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Menorquines con acento

«Ya me considero parte de la Isla»

Cuando llegó a Menorca por primera vez, la colombiana Daniela García tuvo la sensación de estar en un lugar que podía ser su hogar

Daniela confiesa que se ha sentido muy bien acogida en la Isla. | Laura Amores

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Conoce el estrés de la masificación veraniega y sus efectos colaterales, pero también «esa Menorca que aman los menorquines», que identifica más con el invierno, «la de las playas vacías, olas salvajes, tramontanas y soledad». Algo mas de un año aquí ha sido tiempo suficiente para decir que su sitio está en la Isla, punto de partida de todos los viajes que tiene pendientes por el mundo y fuente de inspiración para la que es su gran pasión, la creación literaria.

Tan solo tiene 27 años, pero parece que tiene claro que ya ha encontrado su lugar definitivo.
— La verdad es que nunca me había imaginado que un lugar me atrapara de esta manera, no había tenido la sensación de decir «este es mi sitio». Desde muy pequeña y tras haber emigrado desde Colombia, me he criado con la idea de movimiento, casi como nómada, sin establecerme, sin echar raíces. En un sitio puedes estar bien un día, pero quién sabe lo que ocurrirá mañana, así pensaba antes. Y ahora Menorca me da esa sensación de «aquí me puedo quedar»; eso sí, viajando como hago siempre. Pero ahora, el hogar es Menorca.

¿Qué sensación tuvo cuando pisó la Isla por primera vez?
— Fue una imantación. Me sentí imantada a la Isla desde el primer momento. De la llegada recuerdo que alquilé un 4x4 con mi madre, la sensación de ir por la carretera en abril... Lo que vi fue fantástico, en plena primavera. Fue increíble. La primera sensación que tuve en Menorca fue de calor, de hogar, de aquí voy a estar en paz por fin... Fue algo extraño, casi diría que inexplicable.

Vino de vacaciones, pero ¿qué le llevó a instalarse?
— Creo que como la mayoría que vivimos aquí, el amor. No he conocido a nadie que no sea menorquín y que viva aquí y no sea por amor. Nos enamoramos de los menorquines, así de claro (risas). Durante las vacaciones conocí una persona y a raíz de ahí comenzamos el contacto. En aquella época yo ya tenía decidido ir a China a trabajar, a Shangái, pero sabía que después de mi experiencia en el país asiático regresaría para instalarme en Menorca, lo tenía claro.

Un cambio muy radical, ¿cómo fue la experiencia en Shangái?
— Sí que fue un gran contraste, esa ciudad es casi como la mitad de España. Allí era habitual el ajetreo, el estrés, que te empujen en el metro.... Creo que por eso la Isla me ha sentado tan bien. Tras medio año allí, la verdad es que necesitaba algo como esto. Y creo que por eso me ha atrapado Menorca.

Por no hablar del contraste también de pasar de una ciudad tan contaminada a una reserva de la biosfera...
— La verdad es que yo casi nunca enfermo, y allí estaba constantemente en el médico. Sobre todo por problemas respiratorios. Siempre usaba mascarilla. Instalarse en la isla implicó también un cambio físico.

Lo positivo de su etapa china fue el nacimiento del proyecto «Kuro». Explíquenos en qué consiste...
— Desde siempre he escrito pequeñas historias. No se pueden llamar microcuentos, pero tampoco son relatos. Son dos párrafos en los que el personaje te atrapa y te cuenta una pequeña anécdota. «Kuro» se basa en la combinación de la fotografía con esos relatos. Tengo la gran suerte de que mi compañero de vida, Benjamín Riquelme, es fotógrafo. Él vino a China a visitarme y aprovechamos para poner en marcha el proyecto. Fusionamos fotografía y literatura. Por el momento, lo que hacemos es colgar relatos en la página web (kuroproject.com), pero queremos llevarlo al formato físico. Mis trabajos también se pueden leer en la red (www.danielagarciatabares.com).

¿Cuándo comienza su pasión por la escritura?
— De siempre. Es algo que se lleva dentro. Pero sí es verdad que es una actividad que me tomé muy en serio al terminar la carrera. Cuando acabé mi madre me preguntaba qué iba a hacer, y yo respondí que lo que quería era crear cosas que realmente me llenaran.

Escritora y una gran lectora, tengo entendido. ¿Cuáles son sus referentes?
— He pasado por diferentes fases. Durante la carrera todo eran los autores hispanoamericanos, Cortazar, Márquez, Borges... Los grandes, como siempre, son los padres. En el campo de la literatura hay cierta controversia de por qué siempre tenemos padres y no madres. Siempre estamos mirando al género masculino porque abunda. Actualmente hay un debate abierto en ese sentido sobre la mesa y me he dado cuenta de que realmente, como mujer, necesitamos apoyarnos entre nosotras. Ahora estoy con autoras como Alejandra Pizarnik, Gabriela Mistral y las grandes poetisas sudamericanas. Tiro para mi tierra siempre. Aunque también he descubierto recientemente a los autores japoneses y los noruegos. Ahora estoy con Ryu Murakami, que tiene una obra titulada «Azul casi transparente» que para mí ahora mismo es la biblia, es exactamente lo que quiero hacer como escritora.

Abandonó Colombia con tan solo diez años...
— Sí, mi padre ya llevaba viviendo en España tres años, y ese tiempo separados fue muy duro. Llegados a un punto, mi madre, que tenía un buen trabajo en Colombia con el que se ganaba muy bien la vida, vio que sus hijos estaban cojos emocionalmente, faltaba la figura paterna y decidió dejarlo todo para venir a fregar pisos ye estar todos juntos en Tarragona. Yo crecí y pasé toda mi adolescencia allí. Mis amigos son de allí, mi lengua es casi la catalana, forma parte también de mi cultura... Quiero mucho a Catalunya por eso.

¿Qué recuerdos tiene de Colombia?
— Uno de los recuerdos más fuertes que tengo es estar yendo al colegio y que el autobús se tuviera que parar porque había un tiroteo en el semáforo. Era la época de la guerra entre los narcos, Pablo Escobar acababa de morir. El cartel de Medellín se había debilitado y se hizo más fuerte el de Cali, era una lucha continua. Por eso mi padre también dijo que teníamos que salir del país, fue una de las razones principales de que acabáramos en España, creyó que no podíamos vivir así. Entre mi padre y madre hacían como un equipo para que no viéramos dónde estábamos viviendo, pero nosotros como niños sí que nos estábamos dando cuenta de lo que estaba pasando. Teníamos miedo, aquel episodio del autobús lo recuerdo con mucha claridad. Fue horrible.

Supongo que también tendrá buenos recuerdos...
— Sí, en contrapartida, tengo otros recuerdos muy bonitos. Como que el día 7 de diciembre, que es mi cumpleaños, todos los años es tradición colombiana encender velas por todo, por nuestros familiares fallecidos, por la suerte, por el amor, por la amistad... Todas las ciudades se llenan de luces con las velas y se apagan las eléctricas. Para mí es uno de los recuerdos más mágicos que tengo. Esos dos recuerdos de los que te hablo están siempre en lucha constante, el del miedo que sentía pero también la manera de la que vivíamos... Porque necesitamos la magia, el realismo mágico está ahí siempre.

Cuando sus compatriotas dijeron no al acuerdo de paz con las FARC pilló a muchos por sorpresa. ¿Fue su caso?
— Me acuerdo de que ese día hice una publicación en directo a través de las redes sociales preguntando a mis amigos colombianos, dando por hecho que ellos debían estar más informados, siempre hay alguien que desde allí te puede aportar más información. No me lo podía creer, me daba vergüenza; mi padre me llamó llorando. Parecía difícil de entender que se desaprovechara una oportunidad como la que teníamos para pactar por fin. Muchos colombianos están en contra, opinan que lo que se hizo era vender el país a la corrupción. Creo que el pueblo está desilusionado y decepcionado sobre todo con el manejo de Juan Manuel Santos. La concesión del Nobel al presidente ha sido el hazmerreír en Colombia. Todo el mundo ha hecho mofa.

¿Cuál era el verdadero problema de fondo?
— Lo que ocurrió es que las FARC estaban pidiendo parte del Senado, ser parte de la política activa colombiana, y eso fue lo que echó al pueblo para atrás, era impensable verles la cara diariamente en esa posición.

Lo que en un principio le chocó, luego lo entendió...
— Sí. Yo quería explicaciones, no acusaba el hecho de que el pueblo hubiera dicho no en el referéndum, quería entender por qué. Luego se atacó a los colombianos por el resultado, pero el pueblo no dijo no a la paz, dijo no a las exigencias de las FARC. Ahora ya está todo pactado. Hay que probar y pasar por el aro. De momento, para este año se prevé un incremento del turismo increíble.

Un país muy rico turísticamente pero siempre lastrado porque se le ha considerado como un territorio peligroso.
— Sí, pero para nada lo es. Todo lo contrario. Yo he viajado por Colombia sola y es increíble la hospitalidad de la gente, en ningún momento me encontré con una sensación de inseguridad. Tienes que conocer a los colombianos y dejarte aconsejar para evitar las «zonas calientes» que se llaman en mi tierra.

¿Viaja mucho a Colombia?
— No, la realidad es que solo he ido una vez desde que emigré, en 2012, cuando regresé por mi cuenta. Necesitaba ese contacto con las raíces. De repente, un día te levantas y dices, «de dónde vengo, no recuerdo nada de mi ciudad», y te apetece y ir ver de dónde vienes. Allí te encuentras con recuerdos que luego te alimentan. Fue necesario para mí. Lo que más me llamó la atención fue que para ellos yo allí era la española por mi acento. Me da mucha rabia haber perdido mi acento colombiano. Llegaba a los pueblecitos y los niños querían hacerse fotos conmigo por el acento diferente. Eso es algo que todavía conservamos, porque como no ha habido tanto turismo debido a los conflictos internos, se nota que cuando va alguien se vuelcan para que el visitante regrese con un recuerdo sublime del país.

¿Permanecerá esa esencia cuando el turismo desembarque a lo grande?
— No sé qué pasará. Los colombianos somos muy pícaros, y tendemos a aprovecharnos de la situación, es por nuestra historia. Ésta nos ha enseñado que si ahora hay pan, hay que coger el pan como sea, porque mañana no se sabe qué va a ocurrir. Tenemos eso muy inculcado dentro, y creo que eso ahora con el turismo que va a haber... espero que no la caguemos. Soy bastante escéptica, porque me he llevado bastantes desilusiones en ese sentido como pueblo colombiano. Tenemos lo que allí se llama una malicia indígena, lo que lleva siempre a pensar cómo sacar provecho de las cosas. Espero que no se nos vaya de las manos.

Volvamos a Menorca. Aquí está su base de operaciones, pero supongo que con la idea de seguir viajando. ¿Qué planes tiene?
— En cuatro semanas nos vamos a Perú porque Benjamín tiene que hacer un trabajo en Lima, y aprovecharemos para visitar el país. Acabamos de volver de Islandia. Todos esos viajes encajan con nuestro proyecto artístico. «Kuro» empezó con China pero tenemos pensados nuevos destinos.

—¿Cómo resumiría su experiencia menorquina?
— Muy intensa. Ya me considero parte de la Isla, no quiero moverme de aquí. Me siento muy acogida.

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