Se sabe la vida de Johannes Vermeer (1632-1675) de memoria. Su estudio rebosa la atmósfera de sus admirados pintores holandeses del siglo XVII. Tras una primera visual no cabe duda de que Carlos Mascaró (Ferreries, 1957) ha empapado su saber pictórico de la virtud de los grandes maestros. "Soy autodidacta, y a mucha honra". Durante la conversación repite esta frase varias veces. Pero la verdad es que frente a uno de sus cuadros, el espectador no imaginaría jamás que Mascaró es un pintor hecho a sí mismo. Cuanto más se observa, su trazo pasa de cero a cien en calidad, experiencia y minuciosidad. Es bueno, y eso se advierte cuando incluso el no entendido o el apasionado de la pintura moderna se rinde ante su obra.
Trabaja en un espacio ordenado casi al milímetro. Reconoce su exceso de disciplina. La disposición de sus bocetos, tubos de óleo, pinceles o lupas con las que mima el detalle de sus pinturas es envidiable. "Solo así me encuentro", dice.
Mascaró no mostraba producción nueva desde 2009. Con la exitosa "La llum de la memòria" dejo el listón alto. "A veces siento un poco de presión, he acostumbrado al público al trabajo bien hecho", comenta. Lo suyo responde a aquello de "despacio y con buena letra", por lo que es fácil augurar que su última obra deslumbrará a los visitantes de La Mola.
La fortaleza de Isabel II acogerá durante todo el verano "Menorca, visions d'enyorança". La propuesta se abre el próximo día 9 y permanecerá hasta el 4 de septiembre. Mascaró deja claro que no habrá acto inaugural. De corte sencillo, se define como "un pintor de pueblo". "Mi currículum son mis obras", añade. "Ya tuve bastante la última vez con la inauguración de El Roser, demasiada gente", señala. De aspirar a más, y salir de Ferreries, sus cuadros coparían las principales galerías nacionales.
Luz cenital
La exposición incluye trece pinturas nuevas y seis más rescatadas de otros años. De producción lenta, se exige y cuida hasta el más mínimo detalle. En el interior de su estudio cuelga parte de esta recién estrenada serie. Bodegones e interiores de "llocs" menorquines donde exhibe su investigación de la luz cenital.
El resultado en la retina maravilla. Mascaró dispone luces y sombras con la maestría que habitúa, aunque en esta ocasión la luz que cae desde arriba dota cada cuadro de un ambiente muy especial.
Cuando pinta, el tiempo no existe. "Para mí es tan importante realizar uno de los defectos de una pared desconchada que el objeto en sí mismo". Amante del silencio y de la tranquilidad, le gusta imaginarse como Vermeer, dando rienda suelta a su ingenio mientras escucha el carillón de Delft que tiene grabado en un cd. "La última casa donde vivió Vermeer estaba en Delft y estoy casi seguro de que mientras pintaba escuchaba el sonido de las campanas", apunta. De nuevo, la inspiración de los holandeses.
Mascaró dice haberse hartado de desmentir que su pintura sea hiperrealista. "Mis lienzos no son fotografías, busco el alma en cada una de mis pinturas", afirma. "Siempre he sido fiel a la misma línea conceptual de realismo. Hay que dedicar mucho tiempo a observar, y a estudiar a los que saben más que tú. Estar receptivo y analizar todo lo que te rodea". Y agrega, "la mano y el ojo son los dos instrumentos del pintor. Mi mano pinta la imagen soñada, tal y como la siento".
El óleo es su material por excelencia. "Nada es comparable a su olor y a la sensación de cómo patina en la paleta". Cuando viaja dice sentir la necesidad de entrar en las tiendas de bellas artes para inspirar el aroma a pigmentos.
En sus bocetos cuida el dibujo. "Me encanta dibujar", comenta mientras muestra las líneas de uno de sus encargos. Trazos a lápiz sobre cartulina blanca que en sí mismos ya son una obra de arte. Sobre el cuadro, consigue texturas imposibles -inclusive con pocas tonalidades-, y el uso exquisito de las veladuras.
"El dominio del oficio requiere constancia y paciencia", persevera. Dos claves que acompaña de un propósito nada sencillo: "Tener claro el camino que uno quiere seguir". En sus palabras, la luz, la sensibilidad y la técnica son pautas indispensables a controlar para ser buen pintor. "Los temas están ahí para todo el mundo, lo importante es el tratamiento que hagas tú de ellos. Eso es lo que te diferencia". "No es lo mismo pintar que ser pintor, y yo soy pintor las 24 horas del día los 365 días del año", acaba quien se define como "un realista contemporáneo".
El Vermeer menorquín
"Vermeer pintó 40 mujeres, 12 hombres, 2 niños y ningún animal. Es un dato curioso, ¿no te parece?". Carlos Mascaró me cuenta retazos de un genio de época. (- "Hoy ya quedan pocos..."- asegura). A mí lo que me parece curioso, o más bien increíble, son las reproducciones que el pintor ha hecho del holandés. "Podrías dedicarte a la falsificación, son perfectas", le comento. "No eres la primera que me lo dice, pero no quiero acabar en la cárcel", responde entre risas. "La joven de la perla" o el bautizado como "El arte de la pintura" o "El taller del pintor", son algunas de sus pulcras copias que cuelgan, a modo de homenaje, en su estudio.
"¿Le molesta que le llamen el Vermeer menorquín?", le pregunto. "No, es todo un honor, pero me gusta más cuando me llaman 'maestro'". Como los clásicos, Mascaró utiliza, cuando lo requiere, el tiento. "Los jóvenes no saben lo que es, en Bellas Artes no les enseñan estas cosas", señala mientras me muestra una varilla con cabeza de corcho que le permite trabajar sin dañar la superficie pictórica. El mismo instrumento aparece en manos de Vermeer en el cuadro donde se retrata a sí mismo en su estudio.
A Carlos Mascaró le encanta tanto pintar como leer. "Lo que pasa es que solo me pagan por pintar", bromea. Su casa alberga alrededor de 3.500 libros. Muchos de referencia directa al arte; y curiosidades varias como la única moneda que se hizo de un cuadro de Vermeer (de la República de San Marino). "¿Sabes que pintó 36 obras y sólo firmó 3?". De nuevo, me deja fuera de juego. Su pasión por el holandés es desmedida pero efectiva.