A pesar de que Tomás había ocupado una de las cátedras más importantes en la Facultad de Derecho, al llegar a la edad de jubilación tuvo que renunciar a muchas de sus comodidades. Este descenso notorio de su poder adquisitivo no sólo fue debido a que entró a formar parte del sector de los pensionistas, sino que a éste hecho debe sumársele el conjunto de gastos que asumían él y su querida esposa poco antes de que ella muriera súbitamente.
Una mañana, en la cafetería donde habitualmente tomaba café con leche, zumo de naranja y un pequeño bocadillo de ibérico o manchego, según el día, oyó una conversación entre dos amigas que estaban sentadas en esa bonita mesa cercana a la ventana. Esa conversación cambió, sin duda, el rumbo de su existencia.
Laura y María, habían abierto una cuenta en el Banco de Tiempo. Tomás, primero, tan sólo pudo retener la esencia de ese concepto, ya que su cabeza empezó a trabajar por sí misma haciendo a modo de lista de la compra la relación de cosas que pediría a crédito, o a débito, en el caso de que tuviera la suerte de contactar con alguno de esos bancos. Tiempo para releer cada uno de los libros que acumulaban polvo en las estanterías de casa desde que Tatiana, la chica que solía ayudarlos en las tareas domésticas y a la que Tomás tuvo que renunciar, también súbitamente, se fue. Tiempo para recordar cada uno de los instantes pasados con su querida esposa y tiempo para inventar todos los instantes que ya no podría compartir con su amada. Tiempo para… Sus pensamientos fueron interrumpidos por la suave voz de una de las amigas.
María decía que abrir una cuenta en ese banco había cambiado el sentido de su vida. Ella, una chica de buenos colegios, casada con un chico de buenas universidades, señora de su casa que nunca tuvo que trabajar, en el Banco de Tiempo estaba ayudando a niños y adolescentes a hacer sus deberes, a cambio, o a intercambio, una chica muy maja iba a su casa, le hacía la manicura y la pedicura semanalmente y, de vez en cuando, algún masaje. Lo que recibía a cambio, o a intercambio, no era algo que no pudiera permitirse en cualquier centro de estética de los que abundaban en su barrio. Sin embargo, lo que realmente le enriquecía y le seguía dando sentido a esa cuenta en el Banco de Tiempo era la posibilidad de relacionarse con esas hermosas criaturas. Cuando acababan con los deberes, siempre había un espacio en el cual ella, con su dulce voz, conseguía que esos pequeños hombrecitos y mujercitas le explicaran cuáles eran sus anhelos, tristezas, problemas y alegrías.
El caso de Laura era diferente, ella era abuela y madre, adoraba las plantas y su talento en el Banco de Tiempo era cuidar de jardines, balcones, azoteas y cualquier otro lugar apto para vegetales. A cambio, o a intercambio, gozaba de un cocinero extraordinario que gustaba de preparar las cenas más deliciosas para la familia de Laura, cocinero que también gustaba, de vez en cuando, de proporcionar a Laura las caricias que su marido había olvidado en algún lugar del cotidiano compartido.
Al llegar a casa, Tomás encendió su ordenador y empezó a googlear hasta que encontró el Banco de Tiempo más cercano a su residencia. Mientras empezó a rellenar el formulario para ingresar en éste, Tomás pensaba en lo que recibiría a cambio, o a intercambio, de sus consejos jurídicos y volvió a sonreír pensando en sus libros libres de polvo, en su jardín sin malas hierbas, en su nevera barrocamente llena, en las uñas de su mano derecha uniformemente cortadas, en los botones de sus camisas felizmente atados; pero cuando Tomás tuvo que contestar a la pregunta: "¿En qué le gustaría invertir sus créditos de tiempo?", no pudo evitar que su sonrisa se desdibujara detrás del fino y húmedo velo de la añoranza infinita. Finalmente Tomás puso una crucecita en "pequeñas tareas domésticas", secó sus lágrimas, cerró su ordenador, miró a su alrededor y entendió que esa crucecita iba a cambiar su casa, su vida y, seguramente, un poco su entorno y su planeta. Sonrió nuevamente, viejo, cansado, con el alma herida, pero con la esperanza de que en este mundo imperfecto todavía queda mucho por hacer.