Confiesa que con el paso del tiempo recorrer la distancia entre ambas puntas de la Isla se le hace cada vez más cuesta arriba. Una señal inequívoca de que «me he hecho menorquín», reconoce Silvano, quien el año que viene cumplirá ya dos décadas en la Isla, un periodo que «ha pasado súper rápido, pero han sido unos años fantásticos». A continuación, nos cuenta su experiencia.
Curiosa fecha la que eligió para venirse a vivir a la Isla, el día de fin de año.
— «Año nuevo, vida nueva», dice el refrán, ¿no? Pues nunca mejor dicho (risas).
¿Y qué le trajo por estos lares?
— En Italia trabajaba con mi hermana, teníamos un salón de peluquería. La cuestión es que hacía ya muchos años que no disfrutaba de unas vacaciones, y ella casi me obligó a cogérmelas (risas). Mi hermana, que ahora también vive aquí, ya había estado antes en Menorca, así que me animó, y me vine a la Isla una semana en plan relax. Me acuerdo de que era finales de octubre, la última semana de la temporada turística, en 1992. Y fue nada más llegar que ya me di cuenta de que se trataba de un sitio especial. Me alojé en Son Bou, y en el camino al hotel desde el aeropuerto en el taxi ya me dije a mí mismo que tenía que visitar a fondo la Isla. Así que alquilé un coche y me puse a dar vueltas por Menorca...
Y a la vista está que le gustó...
— Sí, pasó la semana y estaba encantado; disfruté también mucho del clima, y la Isla me gustó mucho. Me pasé una semana descubriendo sitios nuevos y abriendo barreras para acceder a las playas, ya que aquellos eran otros tiempos y era así como funcionaba la cosa. Así fue como me encontré con la sensación que me hizo decir 'ésta es mi casa'. Y lo que ocurre es que uno se siente hasta un poco estúpido, porque buscar una casa no era algo que entonces entrara en mis planes... Solo había venido a relajarme.
Se acaban las vacaciones y vuelve a Italia...
— Sí, pero con la ilusión de regresar. Había conocido gente durante la visita, y creo recordar que al poco tiempo, en febrero, ya volví a pasar unos días. Así comencé una etapa de idas y venidas que se prolongó durante aproximadamente unos seis años.
El lugar le gustó, ¿pero qué fue lo que realmente le enamoró de Menorca como para querer instalarse definitivamente?
— No lo sé realmente; son esas cosas que ocurren en la vida. Me sentí cómodo.
Y un momento dado surge la oportunidad de venirse a vivir.
— Sí, coincidiendo con una serie de circunstancias en Italia. Entonces la situación económica allí no era buena, aunque creo que ahora no es mucho mejor. Como trabajadores autónomos estaba realmente complicada la cosa; metíamos muchas horas y había un control fiscal constante y una gran presión. Fue entonces cuando pensé 'éste es mi momento, estoy cansado'. También había trabajado como técnico para una casa de productos y en el mundo de la moda en Milán... Estaba cansado. Así que en un año mi hermana y yo desmontamos el negocio.
Siendo el caso de un negocio que funcionaba, parece una decisión arriesgada.
— Algunos amigos nos decían que estábamos un poco locos, y sí que funcionaba la actividad, pero no daba beneficios. No estábamos satisfechos, y yo ya había encontrado mi nueva vida aquí, y me vine con 31 años cumplidos.
Y retoma su profesión con un nuevo negocio.
— Sí, aunque en un principio esa no era la idea. Pero como en Italia no conseguíamos traspasar el local, me traje todo el material aquí y abrí una peluquería en abril de 1998, Chic et Choc.
¿Es duro ser emprendedor en España si se compara con Italia?
— No, para nada. En aquel momento se ofrecían muchísimas más facilidades aquí.
Pero llega a un sector en Menorca con una alta competencia y muchos negocios en marcha...
— Ahora más que antes. Creo que en estos momentos solo en Maó hay cerca de 70 peluquerías.
¿Y es sostenible ese volumen de negocios para una población de 30.000 habitantes?
— Yo considero que no; a mí las cuentas no me salen; pero cuando yo llegué no eran tantas, más o menos la mitad.
¿A qué cree que se debe este boom en el mundo de la peluquería?
— Pues creo que se debe a las escuelas y academias que han montado, y los jóvenes que han estudiado esta profesión algo tienen que hacer si no encuentran su sitio en los salones. Creo que hace falta escuelas con un nivel adecuado y que formen realmente profesionales.
Venir de vacaciones o en la sucesivas visitas es una cosa, pero quedarse a vivir es otra muy diferente. ¿Cómo se adaptó a la vida permanente en la Isla?
— Muy bien. La verdad es que aquí nunca me he sentido extranjero; siempre me ha gustado integrarme, y es algo que también se consigue aprendiendo los idiomas.
El castellano lo habla perfecto, ¿y el menorquín?
— Bien, es mi lengua de cada día. Además, en mis primeros años también tuve una pareja menorquina y eso ayuda a aprender. Me he sentido muy bien acogido en la Isla desde el primer día.
Hay mucha gente que viene a vivir aquí a la que el invierno se le hace un poco cuesta arriba. ¿Es su caso?
— Sinceramente, a mí me gustó mucho el invierno aquí. Yo nunca he hecho vacaciones en agosto, no me gustan las aglomeraciones de gente, el estrés...
¿Qué mejoraría en Menorca?
— Yo me dejaría de estupideces y cosas innecesarias, y con ello me refiero a que por ejemplo no veo tanta necesidad de hacer una reforma a la carretera general; se invierte dinero en cosas que no son prioritarias, para mí es más necesario que se haga cosas como los alcantarillados. Luego nos quejamos de que el agua no es potable. Yo me centraría en cosas que son más útiles y no en una carretera que va saturada un mes al año.
¿Qué idea tienen en Italia de Menorca?
— La de un lugar desconocido, incluso lo era para mí la primera vez que aterricé aquí. Siempre se oía hablar mucho más de Ibiza, sobre todo, y de Mallorca. A Menorca viene mucha gente interesante. Yo creo que lo hacen precisamente porque se puede pasar más desapercibido. Eso también es lo bonito de la Isla, la tranquilidad y que todo el mundo se relaciona con todo el mundo. Es una cosa curiosa que también he notado desde el principio, que no había diferencia entre estados sociales, la gente toma el café junta independientemente de ese factor.
Se ha adaptado bien, en parte, porque venía de un estilo de vida mediterráneo...
— Sí, aunque en Italia la imagen es mucho más importante, mientras que aquí en ese sentido es más relajado, y eso es fantástico.
¿Qué echa de menos de Italia?
— Pues de vez en cuando la comida (risas). Algún plato típico.
La gastronomía de su país es muy famosa fuera de sus fronteras, ¿pero tiene algo que ver con los platos que sirven aquí en los restaurantes que se denominan italianos?
— No, nada que ver. Se habla de pizza y pasta, pero en Italia se come de todo, aunque la pasta es la base.
¿Y qué piensa cuando ve unos espaguetis carbonara nadando en nata?
— Me parece horrible (risas). La pasta no se puede echar al agua y ya está, hay que medir bien los tiempos. A mí me gusta cocinar, pero sobre todo paellas y fideuá. Me gusta la comida de aquí, pero yo soy partidario de que cada cosa hay que comerla en su país o región.
¿Está en contacto con la comunidad italiana de la Isla?
— La verdad es que no. No somos como los ingleses, que hacen su peña. Los italianos, si nos encontramos bien, a veces hasta casi nos evitamos (risas).
Y eso...
— Es como para pasar desapercibidos. Es lo que decía antes, en Italia la imagen es tan importante que a veces nos pierde un poco, es como un estado de vida. Es una cuestión social.
Y de media, ¿un italiano va más veces al peluquero que un español?
— No, incluso creo que al principio, cuando llegué, hasta iban más los españoles. Con la crisis la gente ha ido espaciando más la visitas y cosas como la venta de productos ya son historia.
Cambiando de tema, el pasado fin de semana se celebró un referéndum en Italia que se saldó con la dimisión de Matteo Renzi...
— Más bien lo han echado... (risas)
¿Estaba a favor de la reforma que planteaba?
— Sinceramente he de reconocer que estoy muy desconectado de lo que pasa en Italia. Cuando llevas ya casi 20 años fuera de un país es muy difícil opinar si no tienes un contacto constante. Me intereso mucho más de lo que sucede aquí, en mi entorno.
¿Va mucho a Italia?
— No, muy poco. Desde que me vine a vivir aquí habré ido como mucho diez veces. Las vacaciones son sagradas, y no se pueden dedicar siempre a ir al mismo sitio. Me gusta descubrir otros sitios. Tengo inquietudes.
Lo mismo, en uno de esas vacaciones visita otra isla y lo vuelve a dejar todo...
— No sé, actualmente lo veo difícil. La situación y la edad es diferente. Mi futuro pasa por Menorca, y de hecho hace dos años que pedí la nacionalidad española, por una cuestión puramente burocrática. Llevo más tiempo cotizando aquí que en Italia. Por el momento no tengo intención de moverme ni de volver a empezar de cero, aunque es algo que tampoco se puede descartar.
¿Cómo promocionaría Menorca? O cree que ya viene demasiada gente...
— ¡No! Las cosas bonitas hay que enseñarlas, y Menorca es una maravilla. Lo que sí recomiendo a mis amigos es que no vengan en julio y en agosto. La mejor época para conocerla es invierno. Cuando termina la temporada la Isla revive.
¿Cuál es su rincón favorito?
— Durante mucho tiempo la zona de Binisafua Roters, que es donde vivo ahora.