Al terminar sus estudios en Sociología, Carlos Mayans Torres (Ciutadella, 1990) tenía bien claro que sus planes, «más que la utopía de encontrar trabajo en España», apuntaban a viajar y vivir nuevas experiencias que le aportaran crecimiento personal. Así, hizo la maleta para trabajar como voluntario en Inglaterra, donde descubrió un campo que ahora le fascina, el mantenimiento de huertos y jardines y el cultivo biodinámico, una tarea que ocupa gran parte de su nueva vida en una comunidad del sur de Escocia.
¿Qué fue lo que en su caso le llevó a vivir en el extranjero?
— Al terminar mi licenciatura en Barcelona, tenía la sensación de que necesitaba un cambio, y la opción mas fácil o natural para mí pasaba por cambiar de aires, de cultura, conocer nueva gente... Vivir en el extranjero y hacer algo distinto me pareció ser la mejor manera para abrirme nuevos caminos.
¿Siempre le atrajo esa idea o fue algo repentino?
— Siempre me ha atraído la idea del cambio. Supongo que desde hace tiempo tengo una visión romántica sobre viajar y vivir en países y culturas diferentes, especialmente desde que salí fuera de la Isla para estudiar. Empezar de cero en un nuevo lugar. Pienso que al encontrarnos fuera de nuestra zona de comodidad, fuera de la cultura propia y la gente mas próxima, uno aprende a estar más abierto a aprender y a conocer, a escuchar de forma diferente y a expresarse, teniendo que utilizar otro lenguaje. En definitiva, aprendes a romper barreras.
Su experiencia la está viviendo en dos etapas. La primera de ellas como voluntario en Inglaterra. ¿Qué nos puede contar de esa aventura? ¿Qué le aportó?
— En Inglaterra pasé un año como voluntario en el centro de educación por la paz ASHA, a través del Servicio de Voluntariado Europeo. Allí tuve la oportunidad de convivir y trabajar con otros seis voluntarios de diferentes países, además de los trabajadores, en un ambiente y un paraje únicos, al suroeste del país. En ASHA trabajamos en el huerto y los jardines, cocinamos para el resto de nuestros compañeros, participamos en los diferentes cursos de formación que allí se ofrecían, organizamos algunos eventos y participamos en otros; siempre había algo por hacer y aprender. Mi tiempo allí me aporto muchas cosas: cambios positivos, claridad de ideas, disciplina, la oportunidad de conectar con personas de otras culturas, escuchar historias apasionantes, descubrir lados de mí mismo que desconocía, conectar con la naturaleza...
Esa estancia solo duró un año, pero le sirvió para averiguar su pasión por la horticultura... Me comentaba en su presentación que había descubierto el potencial social que tiene trabajar en una huerta. Cuéntenos...
— Sí. Hay muchas razones por las que pienso que volver a las raíces, a lo que nos une y beneficia como colectivo, es más vital hoy que nunca, y creo que estas raíces las encontramos esencialmente en la agricultura, en volver a entender los procesos naturales; trabajar con la tierra y cultivar nuestros propios alimentos de manera local. No solo en trabajar por un bien común de forma colectiva se encuentra el potencial social de la horticultura en particular, sino que se trata de una actividad abierta, educativa y terapéutica. Todo el mundo puede disfrutar trabajando la tierra y sentirse importante en el huerto, desde niños hasta ancianos; personas con algún tipo de discapacidad, personas sin un nivel de estudios, desempleados... Las habilidades de cada persona se pueden adaptar a la tareas necesarias de la huerta. Hay muchos proyectos y asociaciones hoy en día que trabajan con el efecto terapéutico y educativo que el huerto tiene en las personas, aparte de producir alimentos sanos para el autoconsumo o la venta. La huerta es un espacio abierto para la creatividad y el desarrollo personal y colectivo.
Y fue la horticultura la que le llevó precisamente hasta su nuevo destino, en Escocia. ¿Por qué allí?
— Cuando decidí profundizar en el tema de la agricultura, concretamente la biodinámica, tenía claro que quería realizar mi aprendizaje en un lugar donde el aspecto social estuviera muy presente. Visité varios sitios, centros y comunidades donde ofrecen el curso de dos años y el que más me convenció fue Loch Arthur Camphill, en Escocia, una comunidad donde aparte de llevar a cabo agricultura biodinámica en el huerto y en la granja, el sentido de comunidad y trabajo colectivo forma parte del día a día. ¡Y aquí estoy!
¿Qué es exactamente la agricultura biodinámica?
— La biodinámica va un paso mas allá de la agricultura ecológica y entiende a las plantas y animales como parte de un sistema mas complejo, conectados con la tierra y sus procesos internos, pero también con el cosmos, los procesos y los efectos de los astros. Su promotor, Rudolf Steiner, describió en 1912 cómo las fuerzas vitales en plantas y animales también sostienen la vitalidad de la persona que los come.
Ahora que se ha introducido en este mundo, ¿qué opina de los hábitos alimentarios del mundo occidental?
— En realidad pienso que, por lo general, el ritmo y estilo de vida en occidente no dejan mucho espacio para prestar atención a temas tan principales como la alimentación. Un tema importante para mí es que cada vez estamos mas separados de las granjas y huertos locales, y grandes compañías capitalistas monopolizan la producción alimentaria. Las prácticas de estas grandes empresas no van encaminadas tanto hacia la salud y el medio ambiente, sino hacia la maximización de los beneficios y la producción, mediante el monocultivo y sobreexplotacion de la tierra, utilizando todo tipo de productos químicos, fertilizantes, pesticidas o herbicidas, que se mantienen en la comida, en las personas y en el medio ambiente en general. Esta es la comida que se come normalmente y que compramos en el hipermercado, la barata, la comida no ecológica. Somos lo que comemos, y si analizamos un poco el incremento en el numero de enfermedades y su frecuencia en los últimos años, creo que algo en la comida anda mal. Pero claro, con lo caros que son, ¿quién puede permitirse comprar alimentos ecológicos?
¿Consume las cinco piezas frutas y verduras al día?
— Como frutas y verduras ecológicas cada día. En la comunidad, y especialmente en la casa donde vivo, intentamos mantener una dieta sana y equilibrada, pero todo está tan rico que es muy complicado no comer mas de la cuenta...
Por lo que cuenta, parece que viven como en una pequeña sociedad autosufieciente...
— Loch Arthur es en gran medida una comunidad de trabajo. Hay una granja y un gran huerto, cuidamos del bosque alrededor, producimos quesos y productos lácteos en la lechería; panes y cereales en la panadería. También tenemos una carpintería, un taller de tela... y además hacemos todo el trabajo doméstico diario de cocina y limpieza. El trabajo en la comunidad responde a una necesidad fundamental de ser útil y activo: ofrece oportunidades para el encuentro con otras personas, de tener un propósito compartido, lo cual ayuda a crear un fuerte sentido de comunidad. Todo lo que producimos va dirigido hacia la autosuficiencia de la comunidad, pero también está abierto hacia fuera, hacia la venta de productos de calidad a través de la tienda y café en Loch Arthur.
Un proyecto de voluntarios en el que también trabajan personas con discapacidad...
— Sí, este es uno de los factores que hace de la comunidad un lugar muy especial. Aquí vivimos alrededor de 80 personas, entre familias, voluntarios y personas con discapacidad. En cada uno de los siete hogares vive una pareja, a veces con hijos, que son responsables de la casa. También viven unos tres o cuatro voluntarios, más cuatro o cinco residentes o personas con discapacidad. La casa es el hogar de todos los que vivimos allí, no hay horas dentro y fuera de servicio. Algunas personas necesitan ayuda con el cuidado personal o para ir de compras, otras necesitan apoyo emocional... pero se intenta que esta ayuda se dé y reciba desde el cuidado mutuo, el respeto y la amistad. Cada persona aporta lo que puede, acorde a sus posibilidades y habilidades, tanto en la vida en la casa como en el trabajo.
¿Percibís alguna remuneración por vuestro trabajo?
— Recibimos lo que aquí llamamos «dinero de bolsillo», unas 110 libras al mes el primer año, y 160 a partir del segundo. Aparte de esto tenemos derecho a alrededor de 60 libras al mes por vacaciones. Comida, agua, productos de limpieza y todos los costes de vida están básicamente cubiertos por la comunidad, así que incluso puedo ahorrar algún dinero.
¿Qué planes de futuro tiene?
— A medio plazo voy a seguir viajando y aprendiendo. Cuando acabe mi tiempo aquí me gustaría seguir ganando experiencia en agricultura y cultivo natural, visitar otros centros y proyectos donde se trabaje con huertos y personas, y que me ayuden a perfilar mis propios proyectos. Hay miles de opciones ahí fuera y tengo la suerte de conocer a personas en diferentes países que me pueden ayudar a encontrar lo que quiero. Pero tampoco me gusta hacer planes a largo plazo, así que intento vivir en el ahora y estar abierto a lo que venga en su momento.
¿En qué plano queda su carrera como licenciado en sociología?
— Es algo que esta ahí y que me sigue ayudando a analizar cómo funciona el mundo y las problemáticas sociales. Pudiendo entender esto, creo que la sociología te da un buen bagaje a la hora de pensar en lo que uno quiere y puede hacer más adelante, posibles soluciones, proyectos e ideas que puedan aportar algo positivo en el mundo, que es lo que más hace falta.
¿Qué le parecen las frutas y verduras de Menorca frente a las que ha cultivado fuera?
— La verdad es que el clima es lo más determinante a la hora de cultivar frutas y verduras, y por lo tanto es difícil comparar, ya que cultivamos muchas cosas diferentes y en invernaderos. El sol y la luz de la Isla le dan un sabor a las frutas y verduras que no tenemos aquí, donde llueve día sí y día también. Por otro lado, en el huerto donde trabajo la tierra es muy fértil y esto se nota en lo que producimos, en la vitalidad de los sabores. Pese a ello, pienso que los sabores de la Isla son mucho mas intensos, ¡y un regalo para el paladar!