Un funcionario diligente está decidido a acabar con una obra de arte. Ha presentado una denuncia para que la retiren, porque es un peligro, una amenaza, una transgresión de la ley.
Se trata de la «Aguja de la Giganta», una obra de la artista menorquina Nuria Román. La obra consiste en un viejo tronco traído por el mar y convertido en una aguja de 5 metros de altura. La Aguja se erigió en la playa de Mongofre en 2012 con el permiso de Demarcación de Costas y la autorización del departamento de Cultura del Ajuntament de Maó y el apoyo de la Fundació Rubió. La aguja era un símbolo de la primera puntada que se iba a dar en un proyecto a escala mundial que pretendía «coser la Tierra». Ya escribí hace unos meses sobre este proyecto generoso y desinteresado por sanar la herida entre el Norte y el Sur. Pretendía, simbólicamente, zurcir los desgarros mediante el arte y la colaboración colectiva. Este proyecto de Nuria Román reseguía todo el planeta a través del Paralelo 40º y daba su primera puntada precisamente en la playa de Mongofre. Desde entonces se han hecho más acciones artísticas por Europa y América, aunque la pandemia lo retrasó todo y dejó algunos proyectos en el aire.
La Aguja es una obra efímera que, allí en su playa solitaria, no molesta a nadie. Bueno, sí, debe molestar al director del parque natural de S'Albufera y a los funcionarios de la Conselleria de Mediambient. Y debe molestarles mucho ya que han desplegado todo su arsenal de leyes, normativas y «considerandos» para que sea eliminada aquella obra de arte del lugar para el que había sido creada.
Quizás es que no la consideran una obra de arte sino una okupación de «su» parque o simplemente les parece basura contaminante del paisaje. Sin embargo, no es la primera vez que un funcionario desprecia lo que no entiende (o lo que entiende que no es arte). En 1926 le pasó al escultor Constantin Brancusi. Había sido invitado por la Brummer Gallery a exponer sus obras en Nueva York. Entre ellas estaba la maravillosa «Pájaro en el espacio», un bronce estilizadísimo, casi abstracto, del ave. En EEUU las obras de arte no pagan aduanas, pero el funcionario de turno decidió que aquello no era arte y le aplicó una tasa del 20% como «utensilios metálicos de cocina». Marcel Duchamp, que acompañaba las esculturas protestó, igual que Brancusi y el galerista; pero los funcionarios recurrieron a una definición que decía: «solo son objetos de arte si son representaciones grabadas o cinceladas de objetos naturales en sus verdaderas proporciones». Por lo tanto, aquello no parecía un pájaro y no era arte. Acabaron en los tribunales, con artistas declarando a favor o en contra de esta definición. Al final, un juez falló que «El objeto es simétrico y hermoso en su forma, y aunque uno puede tener alguna dificultad en asociarlo con un pájaro, es sin embargo agradable y muy ornamental y, como tenemos evidencia de que es la producción original de un escultor profesional y que de hecho es una escultura y una obra de arte según las autoridades apoyamos la demanda y la declaramos con derecho a entrar libre de impuestos». La conclusión es que lo que hace un escultor es una escultura y no un utensilio de cocina. Como curiosidad, comentar que aquel «Pájaro en el espacio» se vendió en 2005 por más de 27 millones de dólares.
Nuria Román es una de nuestras mejores artistas de Menorca y la Aguja de la Giganta es una pieza importante, generosa, desinteresada y que debe ser un orgullo para todos que se encuentren aquí, la pieza y la artista. Porque hacen aumentar el prestigio de esta isla.
¿Qué daño hace esa obra de arte ahí, en la playa? Había pedido permiso para conservarla allá solo 4 años más, pero exigen que sea retirada de inmediato, por indeseada. El funcionario alega dos motivos principales: uno, que perjudica a las especies y degrada el paisaje; y dos, que puede atraer público. Y yo, inocente, pregunto ¿qué «elementos biológicos de importancia excepcional» hay en ese trozo de arena de la playa de Mongofre? Y, si el peligro es la atracción del público, ¿por qué no empiezan eliminando el faro de Favàritx que atrae a mucho más? O, más fácil, eliminen el Centro de Interpretación del Parque que invita incluso a niños… ¿No es todo esto un despropósito? ¿No hay temas medioambientales más serios que esta escultura?
La Aguja no es un problema. Es una escultura efímera realizada con materiales naturales y algún día desaparecerá por ella misma. Además no es una atracción turística; esa obra tiene un sentido simbólico por ella misma, no necesita público; es como las cruces en las cimas de las montañas (también ubicadas en espacios protegidos pero que ningún funcionario ha pretendido nunca retirarlas). Esta Aguja es un símbolo. Tiene una escala de gigantes como gigantesca es la tarea de coser las heridas de los hombres a este planeta. Es un símbolo modesto y grandioso de unos ideales de paz y de justicia expresados con una sensibilidad exquisita.
Es verdad que el Arte no sirve para nada. Parece que es algo prescindible, suprimible; que podemos vivir sin la música, sin la poesía, sin la literatura, sin la danza… Pero no podemos vivir sin la creatividad ni la mirada de los artistas, ni su rebeldía. Por mucho que la autoridad cree leyes para protegerse, si no tiene sensibilidad para interpretarlas. Pedimos inteligencia y tolerancia. Y esa batalla por eliminar la Aguja de la Giganta es intolerante, insensible y poco inteligente. Y lucharemos para que siga ahí porque es una obra de todos y a mí también me duele que una autoridad pretenda eliminarla.
Quizás no necesitemos el arte para vivir, pero si suprimimos el arte la vida es más triste y tiene menos sentido.