El Festival Internacional de Cine de Menorca (Ficme) siempre tiene un espacio para los artistas locales, y este viernes el protagonismo lo acaparó en Fornells el actor Lluís Marquès (Ciutadella, 1991). Hablamos con él de un 2022 en el que las cosas parecen ir viento en popa.
Bienvenido. ¿Cómo se siente uno cuando trabaja fuera y vuelve a casa?
—Muy feliz, la verdad, porque poder presentar proyectos aquí está muy bien. Trabajar de lo que te gusta, de lo mío, ya es bonito, y poder compartirlo con la gente de casa, más aún.
Invítenos a ver «Demà ho deixem» , el cortometraje que ha venido a presentar.
—Es un trabajo de David Moragas. Conocía su filmografía y me gustaba la manera y la sensibilidad con la que retrata sus historias. Tiene una forma muy peculiar de rodar, es como si la cámara fuera invisible, casi espiando a los personajes. Es la historia de una pareja que vive un acontecimiento que cambiará su estabilidad...
Le gusta el estilo de Moragas... ¿A Lluís Marquès le seduce la idea de dirigir?
—Me gustaría, pero me veo muy verde; me da mucho pudor. Sí que es verdad que en casa a veces escribo cosas, historias, describo imágenes que me vienen a la cabeza, y algún día igual saco algo a la luz, pero de momento lo tengo muy aparcado.
La próxima semana viaja al Festival de San Sebastián para presentar «Girasoles silvestres». ¿Cómo ha sido trabajar con Jaime Rosales?
—Un aprendizaje brutal. Siempre he admirado mucho a Jaime, había visto sus películas y leído su libro «El lápiz y la cámara» bastante antes de saber que iba a hacer el casting de su peli. Jaime tiene una manera muy especial de rodar, se aproxima a los personajes desde una sensibilidad muy propia. Le gusta trabajar mucho a través de las improvisaciones, que cada toma sea única, con el aquí y ahora siempre muy presente. Hace un cine muy naturalista, muy de verdad.
No es la primera vez que va al festival de Donosti, ya viajó allí con «Isla bonita» en 2015. ¿Cómo ha cambiado el Lluís de entonces respecto al de ahora?
— Obviamente los años te hacen vivir las cosas de una manera más tranquila y serena, aunque sigo siendo el mismo, porque sigo teniendo los nervios del principio. Pero vivo mi carrera con la misma ilusión, cada proyecto es único.
Revisando su filmografía me aparece un vídeo de Rosalía…
—(Risas) Tengo un colega que es productor y estaban preparando el vídeo de «Fucking money man». Me dijo que necesitaban actores y actrices, y yo me apunto a un bombardeo. Cuando llegué allí, me dijeron ‘vosotros pasáis con la coreógrafa…'. Me engañaron un poquito (risas), pero fue muy guay, una experiencia más.
Y hablando del money, ¿cómo está el panorama para ganarse la vida en el mundo de la interpretación?
—Nuestra profesión es inestable. Obviamente, cuando estudias en la escuela de interpretación y tienes ganas de comerte el mundo y hacer mil cosas lo ves de una manera, pero después en el día a día de la profesión hay momentos difíciles. Durante los años de pandemia nuestro sector estuvo muy jodido, pero yo me siento bastante afortunado porque desde que terminé la carrera estoy currando de esto. Hay épocas de subidón, en las que tengo que decir que no a cosas, y otras en las que toca esperar. Aprender a convivir con esto es difícil, pero si te gusta la profesión merece la pena esperar para disfrutar de lo que haces.
Para muchos la tele está siendo la salvación. Un medio en el que tiene pendiente de estrenar «Sicilia sense Morts».
—Este es un proyecto que vino bastante inesperado y muy guay. Trabajar en Mallorca me hace mucha ilusión, en las islas en general. Presentamos los dos primeros capítulos en el Atlántida Film Fest y estamos muy contentos. La historia nace a partir de una novela de Guillem Frontera, que habla de corrupción, hago un personaje muy distinto de a lo que estoy acostumbrado, soy el secretario del presidente.