La Isla se le volvió pronto pequeña y hoy es ya, posiblemente, el artista con mayor proyección internacional que haya dado Menorca al mundo. Desde que se licenció en 2009 en la Escuela Superior de Música de Cataluña, Marco Mezquida (Maó, 1987) ha llenado auditorios y festivales en las principales ciudades de cuatro continentes. De Asia a Europa y América. De Tokyo a París y Nueva York. Y ha paseado sus creaciones sobre los escenarios junto a leyendas del jazz, el flamenco y la música popular. En gira continua por todo el planeta, este año hará parada en la ciudad que le vio nacer para abrir al piano las fiestas de Gràcia. El mismo nombre del barrio en el que reside en Barcelona y desde la que sigue haciendo realidad su «sueño» de «conquistar el mundo».
Ya lleva tanto tiempo viviendo fuera como en Menorca…
—Así es. Llegué a Cataluña en 2005, en 2009 terminé mi carrera y, desde entonces, he seguido residiendo en Barcelona, porque es la ciudad desde la que me muevo y que mejor me permite viajar alrededor del mundo. Tenga en cuenta que a lo largo del año hago entre 90 y 100 conciertos. Aproximadamente unos 30 son internacionales y el resto, dentro de España, pero todos implican coger trenes o aviones. Mi profesión conlleva viajar todo el tiempo.
¿Hasta cuándo piensa seguir este ritmo?
—Hasta que lo sienta. La música es mi trabajo, pero también mi pasión, e implica viajar. La verdad es que no he pensado hasta cuándo puedo seguir así. Quizás a los 40 decido parar o, por contra, llego a los 75 con tantas ganas de tocar como ahora. No tengo nada pensado al respecto.
¿Cómo lo lleva su familia?
—Estupendamente, porque ha entendido cuál es mi pasión: ser un músico de primer orden, que ha ido creciendo y cuyos retos y encargos cada vez son mayores. Cuando era un jovencito, me reclamaban solo para actuar en Menorca, cuando me implanté en Barcelona me llovieron las propuestas para actuar en lugares donde se habla el catalán. Luego, me abrí a actuar en el resto de España y, desde hace unos años, me contratan promotores de todo el mundo. He actuado en 200 ciudades de 40 países diferentes. He estado cinco veces en Japón, siete en Budapest, diez en Copenhague, 12 en Amsterdam, 25 en Italia… Cada vez el mundo se me vuelve más cercano y me programan desde Tokyo a Nueva York, de Sao Paulo a Buenos Aires.
Y, entre medias, en menos de un mes habrá actuado tres veces en Menorca: a mediados de agosto en el Principal de Maó con Salvador Sobral, el 6 de septiembre el pregón y el día 10, con Anna Ferrer en el Claustre…
—Así es. Y mire por dónde, con Anna Ferrer nunca había actuado hasta ahora. Pero lo haremos, a propuesta del Claustre, con motivo de su 15 aniversario. Siempre me he sentido muy menorquín pero, sobre todo, me considero una persona con mucha curiosidad y ganas de descubrir ciudades y países, de caminarlas, conocerlas… Mi sueño de pequeño era ser un músico reconocido y actuar en Nueva York, París y Roma, y a los 25 años de edad ya lo había cumplido.
Y ahora, con 36 años…
—Ya he grabado 25 discos como líder y entre 60 o 70 como parte de otros proyectos musicales. Cada vez apuesto más por mi obra, por innovar. Desde un trío mediterráneo junto a Martín Meléndez y Aleix Tobías en «Letter to Milos» a una formación de flamenco con Chicuelo. Paralelamente, he creado vínculos con artistas de la talla de Salvador Sobral, Andrea Motis o Sílvia Pérez Cruz. También me siento cercano a Joana Pons o Ruth Florit, artistas menorquinas que me gustan. Asimismo, he desarrollado mi vertiente como compositor, con «Talaiot», una obra sinfónica que espero presentar próximamente en Menorca y Balears. La creatividad es un campo fértil y la música y la ilusión, infinitas.
¿Con qué formación o compañero de escenario se siente más a gusto?
—Cada uno tiene algo que me emociona y encandila. Pero sin todos ellos nunca habría podido tocar junto a artistas como Noah, Chicuelo, Salvador Sobral, Andrea Motis o Sílvia Pérez Cruz. No llegas a Primera División de la nada. Todos con quienes he compartido escenario me han enseñado algo.
Dedicó su último disco «Letter to Milos» a su hijo y «Talaiot», a Menorca. Parece como si, pese a su proyección internacional, aún tenga la Isla bien presente.
—Sí, «Talaiot» es un tributo a la cultura talayótica y a la magia que la Isla despierta. Pero no soy una persona que me mueva por referentes patrióticos menorquines, sino que me inspiro en muchas cosas: en personas, mujeres, plantas, animales, ciudades del mundo…todas las experiencias de la vida.
¿Dónde está su límite?
—Depende de la personalidad de cada cual, y mi manera de ser es no conformarme nunca. La palabra conformidad no va conmigo. Y la música, como el arte y la creatividad, es infinita. Es lo que he recibido de los grandes referentes que me inspiraron y que, a los 50 años, o a los 70, siguen creando grupos, colaboraciones y vínculos que les mantienen inconformistas toda la vida.
-¿Cómo le afectó la pandemia?
—Fue una época complicada, pues al principio paró la proyección internacional, con conciertos en Nueva York que, por desgracia, no pudimos retomar. También ha habido países, como China, Japón o Honk Kong, donde tardaron año y medio en poder reprogramar conciertos. Además, tras la pandemia, el mercado se ha saturado en exceso. Todos los artistas sacan trabajos nuevos y los programadores están sobredemandados. En lo que sí me vino bien la pandemia fue en las actuaciones en España. El verano de 2020, como no podía haber contratación internacional, era de los que siempre actuaba como cabeza cartel en los festivales. Por suerte, desde 2021 se fue volviendo a la normalidad y, desde entonces, no he dejado de crear discos que han tenido un importante reconocimiento.
Entre una veintena larga de tributos, ha sido nombrado varias veces por sus propios colegas como músico del año. ¿Llenan más los premios viniendo de su propio gremio?
—Sí y no. En premios como el Ciutat de Barcelona también hay un jurado muy experto y conocedor del tejido cultural de la ciudad. Siempre es halagador que te elijan. Pero ahora me viene sobre todo a la memoria el concurso que gané el año pasado en Munich, con 12 grupos de otros tantos países en liza, y el trío del que formaba parte fue el mejor valorado tanto por el público como por el jurado.
Y, al fin, será pregonero de las fiestas de su ciudad, en Maó. ¿Cuántas veces se lo habían propuesto?
—Pues esta es la tercera. En 2015 fue Conxa Juanola, a la que tengo en gran estima, la primera que me lo planteó, pero yo entonces aún me sentía algo joven y no con tanta experiencia como para dirigirme al pueblo de Maó. Así que le dije que no. Después fue el actual alcalde, Héctor Pons, el que, hará unos tres o cuatro años, me ofreció ser pregonero, pero lo descarté porque tenía la agenda llena de conciertos. Así que este año, cuando me lo ha vuelto a proponer, ya no he podido negarme. A la tercera tenía que ser la vencida.
-Imagino un pregón al piano.
—Sí, en el Ayuntamiento tienen ganas de que interprete alguna pieza. Habrá mucha gente en la plaza que seguro que no me ha visto nunca en concierto y, para ellos, será una oportunidad de descubrir a un músico de la Isla que recorre mundo.
Pues habrá que cantar el «Es Mahón»…
—Sí, es un himno algo desfasado. Aquello de «una ciudad hermosa y galante» me parece un poco anacrónico. Sería mejor un tema en menorquín o catalán pero tampoco hay que darle más vueltas. Los himnos son himnos y, mientras a la gente le guste… Aunque la letra sea algo rimbombante, no deja de tener su gracia.
¿Y Menorca, debería tener himno?
—Es un asunto delicado, pues los himnos suelen estar ligados a ciertas cuestiones políticas, y yo prefiero que la música más tradicional, las piezas más conocidas de autores como Deseado Mercadal, estén exentas de estas consideraciones. No se puede crear un himno como si fuera el esperanto, la lengua que iba a unir a todos los europeos. Así que, si la Isla no tiene himno será porque no lo necesita. El mayor legado cultural o musical de Menorca son sus canciones populares, las que se cantan en lugares como Es Cau y la gente reconoce. Ahora pienso en «La Balanguera». No sé en qué momento, ni por qué, se eligió como himno de Mallorca, ni qué necesidad había de ello.
¿Qué queda de aquel chaval que, con siete años, se puso a estudiar piano con Tomé Olives y Ricard Ramisa como profesores? ¿Aún mantiene contacto con ellos?
—Sí, sigo teniendo la misma relación de amistad y estima de entonces. Como la conservo también con mis otros profesores, Isabel Félix y Suso González. Aunque haya salido de la Isla y triunfado a nivel internacional, tengo los pies en el suelo, e intento ser la misma persona sincera y humilde que era. Por eso les estoy tan agradecido. Les debo mucho. Han sido personas claves en mi formación. Ellos me dieron la confianza y motivación que precisaba, y no dejaré de mencionarles en el pregón.
¿Le gustaría volver algún día y retirarse en Menorca?
—Siempre me gustará tener un pie en la Isla pero, por mi manera de ser, no puedo vivir en un sitio tan pequeño. En Menorca pasé los 18 primeros años de mi vida y, por ello, la quiero y valoro. Pero no siento la morriña extrema de otros menorquines cuando se hallan fuera de la Isla. Como Ponç Pons, que se fue de viaje a Nueva York y a los diez días ya quería regresar. Eso a mi no me ocurre. No tengo excesivas ganas de volver a vivir en Menorca. Cada ciudad que visito me atrapa, y lo que realmente me motiva es seguir conquistando el mundo. Para cumplir mis sueños e ilusiones. Intento trabajar lo mejor que sé para que la música que cree sea tan potente y preciosa que alegre al público y me permita seguir viviendo así. Estoy en un momento muy precioso y exigente.
El apunte
A punto de estrenar nuevo proyecto, ‘Tornado’, y de presentar su ‘Talaiot’ sinfónico en las Islas
¿En qué proyecto trabaja actualmente?
—Estoy a punto de impulsar un nuevo proyecto como creador, que se llamará «Tornado» y que contará con la colaboración del contrabajsta japonés Masa Kamaguchi. El espectáculo lo presentaremos el 13 de septiembre en el Mercat de Música Viva de Vic y en Madrid. Pero también seguiré actuando en solitario, haciendo el «Letter to Milos», algún dueto con Andrea Motis y tocando «Talaiot» en las Islas con la sinfónica de Balears.
Lleva 23 conciertos entre julio y agosto, le esperan otros 14 hasta octubre (gira por Japón incluida)… ¿Entre tanto concierto le da también para componer, para crear nuevas obras?
—Sí, generalmente creo mientras estoy de gira, aunque siempre aprovecho los pequeños parones que hay cada mes. Enero y febrero sí son meses más reflexivos, en los que trato de trabajar de forma menos expansiva.
¿Pero tampoco le cambia tanto la vida, no?
—Invierno no es tan distinto, no. Igualmente viajo mucho. Y eso es porque soy posiblemente uno de los cinco músicos que más conciertos realiza, de forma continua, en todo el territorio español. Desde 2015, doy un centenar de conciertos al año. Pero sí que cada vez potencio más las actuaciones en las que soy el líder de la formación, lo que hace que necesite también más tiempo para crear y componer.
¿Cuántas horas al día se pasa al piano?
—Intento no hacerlo cada día. Cuando dispongo de tiempo libre y he de preparar nuevo repertorio, sí me pongo a componer. Pero cuando tengo más conciertos, dejo espacio para otras cosas, para no cansarme.
Para ir a llevar a su hijo al ‘cole’, por ejemplo…
—Pues sí. Tampoco quiero dar la impresión de que no estoy nunca en casa. Llevo al pequeño a la escuela siempre que puedo, sí, y paso con él el máximo tiempo que mi profesión me permite. También me gusta jugar al ping-pong, ir al cine, salir de fiesta con mis amigos, de restaurantes, leer, pasear… Y voy a buscar telas que mi vecina aprovecha para tejerme camisas nuevas.