, Larin y Muriqi.
El Mallorca, que al final iba a encontrarse en clara minoría en las gradas aunque muy bien abrigado por casi todo el Gol Norte no iba a dejarse impresionar por el Athletic y sus números. Si no lo había hecho en rondas anteriores, en una situación de inferioridad parecida, tampoco tenía que arrugarse ante un escenario imponente como el de La Cartuja, por la importancia del duelo y, sobre todo, por el ambiente que registró con motivo de la final.
Aprobó su primer examen el Mallorca, que no quería verse sorprendido pronto por el Athletic, tal y como le ocurrió la última vez que pasó por San Mamés. Amansó la salida agresiva de los leones y vivió tranquilo durante el primer cuarto de hora, que fue cuando tuvo que intervenir por primera vez Greif para desviar un lanzamiento envenenado de Galarreta.
Parecía que iba a soltarse la melena el Athletic cuando le estalló una bomba entre las manos. Muriqi respondió al tiro rojiblanco con otro lanzamiento desde fuera del área que Agirrezabala tuvo que mandar a córner. El Mallorca supo jugar bien la carta del balón parado y aunque no acertó a la primera generó una cadena de rechaces de la que se aprovechó Dani Rodríguez para romper el partido y el guion de la final cuando nadie lo esperaba. Seguro que su Betanzos natal, donde se había instalado una pantalla para ver el partido, enloqueció como lo hizo el fondo más alto de La Cartuja.
El gol dejó conmocionado a un Athletic que tardó mucho en fabricar una respuesta digna y que lo hizo casi siempre inclinando el campo hacia la izquierda, buscando a Nico Williams. El internacional español le heló la sangre al sector mallorquinista del campo sellando el empate, pero la jugada quedaba anulada por fuera de juego. Él mismo iba a perdonar justo antes del intermedio la iguala con un tiro desviado ante Greif.
Superado el descanso y cuando parecía que el Mallorca había dejado atrás lo peor, el cielo iba a encapotarse. Larin, aún con parte del público sin conectarse al segundo tiempo, malgastaba el segundo gol isleño y dejaba la ventana a abierta a un empate que llegaría casi enseguida por medio de Sancet. Un tanto que lo cambiaba todo y que le daba por completo la vuelta al calcetín. El Mallorca se arrugaba y el Athletic, como la grada, duplicaba de golpe su tamaño. El equipo de Javier Aguirre era otro tras la diana rojiblanca. Tembloroso y asustado, durante unos minutos era el trapo del Athletic.
El equipo balear, en La Cartuja de turquesa, apagó los plomos del partido cuando volvió a controlar la situación. Mejoró un poco y lo alargó todo lo que pudo para llevarlo a su terreno. Lo hizo. Pero le falló el equilibrio justo al llegar a orilla. La Copa, ese motor que ha llevado al club a otra dimensión en el último mes y medio, se derramaba al borde de la mesa.