A la familia Mosqueira Roncal la vida les sonríe, y cada uno de sus cuatro miembros se lo agradece con otra sonrisa. Alfonso, su esposa Rossana y sus hijas Sharany (13 años) y Gracia (8), nacida en la Isla, han encontrado su lugar en el mundo en Menorca, donde hacen planes a largo plazo. Hablamos con el cabeza de familia, un núcleo, no obstante, en el que todos y cada uno tienen algo que decir.
¿Recuerda su primer día en la Isla?
— Sí, fue un 1 de noviembre de 2006. Viajamos desde Perú con la ilusión de conocer el lugar y trabajar aquí. Me acuerdo de que tenía que presentarme a trabajar en la Clínica Juaneda Menorca a las ocho de la mañana. Me puse una chaqueta y una corbata, al estilo Perú, y llegué una hora antes porque no sabía lo del cambio de horario invernal en Europa. Así que estuve un buen rato esperando en la recepción a que me recibiera el director de la clínica. Acto seguido, me entrevistaron y comencé a trabajar.
Supongo que no es fácil tomar la decisión de viajar 10.000 kilómetros para comenzar una nueva vida...
— La vida me ha dado muchas oportunidades y hemos podido aprovecharlas en los momentos adecuados. Un año antes había estado en Mallorca como parte de los estudios de Medicina. La carrera dura siete años, y luego tienes que elegir una especialidad, y en mi caso fue la anestesia. Después de trabajar en la sierra de Perú hice el MIR, y en el último año de especialidad opté a una rotación internacional, que hice en Son Dureta. Allí estuve trabajando tres meses en cardioanestesia. Fue durante aquella época cuando un fin de semana conocí Menorca, y me gustó mucho; me pareció un sitio de cuento comparándolo con Lima, la capital de donde venía.
Pero regresó de nuevo a su país...
— Sí, acabé la rotación en Son Dureta y volví a mi país para terminar el MIR y comencé a trabajar. Entonces gané una plaza de concurso en Amazonas, fuimos a la selva a trabajar para la seguridad social cuatro o cinco meses. Y cuando estábamos allá nos contactaron desde aquí para ver si estábamos dispuestos a venir para cubrir una baja de una anestesióloga que en ese momento estaba embarazada. Lo hablé con Rossana, a quien ya le había comentado cómo era la vida en Menorca y, pensando en la mejor decisión para nosotros, decidimos venir. Afortunadamente, ella siempre me ha apoyado.
Venir desde tan lejos para hacer una suplencia temporal parece una decisión arriesgada...
— Si lo vemos desde la perspectiva actual, mucho. Porque dejamos mucho detrás... casa, familia. Prácticamente regalamos muchas de nuestras cosas en Amazonas. Vinimos a conocer y a probar suerte dejando atrás una etapa.
¿Cómo fue la adaptación?
— Fue difícil. Personalmente, dar anestesia en Lima con la tecnología de primera y llegar aquí y tener una tecnología igual o mejor, me fue bien en lo profesional. Para Rossana y Sharany, al principio, fue más difícil entre la escuela y las pocas personas que conocíamos. No haces amigos de la noche a la mañana, pero es cuestión de tiempo.
Siempre es más fácil adaptarse a un sitio si desarrollas una actividad laboral fuera de casa...
— Rossana: La verdad es que sí que fue un poquito duro porque veníamos, como decía Alfonso, de una situación en la que habíamos dejado mucho detrás. Los primeros días aquí era como si estuviéramos con el piloto automático. Pero un día, sentada en Es Pins, con Sharany jugando y yo embarazada, fue como que abrí los ojos, y mirando a mi alrededor me pregunté «¿qué hago yo acá». Sin familia, sin amigos. Fue como despertar de un sueño, pero siempre tengo ese impulso de pensar que si ya estamos sobre el burro, para adelante con muchas ganas. Él me propuso que nos pusiéramos de plazo un mes, y si pasado ese tiempo no nos adaptábamos nos volveríamos igual que vinimos.
A la vista está que no hizo falta...
— Rossana: A medida que iba conociendo Ciutadella, mi hija iba haciendo amigos en el parque y en el colegio, nos fuimos encontrando más a gusto... Esto es un paraíso y la gente muy amable, lo que hizo que el cambio de chip de castellano al menorquín no nos fuera difícil. Fue un poquito duro, pero a la vez lo supimos sobrellevar.
¿Se han sentido bien acogidos?
— Sí, llevamos nueve años aquí. Y sí, el hecho de tener un trabajo y que la gente te vaya conociendo es como un proceso mágico. El acogimiento ha sido espectacular. Yo siempre le digo a Rossana que acá estamos en el paraíso, tanto familiar como laboralmente. Nunca hemos tenido ningún problema por el hecho de ser de fuera.
¿Hay comunidad peruana en la Isla? ¿Están en contacto con ella?
— Sí, aunque somos muy pocos; y por culpa de la crisis son muchos los que han regresado. Pero el contacto directo no lo tenemos. Yo casi siempre estoy de turno y eso nos obliga a estar cerca de Ciutadella por si hay alguna urgencia. Cuando nos vamos a Maó nos sentimos como si hiciéramos un gran viaje. Hay días que libro, pero la forma de trabajo que tengo es al llamado...
Llegan a España en noviembre 2006, a las puertas de una gran crisis... ¿Tuvieron miedo de tener que regresar?
— La crisis económica nos preocupaba entonces porque veíamos a muchas personas que regresaban a sus países. Pero nos dimos cuenta de que si hacíamos lo que nos gustaba en cuestión trabajo, aunque disminuyeran los ingresos por los recortes, podíamos mantenernos y seguir adelante.
No solo no les asustó, sino que además fueron emprendedores y decidieron montar un negocio, un gimnasio...
— Rossana: Lo que ocurre es que nosotros venimos de un país que casi siempre ha estado en crisis; la tenemos como modo de vida. Yo soy licenciada en Educación Física, y además de maestra hay que decir que desde muy pequeña practiqué la gimnasia artística a nivel competitivo. Fui profesora en Perú durante nueve años. Cuando llegué, aquí todavía nadie me conocía y la homologación estaba en trámite, algo que lleva su tiempo. Mientras tanto, decidí tomarme mi año sabático; luego no había bolsa de trabajo por culpa de la crisis, esperé, esperé y esperé, y tras trabajar como recepcionista durante unos meses, me decidí a hacer lo mío, y así emprendimos un negocio de gimnasio con un amigo en Es Mercadal. Las cosas se mueven poco a poco, pero las ilusiones son súper grandes.
¿Qué echan de menos?
— La familia, por supuesto. A veces la comida también, una gastronomía que está de moda y de la que últimamente se habla mucho. Pero la verdad es que pocas cosas extrañamos. Las visitas a Perú las solemos programar cada dos o tres años; viajar los cuatro durante un mes es complicado... Yo soy autónomo, tenemos que dejarlo todo controlado o ir ajustando muchas cosas. El viaje es muy caro... Mi madre sí que vino a pasar un verano con nosotros, y los padres de Rossana están pendientes de venir.
Cuando se les pregunta por la experiencia global en la Isla, son las hijas quienes toman la voz cantante. «Ha sido genial», dice la más pequeña, menorquina de nacimiento». Su hermana mayor asegura que ella se queda con las fiestas de Sant Joan antes de devolver el turno a su padre... «Lo mejor es que estamos los cuatro juntos. Que podemos disfrutar de la unidad familiar», sentencia. «Aquí la calidad de vida es única».
Se les ve muy a gusto. ¿Cuál es su plan de futuro?
— Rossana: Hay una anécdota. Cuando regresamos la primera vez a Perú, pensábamos que al volver de allí íbamos a añorar todo. Lo más bonito fue, indudablemente, ver a la familia, eso no tiene precio, pero veníamos de un sitio muy tranquilo y nos sentimos como abrumados por el alboroto de la calle. Pero cuando volvimos acá, dijimos «hemos llegado a casa, por fin».
Por lo tanto, Menorca es un proyecto a largo plazo...
— No pensamos en volver, más ahora que Rossana ha retomado su carrera profesional. Yo también estoy muy feliz con mi trabajo y los amigos que tenemos son muy buena gente. Cuando pido un consejo, siempre están ahí. Dejar esto no lo veo venir.
Sin embargo, supongo que siguen al tanto de la actualidad en Perú...
— Sí, pero tampoco con mucha frecuencia. Gracias a internet resulta fácil. También habrá elecciones próximamente. El presidente del país, Ollanta Humala, económicamente parece que lo está haciendo bien según los índices que hay, pero en la práctica creo que los números no son reales; la situación de pobreza extrema existe y la calidad de vida no es buena salvo que se sea de una clase social económica muy alta. La gente como nosotros, de clase media, tiene que trabajar, mañana tarde y noche, si no, no llega. Eso no creo que cambie, es algo cultural.
Volviendo con el idioma, sus hijas hablan un perfecto menorquín. ¿Y ustedes?
— Al principio fue difícil, porque prácticamente no entendíamos nada, pero con el tiempo diría que ahora lo comprendemos bien; muchas de las personas con las que nos relacionamos y nuestros amigos son ciutadellencs y hablan en su idioma natal, y eso nos ayuda porque seguimos aprendiendo. Tal vez tengamos un poco de temor a hablarlo, no conseguimos el tono y el acento que le dan nuestras hijas. Pero de vez en cuando algo decimos... A mis pacientes sí que les saludo en menorquín.
Rossana: Al principio nos matriculamos en la escuela de adultos para estudiar catalán. Y eso fue porque las reuniones en el colegio eran en menorquín. Me costaba entender, y como maestra me sentía mal. Eso también nos ayudó a mejorar la comprensión.
Toda la familia tiene la nacionalidad española... ¿Qué le parecen los exámenes que hay que pasar y el hecho de que haya que pagar una tasa para obtenerla?
— Nosotros también hicimos el examen cultural en el Poder Judicial, y creo que era lo mínimo que puedes hacer si quieres conseguir la nacionalidad, hay que saber algunas cosas básicas. No te piden sacar un diez. En cuanto a la tasa, creo que en el momento de crisis no debería hacerse, más si no se hacía antes. Yo la quitaría.
¿Su rincón favorito de la Isla?
— Fornells, Fontanelles, que es una desconexión total, Sanitja, La Vall...