La trayectoria eclesiástica de Sebastià Taltavull consta de tres grandes etapas: 1972-2002 en Menorca; 2002-2009 en Madrid, donde dirigió la Comisión de Pastoral de la Conferencia Episcopal Española; y 2009-2017 como obispo auxiliar de Barcelona con los arzobispos Martínez Sistach y Juan José Omella. Ahora empieza a ejercer su ministerio como obispo titular de Mallorca. Su gran reto consiste en superar la larga interinidad en la que se halla la Iglesia mallorquina desde el fallecimiento de Teodor Úbeda (2003).
¿Qué ha descubierto, durante este año, en la Iglesia de Mallorca?
—Muchísimas personas que me han acogido de forma extraordinaria y con las que he podido trabajar muy bien porque me han ayudado a conocer la realidad de esta Iglesia. Una Iglesia que presenta muchos matices y tendencias, que ofrece su riqueza espiritual y humana, pero con muchas ganas de una cierta estabilidad eclesial. He descubierto, a la vez, un humus religioso que hay que cultivar y mucha semilla de Evangelio esparcida a la que hay que ayudar a crecer y madurar en frutos de vida cristiana y compromisos con la sociedad. Por tanto, mucho trabajo por hacer.
¿Cuáles son las fortalezas y las debilidades de esta Diócesis?
—Creo que es algo común en todos los sitios y Mallorca no es una excepción. La Iglesia de Mallorca –me refiero a todos los creyentes– tiene mucha actividad respecto a colectivos que se reúnen y comparten la fe. En buena parte su trabajo es discreto, pero incisivo en la realidad humana y social en la que vive. Lo considero fortaleza porque cuando se les conoce ves la densidad y la calidad de su compromiso con la Iglesia y en favor de la sociedad. Si hay que hablar de debilidades, me referiría a una cierta dispersión, fruto de actitudes individualistas. Esto provoca desilusión, fatiga y un pesimismo que no ayuda a avanzar en comunión para realizar proyectos más audaces y valientes.
¿Cuáles son los retos que afronta como obispo de Mallorca?
—Veo urgente el diálogo con la sociedad de hoy. Ello requiere un nuevo lenguaje, pero también un nuevo ardor evangélico y una fe más adulta. Cuando digo 'Iglesia' me refiero a todos los que la formamos desde nuestro bautismo. Es necesaria la presencia de laicos y laicas cristianos que sean también voz pública de la Iglesia para que deje de ser tan clerical. El diálogo supone escuchar y, quien escucha, aprende. El diálogo, cuando es sincero y muestra con humildad sus convicciones, lleva a la cultura del encuentro, al gozo de la confianza. Supone otro reto generar confianza.
¿Qué papel debe desempeñar la Iglesia en la sociedad del siglo XXI?
—Una misión de servicio y de aportación de aquello que constituye lo esencial del Evangelio. Hay unas prioridades clarísimas dependientes de aquellos valores evangélicos que compartimos con tantas personas de buena voluntad, sean creyentes o no; una presencia que transforme y colabore en la creación de cultura; la oferta de la dimensión espiritual de la vida como respuesta a la demanda que hay; una aportación positiva para una convivencia en concordia, por encima de la diversidad ideológica legítima. También mucho por hacer.
En su toma de posesión afirmó que «no estamos hechos para callar». ¿Ante qué no piensa callar?
—Hay un mandato de Jesús en el Evangelio que dice «Id y predicad», «hablad». La palabra es fundamental para comunicarnos y expresar lo que vivimos y sentimos desde nuestra fe. Existimos para evangelizar, es decir, comunicar el Evangelio, donde hay anuncio, pero también hay denuncia. No podemos tolerar ninguna injusticia ni atropello a nadie. Los derechos humanos ya estaban todos en la Biblia y en el Evangelio antes de ser proclamados por las Naciones Unidas No podemos callar al estar al lado de los más necesitados y excluidos.
¿Qué espera de los medios de comunicación, a los que tanto aludió?
—Con los medios –tal vez porque me siento incluido en ellos, ya que la Iglesia tiene el encargo de comunicar– espero trabajar conjuntamente para que su servicio a nuestra sociedad sea a la verdad informativa y formativa. La comunicación bien hecha, transparente, objetiva, humilde y veraz es un valor social.
Ha ejercido hasta ahora como obispo auxiliar de Barcelona, ¿cuál es su opinión del 'procés' catalán?
—Lo he vivido con preocupación y como lo está viviendo la mayoría de la gente. Como obispo, procuro ser sensible a lo que se vive en medio de la calle, en el corazón de las familias y de las comunidades y grupos cristianos. La diversidad de ideas y de opciones a veces puede obstaculizar llegar a un buen entendimiento. Padecemos cuando hay ruptura y no hay voluntad de diálogo, especialmente entre los dirigentes. Es difícil una solución cuando ha sido impedida desde el principio. Habrá que trabajar mucho para reconstruir y atender las legítimas aspiraciones de todo un pueblo. Siempre he defendido –lo he hecho siempre con los obispos de Catalunya– el diálogo y la concordia. No podemos tolerar ni la prepotencia ni la violencia. Hay que conseguir soluciones justas y estables.
¿Habrá pastorales conjuntas de los tres obispos de Balears y se retomará la iniciativa para crear la Provincia Eclesiástica de Balears?
—Depende del trabajo que nos propongamos hacer conjuntamente las tres diócesis, ya que hay algo propio que nos define e identifica, aunque en medio de una legítima diversidad. No creo que haya muchas dificultades para retomar la iniciativa de constituirnos como Provincia Eclesiástica si todos vemos que es un bien para nuestras respectivas comunidades diocesanas y para una Iglesia que quiere respirar al ritmo de su pueblo y busca más cercanía y eficacia. Ha sido posible en otros sitios que se lo han propuesto. El papa Francisco dice que los pastores hemos de seguir al rebaño, que es nuestro pueblo, porque suele tener un buen olfato para adivinar el camino.