"Estoy casado con las motos, pero la pintura es mi amante". Jeroni Marquès tiene claras sus prioridades. Separa dos mundos muy diferentes. El primero, su profesión, y el segundo conforma todo aquello relativo al arte, el que le brinda la libertad creativa con la que deja fluir sus emociones. "Mucha gente se sorprende cuando contempla mis paisajes menorquines. Algunos deben de pensar: "Mira qué sensibilidad que tiene Jeroni". Se extrañan y no les cuadra, pero la verdad es que me siento muy a gusto con la pintura, aunque reconozco que soy muy crítico conmigo mismo", comenta.
El pintor expone estos días en la galería Kroma de Maó una bella colección de parajes naturales marcados por la luminosidad y el gesto con los que logra captar la especialidad de la atmósfera de la Isla. Estampas muy reconocibles (Illa del Rei, Binidalí, Camí de Fonduco, S'Olla de Cavalleria...) con las que retrata elementos típicos, entre otros, como "llaüts", calas vírgenes, campos primaverales o casas menorquinas. Un universo con el que dibuja -movido por un proceso impulsivo- la Menorca que tanto admira. "En la próxima muestra no descarto incluir la figura en el paisaje", avanza.
Admite la influencia del artista ruso Isaak Levitán, del siempre magnífico Sorolla o del americano John Singer Sargent. Escoge el óleo sin miramientos, dice que por su versatilidad y por sus colores infinitos. "Es el rey de los materiales", subraya.
Para Jeroni Marquès un cuadro ha de ser fluido, "como cuando escribes un libro", señala. En este sentido, le gusta poner sus obras en cuarentena, para ver sus defectos. Y exhibe sin tapujos los estudios de lienzos mayores con el atractivo de un trabajo poco recargado que también resuelve sin problemas. Comenzó a pintar a los 23 años y "nunca dejaré de hacerlo mientras viva". De Félix Ovejero aprendió dibujo y perspectiva. Técnica que con el tiempo le ha permitido recrearse en espectaculares panorámicas de Maó o en la profundidad de unas propuestas que convencen.