Poeta, narrador y ensayista amante de las voces anónimas. Talleres Islados reemprende sus estancias culturales con Manuel Rivas (La Coruña, 1957), escritor y periodista gallego creador de un soberbio mundo de palabras. Con una mochila repleta de títulos y reconocimientos, el articulista de "El País" atiende a Culturàlia recién llegado de Argentina. "Vengo de un curso en la Universidad de San Martín". Durante su partida al Buenos Aires querido ha disfrutado de un libro "conmovedor", "La edad de hierro" (Debolsillo, 2004) de J. M. Coetzee que recomienda y que supone una de sus últimas lecturas de este verano que se apaga.
Del 8 al 11 participará en la actividad de unos Talleres Islados que retornan con fuerza. "En el mapa siempre me llamó más la atención Menorca pero nunca vine", dice. Ahora visitará la Isla donde ha programado regocijarse en el "andar del vagabundo". El mismo 8 (20 horas) está previsto un encuentro público con el escritor en la Casa de Cultura de Ciutadella. Seguidores no le faltarán.
Sus proyectos futuros pasan por la publicación de un volumen con todos los cuentos reunidos y algunos inéditos, titulado "Lo más extraño" (Alfaguara). Asimismo, se halla trabajando en dos novelas a la espera de decidirse por una de las sendas. Historias que, asegura, existen porque "los personajes ya habitan y me desobedecen". Dos cuadernos en la cazuela que aguardan pacientes a servirse en la mesa. Antes, la próxima primavera, saldrá "Storyboard", una biografía coral que acaba en "ese chaval que entra en el periódico". Una memoria fermentada por la imaginación que relata desde las voces bajas. Ésas que tanto estima.
En el anuncio del encuentro literario de Talleres Islados se reseña el curso como una invitación a entrar por la puerta mágica de la literatura. ¿Cuáles son sus claves de acceso?
El título del taller es "La boca de la literatura" y su idea es preguntarse por qué el ser humano ha necesitado a lo largo de la historia esta boca singular. Como creo que cada vez la necesitamos más, partiremos de dicha cuestión para ponernos manos a la obra. De lo que se trata es de entrar en lo que yo llamaría "lo más extraño". Una expresión que procede del coro de Antígona y en la que se dice que hay muchas cosas extrañas en el Universo, pero que lo más extraño es el ser humano. Entiendo que ese ser "más extraño" necesita de una boca especial para expresar ese misterio o esa caja negra (en términos aeronáuticos) que llevamos dentro. Y la palabra "mágica" habría que matizarla sobretodo en estos tiempos de capitalismo mágico.
¿Qué hay del lenguaje?
Es una de las cuestiones que también desarrollaré en el taller acerca de lo que podríamos denominar como "la ecología" de las palabras. Es decir, cómo esa necesidad de expresar lo más extraño requiere una permanente ecología con las palabras. La literatura hace que las palabras vuelvan a nacer, que estén en permanente vigilia por el proceso tóxico que sufre el lenguaje. Las primeras que detectan la crisis que vivimos son las palabras, tienen una piel como los anfibios que son los primeros seres que notan la sequía. De ahí lo que supone para la Humanidad el mantener una información básica que podríamos llamar el ADN del alma.
¿Escribe para preservar ese significado de la palabra?
Lo intento, es algo que forma parte de la necesidad de escribir. Decía Elias Canetti que una de las funciones del escritor es ser custodia del sentido de las palabras. Lo cual considero como fundamental. Cuando uno hace literatura lucha contra el miedo, sobretodo contra el miedo al abandono, el más grande que compartimos los seres humanos. Hay una literatura antes de la literatura. Hablamos de una necesidad que nació antes del lenguaje. El ser humano empezó a cantar antes de utilizar el lenguaje para comunicarse. Y seguramente inventó el lenguaje porque necesitaba contar cuentos. En ese sentido, cuando escribes literatura te comportas como una cámara oscura, como una estenopeica, donde metafóricamente la boca sería el orificio de esa cámara por donde entra la luz y deja en nosotros una imagen virada. Y lo que hacemos es revelarla. La literatura trabaja mucho con la luz y la reconoces cuando en el texto hay una cierta incandescencia en las palabras. Son como las luciérnagas, lo que me sirve para tratar otro apartado del taller: "El camino de las luciérnagas. La luz y el secreto". La literatura es una hogar nómada donde está todo interconectado.
Decía al principio que esta sociedad necesita cada vez más de la literatura. Sin embargo, los índices de lectura están a la baja. ¿Las letras salen malparadas por las nuevas tecnologías?
Es cierto que vivimos un proceso donde parece que se muere la Galaxia Gutenberg en una especie de periodo llamado de transmodernidad dominado por el mundo virtual. Todo ello acompañado por una posición apocalíptica donde se entiende que las nuevas tecnologías nos conducen a un nuevo estadio de civilización, pero yo no me siento muy a gusto en un campeonato de a ver quién va más rápido hacia el abismo. No creo que el libro vaya a morir, sino que de alguna forma es como una segunda naturaleza. Hay que verlo más bien como una metamorfosis. También dicen que apenas se lee poesía y en realidad lo que ha hecho la poesía es camuflarse, está mucho más presente de lo que nos parece. En España, históricamente, se lee más que nunca. Lo que pasa es que en este aspecto venimos de un mundo bastante pobre. Durante esas circunstancias, por ejemplo, en la posguerra la posesión de libros era un motivo de recelo. Hay que valorar el que la literatura tenga sus estrategias de supervivencia y cómo se llegó a ella a través de las historias orales.
Pero los jóvenes están obnubilados por los dispositivos tecnológicos.
Ya, con los juguetes durante los días grandes de regalos, como en Reyes, al principio utilizan los nuevos cacharros pero al final siempre quedan los cuentos. A los cacharros se les agota la batería o acaban rompiéndose... A los chavales lo que más les dura son los cuentos porque pasan a formar parte de su educación sentimental, una parte casi anatómica de si mismos. El niño abre el cuento pero el cuento lo abre a él. Pasa a formar parte de lo "más extraño", lo incorpora a su zona secreta. Es sorprendente la permanencia de los clásicos infantiles. "Los músicos de Bremen", por ejemplo, es una de las historias que, aun actualmente, mejor relata una crisis. Habla de cómo llega un momento en que los hombres consideran inservibles a los animales, e incluso los pueden sacrificar, pero ellos siguen siendo buenos músicos.
Sus inicios fueron de la mano de la poesía, ¿cuánto de favorable ha aportado ésta a su carrera?
Me da la sensación de que aun estoy intentando ser capaz, algún día, de hacer un buen poema. Si vemos toda la literatura como círculos concéntricos en expansión, el último círculo sería la novela. Un nuevo horizonte sobre el que algunos también hablaron de "muerte de la novela", cuando en realidad hoy posee un carácter de integración de todas las formas de la mirada. Es imposible hacer novela sin un núcleo poético. Para mi la poesía es una especie de energía alternativa que mueve todo el andar de la literatura. Es el equivalente para el ser humano de la pulsión del deseo. Nuestro cuerpo es escenario de una lucha permanente entre lo que Freud -Dios me perdone- llamó Eros y Thanatos. Así dentro de los círculos concéntricos, el primero sería la poesía, como punto de partida y de llegada.
Cuando la prensa habla de usted siempre destaca su amor por su lengua, el gallego. De hecho ha editado numerosos títulos en gallego. ¿Cree que los autores deberían comprometerse más con la cultura que les vio nacer?
Por supuesto. Pero lejos de lo que muchos piensan no escribo en gallego como una especie de toma de posición de tipo político-cultural, sino que surge de manera natural. No creo que haya lenguas mayoritarias ni minoritarias. Cuando el niño aprende a hablar no dice: "¡Ay!, estoy empezando a hablar en una lengua minoritaria". Existe una cierta anomalía por escoger una lengua en función del mercado pues justamente la literatura es algo que cuestiona esa forma de ver las cosas. No se puede medir por el sistema de pesos y balanzas, sino todos escribiríamos en chino. Cuando me puse a escribir en gallego no me sentí como un bicho raro, me siento como tal cuando me preguntan por qué escribo en gallego. Lo importante no es el soporte sino qué fue de "Ana Karenina". La literatura es lo contrario a los discursos de dominación. Aunque también haya literatura que se presente como tal y que se parece más bien a los prospectos o al karaoke. La literatura es un viaje contra la estupidez, un rescate del sentido de las palabras.
Al respecto, el escritor de verdad ¿está en peligro de extinción?
Hablaba Passolini en un artículo de la desaparición de las luciérnagas por efecto de los pesticidas... Y hoy también tenemos esa sensación de que no son buenos tiempos para la lírica. Pero todo lo contrario, la poesía protege a los suyos. La estirpe de Cervantes se extenderá cada vez más, y lo hará justamente por una reacción a una dimensión de lo virtual que se parece mucho al infierno. Creo que ese instinto de buscar a "Ana Karenina" es más fuerte.
Hay lectores que no conocen su pasado como uno de los fundadores de Greenpeace. En una entrevista en televisión dijo que entonces se les consideraba como unos "locos". ¿Ve algo de semejanza con el movimiento 15-M?
Mi compromiso comenzó antes de la creación formal de la entidad en España. Fue en el año 80, durante una campaña, que tuvo muchísima repercusión, contra un cementerio de residuos radiactivos en el Atlántico, enfrente de Finisterre. Y también contra la caza de ballenas, pues entonces había factorías en España. El uso de la palabra "ecología" como conciencia colectiva que es consciente de un proceso de autodestrucción es algo muy reciente. La relación con el 15-M pasaría por el espíritu libertario. A los lemas de la Revolución Francesa -libertad, fraternidad e igualdad-, hoy habría que unir diferencia o biodiversidad. Hay que ser conscientes de la otra mitad, no vivir divorciados y no ser "Atilas" para la tierra, sino tener una relación de copilotos para la naturaleza. La destrucción de la misma es una amputación total para el ser humano. El mejor manifiesto común a la ecología y a los "indignados" es el poema de Lorca "Oficina y denuncia", de su obra "Poeta en Nueva York", donde está bien explicado lo que es injusticia social y la relación de injusticia destructiva y de humillación que tenemos con la naturaleza.
Un chaval de periódico
De su biografía choca que comenzara a trabajar en un periódico con tan solo 15 años.
Quería ser escritor y me parecía, como lo ha sido tantas veces, que una forma de serlo era ser periodista. Mientras estudiaba en el instituto conseguí un trabajo por las noches en "El Ideal Gallego". Era un periódico con su vieja rotativa y sus linotipias. Viví el periodismo del plomo, tengo ese olor incorporado a mi propia zona secreta. Mi trabajo era lo que llamaban meritorio. Era mensajero en el sentido más literal porque recogía las crónicas que llegaban en los coches de línea e iba a buscar los artículos de algunos colaboradores. Acudía a sus casas y alguna vez te invitaban a un café o a unos dulces. Al final acabé consiguiendo lo que quería, que era sentarme en una silla. Lo primero que hice fue aprender a escribir a máquina sin mirar, lo cual me parecía de las cosas maravillosas que le pasan a uno en la vida. A pesar de haber ido luego a estudiar a Madrid, considero ese periodo de meritorio como mi verdadera facultad.
¿No cree que ha cambiado mucho el ambiente de las redacciones?
Antes de aprender a escribir a máquina aprendí a fumar porque me parecía que no podría ser nunca un periodista si no sabía fumar. Entonces había unos ceniceros, tipo cazuelas, soldados a las "Hispano Olivetti", así que el cigarrillo formaba parte de la máquina de escribir. La máquina echaba humo literalmente y había unos ventiladores con grandes aspas. Ese paisaje, medio de novela negra, es el que tengo interiorizado. Parece que hablo de la Prehistoria, pero no hace tanto. Después, todos dejamos de fumar y desaparecieron las nubes que cubrían la redacción. Pero sobre todo ha habido un cambio de relación con la calle. El periodismo sin la calle me resulta incomprensible y ves cómo actualmente es algo excepcional. El traslado de los periódicos del centro de la ciudad a los polígonos supuso un distanciamiento. Antes la calle estaba más cerca. Recuerdo que las escaleras del periódico donde trabajaba siempre estaban llenas de gente. De repente llegaban comisiones de 10 o 15 vecinos para quejarse de que en su barrio no tenían alumbrado. Actualmente, para un ciudadano, entrar en un periódico es como entrar en un Ministerio.
Todo es más frío.
Sí, no invita a entrar y a veces los portadores de las grandes noticias es la gente más corriente que puede estar pasando en ese momento por la acera. Si hubiese más facilidad, hoy la información no andaría medio asustada. Hay que reandar ciertos caminos y salir más a la calle.