Durante los últimos días, el puerto de Maó ha viajado hacia atrás en el tiempo. De un salto se ha colado entre los modernos yates que suelen encontrarse en los pantalanes del Moll de Llevant a una flota como salida de un libro de historia de la náutica. Ha sido medio centenar de barcos de una época en la que se movían a vela en vez de a motor y los cascos se fabricaban con madera en vez de con sofisticadas fibras sintéticas.
Este museo flotante, que ha tomado parte en la VII Copa del Rey - Trofeo Panerai de barcos de época, ha desparramado su elegancia por las aguas menorquinas. Dan fe de ello los numerosos paseantes que se han detenido en los últimos días ante los pantalanes de la regata asombrados ante la solera de los veleros.
"La regata de Menorca", como la definió durante la presentación de la misma la consellera de Turismo del Govern balear, Joana Barceló, ha vuelto a realizarse tras un parón de un año. La edición de 2009 no se celebró en la Isla, y todas las partes implicadas parecen dispuestas a que lo que sucedió el año pasado sea una excepción y no se convierta en la regla.
Y es que, como no se han cansado de repetir patrocinadores y participantes durante los últimos días, la costa menorquina es un entorno sin igual para llevar a cabo una regata de estas características. No en vano, la meta se ha situado en pleno puerto en las dos pruebas realizadas, en lo que constituye todo un lujo.
Los responsables consideran que la participación, con unos 400 regatistas y medio centenar de embarcaciones, ha sido muy positiva. "Si después del parón del año pasado ha venido tanta gente, es que les había quedado buen sabor de boca", analiza Rafael Álvarez, representante de Panerai.
Todas las partes están de acuerdo, unos porque aquí encuentran un entorno idóneo para la navegación y otros porque eventos de este calibre suponen un buen empujón para la promoción de la Isla. Por lo tanto, cabe pensar que el deseo, expresado por todos, de que la regata vuelva a Menorca el año que viene se hará realidad. Entonces, habrá que despedirse de los barcos clásicos con un 'hasta luego'.