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Luis Laplace: «Los extremos son malos, hay criterios urbanísticos muy flexibles y otros demasiado severos»

Aboga por una arquitectura sostenible, guiada por leyes precisas que permitan evolucionar sin causar daño al patrimonio

Luis Laplace en la entrada de su casa, en la finca Santa Magdalena, donde encuentra paz cuando viene a la Isla. Su rehabilitación es ejemplo de respeto por la arquitectura local. | Katerina Pu

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El estudio del arquitecto Luis Laplace con sede en París trabaja en la actualidad en proyectos repartidos por 18 ciudades de todo el mundo. Él pasa un tiempo en su finca de Santa Magdalena, en Alaior, un lugar rodeado de naturaleza, antaño en ruinas y que ha recuperado respetando el estilo tradicional, «me dicen que aquí se respira Menorca». Laplace, nacido en Buenos Aires, afincado en París y en contacto con la isla desde los años 90 –aunque más en profundidad desde que creó el centro de arte Hauser&Wirth en la Illa del Rei–, nos abre las puertas de su finca, muestra esa cercanía que le gusta tanto poner en práctica cuando pasea por los pueblos, habla con sus gentes y entra en anticuarios rescatando objetos. «Intento ponerlos en valor, también traigo cosas de otros lugares y como es mi casa, tengo mi propia memoria, usar objetos viejos es una forma de reciclar, tal vez hay que aceptar que una puerta no cierre perfecta, pero le da carácter al lugar».

Laplace defiende que la arquitectura puede ser sostenible, «decir que no a todo es un enfoque malo, hay que ayudar a que el turismo y la construcción vayan por el buen camino» y añade que «los extremos son malos, tenemos que buscar formas para ver cómo se evoluciona sin hacer daño». El arquitecto de renombre internacional es partidario de «conversar y crear un espíritu comunitario en el que todos aportemos algo» y lo dice «desde la humildad», sabe que en la Isla «se hace pesado que alguien de fuera venga a dar lecciones de vida».

Como ejemplo de esa rigidez normativa habla del proceso de restauración de su magnífica casa en el campo, que ha sido portada de Wall Street Journal Magazine. «Yo tuve la suerte de que me permitieron restaurar las boyeras, que no te dejen hacerlo es negativo, yo ahí invito a mi familia, eso genera más actividad, creo que ayuda a la economía», explica. «También entiendo y comparto que la economía tiene que ser diversificada, y que hay que fomentar la agricultura y los usos de las fincas rurales», añade.

En Santa Magdalena también quiso pintar las ventanas de color, «no me ve absolutamente nadie, no hay un impacto visual pero no me dejaron, solo se puede hacer en blanco, color madera o verde, es excesivo pero es una ley, la respeto», afirma.

¿Considera entonces que en Menorca las normas, especialmente en terreno rústico, son demasiado restrictivas? Luis Laplace se muestra prudente en su respuesta. «Creo que está bien ser precavidos y es difícil crear reglas. Hay mucho pillo en la vida, le tenemos miedo porque quiere hacer que las cosas cuelen y si le dejas hacer una cosa, hace el doble», reflexiona. «Yo creo que al pillo hay que ayudarlo y educarlo, y también ponerle penitencia, no hacer la vista gorda, si hace una cosa mal tiene que sacarla, pero al final como que se nos castiga a todos por el pillo». Considera que los criterios urbanísticos son «demasiado flexibles en algunos momentos y ridículamente severos en otros, son extremos, y eso no es bueno».

Y esa contradicción es algo que choca con los proyectos de algunos inversores. «En mi entorno francés se admira mucho esa preservación de Menorca pero cuando tratan de hacer algo relacionado con vivienda, se encuentran una situación distinta a la que estamos acostumbrados por ejemplo en París, una de las ciudades más protegidas arquitectónicamente pero desde la racionalidad, algo que ayuda a conservar su ADN y al mismo tiempo, seguir avanzando», explica.

La agricultura, una ilusión

Después de dejar su Buenos Aires natal, residir en Nueva York y montar su estudio en París, Luis Laplace ha hallado en la Isla un lugar de inspiración. «Yo me identifico mucho con la personalidad de Menorca, donde todo es natural, sencillo, sin pretensiones, eso es lo más bonito de la isla, intento capturar eso y ojalá esa esencia siempre se guarde», expone. Y además de la arquitectura y de recopilar fotografías para, tal vez, editar un futuro libro sobre esta disciplina en la Isla, tiene otra ilusión: la agricultura.

«Vine con muchas ganas de hacer algo en la parte agrícola pero me encuentro que tampoco es tan fácil. Aquí hay unas 40 hectáreas y creo que mi deber moral sería devolver algo a la isla, dar la tierra a alguien que la pueda trabajar y desarrollar, alguien que pueda hacer un cambio, pero ahora mismo estoy lleno de miedos», no obstante sabe que acabará sembrando la tierra, bien sea olivos, almendros o viñedos, «eso lo voy a hacer», es otro de sus proyectos de futuro. Y habla de una arquitectura de huertos, «habría que fomentar que en los pueblos se concedieran huertos, para que cada persona que quiera sembrar sus tomates lo haga, nos contacta con la tierra, se come mejor, hay menos consumo en plásticos. Ahora bien, que este huerto se convierta en un lugar turístico para alquilar no, pero yo creo que eso no es tan difícil de reglamentar», opina.

Laplace, con proyectos internacionales en un nicho de clientes con sensibilidad hacia el arte, también encuentra esa belleza en lo cotidiano, en la mezcla de lo local y lo extranjero, que hace que los pueblos «sean reales».

El apunte

Maó, un perfil de puerto que corre riesgo de perderse

Laplace se muestra especialmente sensible y preocupado por la fachada urbana de Maó hacia su majestuoso puerto natural. En contraste con las exigencias que afrontó para la reforma de su casa en suelo rústico, «después voy al puerto de Maó, con lo bonito que es, hay un perfil urbano precioso y de repente aparecen como naves espaciales, edificios muy contemporáneos que no tienen nada qué ver. O lo encaminamos bien o destruimos ese perfil de un puerto precioso y romántico y se convertirá en otra cosa que no tendrá nada qué ver», lamenta.

Afirma que hay edificios preciosos dentro de la geografía portuaria a los que se podría dar usos «nuestra creatividad tiene que ser ambiciosa» y no entiende situaciones de abandono. «No sé en qué perjudica arreglar edificios emblemáticos de Menorca, como en el Fonduco del puerto de Maó, ese antiguo vivero. Son espacios de gran valor patrimonial, histórico y de gran belleza, debería fomentarse la recuperación y un uso con proyectos que puedan ser interesantes para la isla: fomentar el puerto de Maó, la economía local, la tradición menorquina y recuperar usos históricos».

Como atractivo turístico cree que «hay que explotar esa sensación de que el tiempo en Menorca no ha pasado, es como entrar en un cuento de García Márquez, y jugar un poco a hacer un teatro de eso».

Sobre cómo conservar ese perfil de la ciudad sobre el mar, apunta que «haría una norma muy precisa, como esta que dice que las ventanas de mi casa solo se pueden pintar en tres colores, haría que en el puerto se tuviera que construir con techo de teja por ejemplo, la tipología de casa de pescador es lo más precioso que hay, creo que se debe poner en valor y conservarla».

Para Laplace es urgente conservar esa fachada urbana. «Prohibiría que una casa se repita veinte veces, lo bonito de Menorca como en otros lugares del Mediterráneo es que los pueblos crecen orgánicamente, una casa se arriba a la otra. Si ves desarrollos urbanísticos iguales, uniformes, es espantoso, límites rectos, no naturales, eso estropea el paisaje, tiene que cambiarse».

Para él es incomprensible el deterioro actual de una zona tan atractiva como el Fonduco, y ve necesario «recuperar esta joya del puerto de Maó, creando espacios que dinamicen el puerto, recuperando la esencia de los edificios, siendo fieles a la arquitectura menorquina». «Sería precioso que se reconvirtieran espacios para marineros, jóvenes que practican la navegación..., ¡espacios que pueda usar todo el mundo!», propone el arquitecto.

Laplace abunda en cómo se puede avanzar sin dañar el patrimonio. «Creo que hay tener leyes precisas con las que se entienda cuáles son las reglas de la isla, es un patrimonio importante, la arquitectura. Me gustaría hacer un libro sobre ella, lo bonito de la arquitectura de Menorca es que es orgánica, no es nada académica, y lo distinta que es en las distintas poblaciones».

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