¿Qué profesión puedo realizar que me permita caminar y disfrutar de la naturaleza y además me paguen? Esta fue la pregunta que se hizo Rotger Marugán antes de convertirse en pastor en el Pirineo, concretamente en la Val d' Aran (Lleida). Lo más curioso es que Rotger, a sus 36 años, es piloto de avionetas privadas. Sin embargo, hace apenas unos años decidió cambiar una carrera profesional con proyección y una vida prácticamente asegurada económicamente, por un oficio tan poco valorado y difícil como el de pastor, y que exige además un hábito de soledad y un conocimiento de los animales poco comunes. Actualmente, se encarga de cuidar de junio a octubre, aislado en la montaña, unas 530 vacas y ocho toros de carne de raza bruna (originaria del Pirineo) por un salario de 1.500 euros mensuales.
La mayoría de los pastores lo son por tradición familiar o por necesidad, en cambio Rotger asegura que es pastor como consecuencia de una profunda reflexión y de una búsqueda de satisfacción personal. "Ser pastor me aporta paz y libertad", explica con entusiasmo y precisión. "La vida es muy corta y hay que sacarle toda la esencia y la montaña y los animales me aportan además una gran experiencia", añade concluyente. "De pequeño siempre me ha gustado coger la mochila y marcharme de acampada", justifica su inusual vocación pastoril y gusto por la naturaleza casi virgen.
Rotger Marugán nació en Barcelona pero la mayor parte de su vida vivió en México D.C., donde se trasladaron sus padres por motivos laborales. A los 19 años se marchó a Canadá donde estudió para convertirse en piloto privado. "Cuando terminé ya tenía trabajo asegurado, pero me horrorizó pensar lo planificada que ya estaba mi vida y lo artificial y falso que me parecía todo". Unos años más tarde y por consejo de un amigo se trasladó a Menorca, donde trabajó "de todo y en todo"; construcción, jardinería, almacenista. "La Isla me encantó y he dejado muchas puertas abiertas", afirma.
Precisamente, cuando estaba en Menorca le llegó la noticia de la existencia de una escuela de pastores en el Pallars Sobirà, una comarca de alta montaña en la provincia de Lleida. "Tenía trabajo en Menorca, pero lo dejé todo y eso que estábamos en crisis, quería probar", explica aún sorprendido por aquella decisión tan aventurera entonces y ahora tan acertada y ajustada a su manera de entender la vida. En la escuela aprendió nociones teóricas y prácticas sobre el pastoreo. Relata que las prácticas como aprendiz las llevó a cabo en pastos de la Val d'Aran donde ayudó a un pastor que cuidaba 1.500 ovejas. "Prefiero las vacas, son más fáciles de controlar", asevera entre bromas. Este trabajo le permitió entablar amistad con los pastores de la zona y al poco tiempo uno de ellos le ofreció quedarse con su puesto de trabajo al cuidado de 500 vacas. "Me dijo que lo dejaba todo, que se había enamorado de una chica de Madrid. Él también era de Madrid. Estaba agobiado porque aún le quedaban dos meses de trabajo en las montañas y no quería quedar mal con los ganaderos", cuenta. Rotger Marugán empezó así su oficio de pastor, en el que ya lleva tres años.
En junio, los ganaderos dejan las vacas en una finca situada a unos 1.500 metros de altura y en ese momento Rotger se encarga de conducir el ganado a prados más verdes y a mayor altitud (hasta 2.000 metros) a medida que el verano los va agostando, en una extensión aproximada de 15.000 metros cuadrados. El ganado pasta en libertad las 24 horas del día, limitado por los accidentes naturales de la montaña y por la frontera francesa. "Llevo las vacas a tres alturas y tengo cuatro cabañas a las que me voy mudando según cambio de pastos", comenta. Cada mudanza implica también el trasiego de víveres a peso. "Primero los llevo hasta donde me deja el coche - en la primera cabaña- y luego los voy cogiendo según los voy necesitando. Hay que tener en cuenta que las cabañas no tienen luz y no tengo nevera, aunque realmente consumo muy poco", explica, "y tampoco hay cobertura de móviles", apostilla con una sonrisa.
"Mi trabajo consiste en controlar las vacas y atenderlas cuando tienen mamitis, cojeras o cualquier otro problema. Con la experiencia vas aprendiendo", comenta con pasión. En este punto de la conversación Rotger confiesa que una de sus reses fue atacada el año pasado por un oso pero por suerte no la mató. "Tenía tremendos desgarros, pero sobrevivió", resalta. Incluso explica que también ha sufrido el robo de algunas de las herramientas de trabajo que utiliza y guarda en las cabañas, como los pastores eléctricos. A pesar de este tipo de incidencias, afirma ser afortunado porque la montaña le permite disfrutar de paisajes únicos, paz, tranquilidad y de otra de sus pasiones, la lectura y la escritura.