La diseñadora textil norteamericana Susan Unger, que reside desde hace más de cincuenta años en Alaior, presenta el próximo jueves 19 de junio, a las 19 horas, en el Convent de Sant Diego el libro «El arte de Susan Unger. Imperfecto, impermanente, incompleto» que refleja su obra de tapices y prendas elaboradas e inspiradas durante cinco décadas en el paisaje de Menorca.
Además, en dicho espacio cultural también expondrá una muestra de 44 piezas de ropa vintage, arte textil y elementos de su histórico taller en la Isla.
Tanto el montaje de la exposición como la edición del libro, de 390 páginas y más de 750 ilustraciones a todo color, cuentan con la dirección artística de Carine Vyfeyken, autora asimismo de las fotografías que ilustran el voluminoso libro, una diseñadora y estilista belga que desde hace años tiene una segunda residencia en Alaior.
Tanto Susan Unger como Carine Vyfeyken conectan con la filosofía Wabi-sabi, un concepto japonés que se refiere a la belleza de la imperfección, la transitoriedad y la humildad, que se caracteriza por apreciar la belleza natural, el paso del tiempo y la simplicidad, rechazando la perfección y el exceso.
¿Dónde nació y qué estudios realizó?
—Nací en Harrisburg, Pennsylvania, en 1949. Después de estudiar los primeros doce grados, a los 18 años me fui a la universidad al Bennington Collage, en el estado de Vermont, dedicado al arte y estudios intensivos independientes. En 1971 me gradué en Filosofía y Letras, acabé los estudios y para celebrarlo vine con una amiga a Menorca.
¿Por qué precisamente Menorca?
—Viajé con una amiga Marita Dempster para visitar a sus parientes en la Isla. La madre de Marita vivió con su familia durante la Guerra Civil en Maó.
Hace más de cincuenta años la Isla era muy diferente, ¿no?
—Claro que sí, era muy diferente y tanto, venimos para pasar unos meses, llegamos el mes de noviembre y tuvimos la oportunidad de conocer la fuerza de la tramontana.
¿Dónde se alojaron?
—Nos instalamos en la casa de Sa Garrigueta, en es Pou Nou, a poca distancia del pueblo de Sant Lluís, una casa con un pinar que era propiedad de la familia Colorado, el señor tenía una casa en la calle Bellavista, en Maó, y había sido alcalde de Maó. Se trataba de una familia muy conservadora y nosotras éramos jóvenes y recién graduadas en USA, fue como el choque de dos mundos diferentes.
¿Cuánto tiempo estuvo en esta casa?
—Después de unos meses en Sa Garrigueta, con la tramontana que soplaba a menudo, mi amiga y yo buscamos un sitio más cálidos y en febrero de 1972 fuimos a Marruecos y otras zonas del Mediterráneo. Unos meses después, en mayo volví a Menorca.
¿Por qué? ¿Por algún motivo en especial?
—Volví a la Isla porque había conocido a otros artistas en Alaior y quería estar más tiempo con ellos, al final acabé casándome con uno de ellos, Marcel Villier. Era la época que la gente del campo emigraba a los pueblos, y nosotros pudimos escoger entre las maravillosas casas de campo que estaban vacías. Con Marcel estuvimos siete años en Casa Loli en el camí de sa Furana, en Sant Climent, fue una época para crear y manifestar todo este arte que teníamos en nuestro interior.
¿Qué trabajo realizaba mientras vivió en Sant Climent?
—Me dediqué a realizar trabajos con tejidos, en este caso me dediqué a tejer tapices. Durante cinco o seis años hice tapices inspirados en los paisajes y las casas de campo de Menorca.
¿Cómo los hacía?
—Con un telar que yo misma construí, eran tapices grandes para decorar, por ejemplo, las salas de espera de médicos, entre otros. En mi caso, lo importante se trataba de la inspiración en el paisaje menorquín y luego hacía el tapiz como fuere.
¿Vendía estos tapices en la Isla?
—Bueno, hice varias exposiciones de mis tapices en Barcelona y me los compraban profesionales del sector, como interioristas y otros.
¿Hasta cuándo se dedicó a hacer tapices? ¿Estuvo muchos años?
—En 1978 compramos un casa de campo, llamada S’Olivera, en Alaior donde nos trasladamos. Por aquel entonces ya había empezado experimentar con la serigrafía. En Maó había un norteamericano que con sus hijas había abierto una tienda, llamada Ángel 29, donde ahora está Argos, era una tienda de ropa, yo les ayudaba y fue cuando entré en el mundo de estampar telas y ropa. Siempre suelo decir que mi cabeza iba más deprisa que mis manos, lo de tejer se me hacía muy lento. Trabajé con la serigrafía hasta 2006 cuando cerré mi empresa.
¿Dónde tenía su taller en Alaior?
—Los primeros años vivía en la Plaza España número 30 y luego al nacer mi hija volvimos a la casa de campo de S’Olivera. Posteriormente, gracias a una señora, Ángela Petrus, que era la experta en el control de calidad, me encontró un taller en la misma plaza que había sido una fábrica de zapatos.
¿Cómo fueron estos años de actividad?
—Durante esta época el Gobierno de España promocionaba el sector textil y subvencionaba la asistencia en ferias. Por ello, de 1986 a 1988 pude mostrar mis trabajos en los desfiles de Cibeles en Madrid y en 1988 y 1988 también participé en los desfiles de Milan.
Tuvieron éxito sus colecciones de moda?
—Quiero subrayar el hecho que para Alaior en esta época hicimos una labor importante en el sector textil, al igual que la industria del calzado y la producción de queso. Por ejemplo, en 1979, la reina Sofía fue fotografiada con una camisa de mi primera colección «Violeta des Molí». A la cantante mallorquina Maria del Mar Bonet le hice casi toda su ropa, yo la vestía como una diosa, la diosa griega, la diosa Tanit, con ella congeniamos mucho, he creado mucha ropa para ella. También el cantante catalán Lluís Llach y además hice una colaboración importante con el bailarín Nacho Duato, diseñé el vestuario para el ballet «Duende».
¿Por qué se estableció de nuevo unos años en Nueva York?
—En 1994, mi hija ya tenía 13 años y estaba terminando 8º curso de EGB para luego ir al instituto. Nos fuimos a vivir 12 años a Nueva York, en Manhattan, monté otro taller en esta ciudad fue un desafío increíble, que todavía no me lo creo que lo hiciera. Una amiga se quedó en mi casa de la Isla.
¿Fue su última experiencia profesional?
—No, en 2006 tuve una oferta de una empresa americana, como un gran almacén tipo El Corte Inglés. Era una época que para una empresa pequeña que hacía el producto en el país con empresas como Zara y Mango vendiendo a una décima parte del precio, pues no tienes negocio.
Entonces le convenció la oferta de esta compañía.
—Sí, de hecho esta oferta fue una bendición para mí y pude dejar mi taller para ir a trabajar para esa compañía. Fue como hacer un máster porque era en el segmento del hogar e hicimos productos en China, la India y Turquía, tenía que viajar y ver las fábricas, trabajar con ellas, diseñar y tener el producto. Entonces, ir de mi pequeña empresa que trabajaba para un sector pequeño a diseñar para el gran público fue un cambio importante y a la vez fantástico ver este aspecto del negocio. Estuve hasta el 2013 cuando me jubilé.
Se jubila y de nuevo se instala en Menorca, ¿qué ha estado haciendo durante estos años?
—Al volver a Menorca, pude remodelar mi casa de campo de Alaior, ya que había ahorrado algún dinero. Hasta ahora me he dedicado a pintar cuadros al óleo, a hacer talleres de Wabi-sabi, que es un concepto japonés que afirma que observando la naturaleza vemos que la realidad es imperfecta, es impermanente, es incompleta, no tenemos que preocuparnos por la perfección porque no la hay, por muy perfecto que quieras hacer tu trabajo siempre se encuentra algo que no es perfecto, la perfección es un concepto pero no es la realidad, la gente se vuelve loca en la vida buscando la perfección.
¿Qué consejo les da a los jóvenes artistas?
—A los jóvenes creadores les digo que no se preocupen por la perfección, uno va haciendo su trabajo y el resultado final es el que es. Estos conceptos son un alivio para el artista, no te quedas encajado de que no va estar bien.