"Esto no es Haití. Hay dinero, la gente tiene capacidad para recuperarse, incluso los bancos llaman a la gente para ofrecer créditos a los posibles afectados para hacer frente a la recuperación, que será larga". La zona norte de Australia sufre estos días el paso del "Yasi", un ciclón devastador que multiplica sus efectos por el hecho de haber aparecido pocas semanas después de unas terribles inundaciones que dejaron a miles de personas sin hogar. Pero la desgracia no se vive igual en todos los sitios.
Así lo explica Juanjo Sagnier, afincado desde 2005 en Brisbane (la tercera ciudad más grande de Australia y la capital del estado de Queensland) tras diez años residiendo en Menorca, lugar con el que mantiene una intensa relación afectiva y empresarial.
Sagnier explica que "el ciclón ha rematado la zona norte del país, el 90 por ciento de la cosecha de banana se ha perdido, y aquí la agricultura es muy importante. Está siendo muy fuerte, hay pueblos que han sido desalojados, así como zonas turísticas enteras".
Esto, cuando los efectos de las inundaciones aún son muy evidentes. "El precio de la carne ha subido un 35 por ciento porque no se puede acceder a las zonas ganaderas, ni para llevar alimento para los animales ni para transportar estos al matadero". El problema de la vivienda es acuciante. Se calcula que en Brisbane se vieron afectados por el agua unos 70.000 hogares, "y ahora no hay casas disponibles porque antes de las inundaciones solo el 2 por ciento de las casas de alquiler estaban libres. La gente se ha instalado en casa de familiares y amigos para pasar allí una temporada". Y es que la reconstrucción de las casas tardará meses y algunas zonas del país nunca se recuperarán.
El que fuera copropietario del restaurante del puerto de Maó "El viejo almacén" asegura que estos desastres ecológicos han sacado a relucir uno de los rasgos más característicos de los australianos, su solidaridad, ya que "tras las inundaciones, al menos una persona de cada familia salió a la calle para ayudar a sus vecinos". Sagnier explica que no dudó en comprarse unos guantes y una gran escoba para ayudar en una zona inundada cercana a su casa (que por fortuna se encuentra en una colina). "Limpiamos un local de unos 200 metros cuadrados, veinte personas, durante cuatro horas. Le dije al dueño que lo recuperaría, que yo sabía lo que era levantar un negocio con dificultades. Lo espectacular era ver en una esquina a una familia con comida y bebidas, asando salchichas y bocadillos en una barbacoa. Había muchas en la ciudad. Todo el mundo quería ayudar en la medida de sus posibilidades". Las redes de voluntarios son muchas y las empresas, dice Sagnier, tienen una gran conciencia social. De hecho, Sagnier es distribuidor en exclusiva para Australia de una importante marca de alimentos española, Campofrío, y ha iniciado una política de descuentos para clientes afectados.
Parecido a Menorca
Juanjo Sagnier sostiene que los australianos son muy parecidos a los menorquines, sobre todo por su condición de isleños, y a pesar de que en el caso de Australia la isla es todo un continente. "Incluso las dos islas se parecen, tienen la misma forma". Explica que el australiano tiene un carácter tranquilo, acogedor, pero en ocasiones muy suyo, disfruta de la naturaleza, muy respetuoso con los demás, y "un poco de pueblo". "No son británicos en absoluto, ni les gusta que se lo menciones". Interactúan con una naturaleza muy salvaje, "con las inundaciones un carnicero se encontró en su casa dos tiburones, el río Brisbane está lleno de tiburones". Además destaca que los australianos tratan a todo el mundo por igual, ya sea electricista, médico o catedrático, "son muy parecidos a los menorquines, de verdad. Son muy cercanos".
"El puerto de Maó tiene que ser el corazón de la ciudad"
Durante su estancia en la Isla, Juanjo Sagnier también vivió una cierta catástrofe natural. Su restaurante, "El viejo almacén", situado en el puerto de Maó, vio como se caía una piedra de grandes dimensiones en su patio trasero, un infortunio que a la postre significó que el negocio cerrara. El tema, que conllevó una controversia con el Ayuntamiento de Maó y las aseguradoras de por medio, está prácticamente solventado, solo con algunos flecos pendientes. "En mi caso fue una cosa más aislada, pero la gente también me ayudó mucho en la Isla cuando tuve problemas". No es rencoroso, incluso solo tiene buenas palabras para el Consistorio sobre este caso y la reparación que posteriormente hizo del cantil, aunque matiza que "los políticos solucionan problemas y no previenen situaciones que después son tremendas".
Sagnier, que sigue muy de cerca la actualidad de la Isla y en concreto del puerto donde aún es propietario del inmueble del restaurante, asegura que la situación actual de la actividad comercial en la rada "es patética". Denuncia que falta creatividad y que los precios son desmesurados, "en 2004 dije en una reunión de comerciantes que los precios se tenían que bajar, que la Isla daba para lo que daba. Siempre ha sido algo desmesurado por lo que se ofrece". Y apunta directamente a la Administración pública, "nadie ha apostado por el puerto estéticamente, no se ha pensado para que pueda ser disfrutado, hay basuras por el medio, está sucio, no hay aparcamiento... La gente está muy estancada y las cosas no se sacan adelante. Tiene que ser el corazón de la ciudad y no se ha potenciado, no se han iniciado soluciones hasta el último momento y esto no funciona. El puerto debería ser la parte de la ciudad que funcionase mejor, y si está tan mal como está, ¿cómo estará el resto?" Ve la situación con pena y preocupación, "la gente no invierte, el que tiene se guarda el dinero, la creatividad no existe". Respecto a su parte de responsabilidad en la situación en calidad de propietario de los bajos del inmueble donde estaba "El viejo almacén", Sagnier asegura que el alquiler que cobra a los actuales explotadores del espacio es asequible y, ni mucho menos, está al nivel de lo que se pide por otros edificios. "No se tiene que apretar a la gente, hay que procurar que el negocio sea viable a medio plazo, los propietarios tendrían que reflexionar y bajar los alquileres".