E l proceso productivo en toda redacción de periódico culmina en el departamento de edición, que se encarga de revisar, corregir y, cuando es preciso, enmendar parte del trabajo que a lo largo de la jornada ha realizado el equipo de periodistas y fotógrafos. En la mesa de edición se ultima el cierre de las páginas que previamente han pasado por los despachos de los redactores jefe y del director para su revisión. Pese a los controles establecidos, nunca debe descartarse la irrupción de los duendes de imprenta que, por definición, acostumbran a estropear, mutilar o arruinar los considerables esfuerzos y la gran cantidad de horas que conlleva la elaboración del diario. Muchas veces los duendes de imprenta incluso consiguen colarse con una habilidad tan pasmosa que el personal de rotativa tampoco logra detectar sus traicioneras travesuras. Al día siguiente es obligado disculparse ante los lectores y dar cancha a la fe de errores.
La figura del redactor de cierre o de guardia es una pieza clave en el proceso de edición del periódico. Y otras piezas no menos importantes son los correctores. Más allá de dar el último vistazo a las páginas que conforman el ejemplar que ve la luz cada mañana, en ocasiones el redactor de guardia debe realizar una serie de tareas -desconocidas por el público lector- que evitan la plasmación de muchos errores. Porque los duendes de imprenta nunca descansan y son los más peligrosos e invisibles enemigos a los que se enfrenta cada noche el redactor de guardia.
"Que no te quepa la menor duda, nosotros jugamos en la demarcación de defensa escoba". Así me lo advirtió en cierta ocasión Tolo Martínez, a la sazón jefe de rotativa del "Diario de Mallorca" que pocos años después reemplazaría a Biel Riera, otro veterano de la casa, en la jefatura de talleres. En una noche de tremendo ajetreo -en que hubo que parar numerosos errores- Tolo Martínez contribuyó a serenar mis nervios. Defensa escoba. La expresión me quedó grabada para siempre. Es seguramente la definición más ajustada sobre el papel que desempeña un redactor de cierre.
En las facultades de Periodismo se imparte una formación profesional cada vez más completa. Pero el trabajo cotidiano que realiza un redactor de guardia también permite adquirir enseñanzas muy útiles. Es bien cierto, por otro lado, que cuando hace muchos años se implantó la figura del redactor de cierre todavía no había surgido la historia de la conciliación de la vida laboral y familiar.
En mis primeros años de ejercicio profesional tuve que apechugar con miles de noches de guardia. En el "Diario de Lérida", el director Salvador Gené Giribet me asignó una doble tarea: Por una parte, elaborar las páginas de teletipo con las informaciones que servían las agencias informativas -disponíamos de Cifra/Efe y Logos- y, por otra, aguardar en talleres como redactor de platina hasta que se consumara el cierre de la edición [La platina era la mesa donde los tipógrafos ajustaban las columnas de texto salidas de las linotipias para proceder al montaje de las páginas].
En el "Diario de Mallorca" tampoco me libré de las guardias nocturnas, pero siempre agradecí las palabras de ánimo de Tolo Martínez. En plena juventud, hubiera sido absurdo presentar mi renuncia laboral, renunciar incluso a un oficio que paradójicamente acabaría atrapándome. Con el paso del tiempo tuve que admitir que mi labor como defensa escoba me iba a abrir nuevas puertas y responsabilidades. Nuevas responsabilidades en las que uno se reencontraría invariablemente con los duendes de imprenta.
Cuantos periodistas se han responsabilizado de tareas de coordinación y edición saben que a veces ocurren fenómenos inicialmente inexplicables: Por ejemplo, entregar al departamento de edición dos páginas 14, aunque tras unos minutos de investigación y el pertinente repaso de la hoja de paginación y contenidos se cae en la cuenta de que una de esas páginas es en realidad la 12. No ignoran asimismo que redactar una queja de seis líneas sobre el deficiente alumbrado público en calles del extrarradio urbano es un recurso perfectamente válido para cuadrar la sección de cartas al director. O es ciertamente una victoria de equipo -modesta y elemental pero victoria al fin y al cabo- el llegar a tiempo para reemplazar en un texto la expresión "desde el piso onceavo" por la correcta "desde el piso undécimo".
Con los errores y despistes se acumulan experiencias y siempre puede extraerse alguna lección positiva. En mi particular colección de despistes, recuerdo que uno de los más sonados se produjo cuando ya llevaba dos años como subdirector en el "Diario de Mallorca". El 25 de enero de 1982, hacia las nueve de la noche, había concluido mi trabajo, había revisado todo el material de información local y reportajes, pero cuando ya me disponía a salir del periódico vino raudo un maquetador para indicarme que faltaban las páginas centrales. Menudo papelón. Faltaban en efecto las centrales, el redactor jefe de local y los periodistas de esa sección ya se habían marchado y en mi mesa no tenía material sobrante o intemporal. Nada. La nevera estaba completamente vacía. Había que tomar una decisión, con aplomo y sin pérdida de tiempo. Para no fastidiar a alguno de mis compañeros y dado que no había centrales por un fallo mío, telefoneé al lingüista Francesc de Borja Moll y le solicité una entrevista a propósito de un homenaje que al día siguiente iban a tributarle en Palma. Al cabo de unos cuarenta minutos estaba de vuelta en la redacción para escribir el reportaje. El maquetador se lució con el diseño de las centrales del 26 de enero. El hecho de que ocupara las centrales un personaje de la talla intelectual de Francesc de Borja Moll era motivo de lógica satisfacción profesional. Mi despiste quedó en simple anécdota y no trascendió por supuesto a los lectores del rotativo mallorquín.
Estimulado por el resultado de esta entrevista realizada a contrarreloj, y puesto que el director Joaquín Morales de Rada -Xim Rada- me había liberado en su día de determinadas funciones de mesa asumidas durante mis cuatro años de redactor jefe, en los meses sucesivos firmé la serie quincenal "Apuntes para un reportaje". Los textos de esta serie se publicaron naturalmente en las páginas centrales. Ya no me iba a pillar de nuevo el toro y la nevera de reportajes nunca más quedó vacía. Tenía la lección bien aprendida. Por enésima vez había jugado de defensa escoba.