La ficha
Lugar y año de nacimiento: Maó, 24 de abril de 2002
Formación académica: Educación Secundaria Obligatoria en el IES Cap de Llevant
Ocupación actual: Continuará sus estudios de Bachillerato en el ‘Cap de Llevant', rama de Humanidades
Residió en: Rockingham, una población costera cerca de Perth, Western Australia
Su aprendizaje: Durante este año me he dado cuenta de lo gratificante que es ayudar a la gente»
Más de cien países participan en el programa internacional de intercambio de jóvenes de los clubes rotarios, mediante el cual estudiantes de 15 a 19 años aspiran a conocer otras culturas, aprender idiomas y convertirse en ciudadanos del mundo. Una de tantas adolescentes que aprovechó esta oportunidad fue Claudia Jiménez Sancho, y lo hizo gracias al Rotary Club Mahón-Mô que «altruistamente nos dio su ayuda para todo, como familia estamos muy agradecidos», explica Trini, la madre de esta estudiante que con solo 16 años cruzó el mundo para completar un curso, primero de Bachillerato, en tierras australianas.
Al mismo tiempo que su hija residía en Perth, y como parte de este programa de intercambio, la familia Jiménez-Sancho hospedaba y recibía como a un miembro más de su hogar a otra estudiante, Brooke, procedente de Oregon, Estados Unidos. «Hubiera sido impensable para nosotros enviar a nuestra hija a Australia sin la ayuda rotaria», comentan estos padres; ellos conocieron esta posibilidad y contactaron con miembros del club Rotary Mahón-Mô que sin pertenecer al mismo, les apoyaron para formar parte del programa de intercambio.
La protagonista, Claudia, que regresó a Menorca el pasado julio ya con 17 años cumplidos, logró con tesón e insistencia que su ilusión por estudiar un curso en el extranjero se hiciera realidad. El centro Rockingham Senior Highschool fue su destino. Optaban al programa 170 estudiantes de toda España para un total de 140 plazas, solo once eran en Australia y una de ellas fue para esta menorquina.
Llegó con el curso comenzado ¿cómo fue la adaptación?
—Como las estaciones son diferentes que aquí, la estancia es de un año completo de julio a julio, y cuando llegué hice la segunda mitad del curso. Luego tuve vacaciones de verano en diciembre, enero y febrero, y empecé la primera parte del curso, que no había podido hacer. Un poco lioso pero pude recuperar las clases. El curso me ha ido bien. Es diferente a España, se siguen las asignaturas obligatorias como inglés, matemáticas o historia, pero también se dan clases de otras materias más prácticas como cocina y baile. Allí les obligan a cursar una FP al mismo tiempo que el Bachillerato, así salen con un título de un Grado Medio. Yo escogí enfermería. Me gustó bastante este sistema porque te da una idea de lo que quieres o no estudiar en el futuro.
¿Y le ayudó a decidirse?
—La verdad es que sí, cuando estudiaba ESO estaba muy enfocada hacia las ciencias pero enfermería no me ha gustado, ahora sé que seguiré el Bachillerato de Humanidades.
¿Por qué eligió Australia?
—Antes de viajar tienes que pasar una serie de pruebas para que te den un destino, asistes a un campamento de orientación en Madrid y allí los chicos que han realizado ya un intercambio y siguen colaborando con el ‘Rotary', nos contaron sus propias experiencias, con presentaciones en PowerPoint. Aunque al principio quería ir a Estados Unidos, cuando vi Australia me pareció que era muy diferente a todo, se me dio la oportunidad y por probar no perdía nada.
El proceso para entrar en el país ¿es complicado?
—Es bastante exigente –intervienen aquí Carlos y Trini, sus padres–, nos han solicitado mucha, mucha documentación: nivel de inglés, de natación, antecedentes de los padres..., el visado de estudiante, fue una odisea, relatan.
De hecho tuve que retrasar el vuelo por problemas con el visado porque necesitaba el de estudiante, no el de turista, explica Claudia. «Realmente sin la ayuda del ‘Rotary' nos hubiéramos perdido en esta burocracia, rellenar 21 páginas de visado en inglés..., no lo hubiéramos hecho», señala la madre.
Superado este obstáculo ¿era consciente de lo lejos que iba?
—No (Claudia ríe), creo que no te das cuenta hasta que pasan un par de semanas. Al principio todo es guay, el viaje, es muy emocionante..., pero vas al hemisferio sur, salí de España en verano y llegué en invierno, claro, eso fue duro. El primer mes sentía mucha añoranza, no conocía a nadie, al principio estás sola y desorientada, pero luego ya empiezas a hacer amigos en el instituto y a conocer a las familias, y todo es más fácil.
¿Vivió todo el año con la misma familia?
—No, estuve con seis familias. (Es el funcionamiento habitual del programa, explican los padres, varias familias para que el joven no se acomode y experimente diferentes entornos). Todas las familias me encantaron, en la mayoría eran personas mayores, jubiladas, que tienen tiempo para dedicarse a este tipo de programas. La que más me gustó, con la que pasé 4 meses, era una pareja más joven que tenía dos hijos y la chica, de 19 años, también había estado en un intercambio en España. Además de la familia, teníamos un tutor del club rotario que hacía el seguimiento, para ver si todo iba bien.
¿Qué opinas ahora, tras el viaje, de la organización rotaria?
—Me he dado cuenta de que es una organización grande, muy presente en diferentes países. Al final todo lo que hace el ‘Rotary' es contribuir a la comunidad, funciona con voluntarios y ayudan a las personas. Por ejemplo, en Perth me proponían colaborar y algunos sábados ayudaba a preparar desayunos para gente que no se los podía permitir. Estábamos toda la mañana haciéndolos, venía mucha gente, podían venir a comer y asearse porque había duchas. Son pequeñas cosas que te hacen sentir bien. Yo nunca había tenido contacto con el club pero su forma de actuar me ha gustado. En este año me he dado cuenta de que es muy fácil ayudar a la gente, con cosas que a nosotros pueden no costarnos nada. Es muy gratificante.
¿Qué le pareció Western Australia en cuanto a paisajes, la naturaleza del entorno?
—Rockingham me encantó. Está en la costa y hay una isla en la que viven pingüinos (Penguin Island, a la que se accede en ferry, en excursiones en las que avistar estos pingüinos así como delfines y leones marinos es la principal atracción). Había siempre muchas actividades en la playa. Rockingham tiene unos 140.000 habitantes, y la gente allí no entendía muy bien que yo viviera en una isla (ríe); algunos me preguntaban si teníamos supermercados y otros pensaban que era una isla para aristócratas o algo así, era divertido. Les costó pero al final lo entendieron.
Y Perth ¿es una ciudad asequible, pudo llegar a recorrerla?
—Es muy diferente a las ciudades de aquí, nosotros nos movíamos por el mismo círculo, el centro, y lo que me pareció más peculiar es el puente que lleva al estadio de fútbol, que está inspirado en una serpiente y reproduce sus curvas. Era muy bonito. Con los rotarios teníamos tres viajes opcionales: Sidney; el sur de la región Western Australia y el norte; yo escogí este último porque el sur ya lo recorrí con mi familia adoptiva. En ese viaje fuimos 35 estudiantes en dos autobuses, recorrimos la costa noroeste y claro, lo curioso es que allí cuanto más al norte vas, hace más calor, salimos con veintipocos grados y llegamos a estar a cerca de 40. Nuestro guía era de origen aborígen y nos enseñaba cosas de allí que nos impactaban.
¿Logró hacer amigas?
—Al principio costó, estaba todo el mundo muy centrado en el curso, y no tenían tiempo para casi nada. Luego ya empezamos a hablar, era alguien nuevo, y se acercaban. Creo que los australianos son abiertos y simpáticos, me hicieron sentir una más.
¿Qué costumbres se le hicieron más cuesta arriba?
—Sobre todo adaptarme a las rutinas de comer anglosajonas, por ejemplo, solo un sandwich al mediodía hasta llegar a la hora de la cena; al uso de la mantequilla, que la usaban hasta para freir huevos..., pero te acostumbras. Cenar a las 6 de la tarde está bien pero luego ¿qué haces? Yo tenía la sensación de que no aprovechaba bien todo el día, porque se acababa muy pronto. Ellos también empiezan temprano, en esta zona de Australia no cambian la hora en todo el año, a las 5 de la mañana en verano ya es de día, y la gente madruga para dar un paseo o hacer surf, aprovechan mucho el día antes de ir a trabajar.
¿Probó a subirse en una tabla?
—No, me dio miedo, me dijeron que había tiburones. Sí que hice snórquel y pude ver mantas rayas y tiburones ballenas.
¿Cuál es el mejor recuerdo que se ha traído de Australia?
—Lo que me llevo de Australia es la gente, tanto la que vive allí como la que he conocido de otros países por el intercambio. Porque pasas de tener tu familia en España a tener otra por todo el mundo.