Camila Puerta, psicóloga y madre de dos hijos de nueve y catorce años, también llama la atención sobre el «riesgo» que la sobreexposición a las pantallas supone para la «armonía familiar. Si ya teníamos el problema en casa y nos lo trasladan también desde las aulas, nos complican aún más a la hora de ponerles límites».
Otro tanto, avisa, acaba sucediendo en el aula, donde «a los alumnos les va a resultar más llamativo empezar la clase con una canción del YouTube que escuchando cantar a la maestra. Pasan tanto tiempo delante de las pantallas que acostumbran al cerebro a recibir chorros diarios de dopamina de placer y, por tanto, son menos tolerantes a la frustración y reaccionan más con rabietas cuando no lo consiguen».
Esa inyección excesiva de dopamina «hace que liberen menos serotonina cuando pasean al perro o juegan en el parque, porque les produce más placer estar sentados en casa frente al videojuego o el móvil». La conclusión es clara: «la dopamina nos separa de las personas, mientras que la serotonina nos acerca a la vida real».
La psicóloga advierte, de hecho, que «el abuso de las tecnologías afecta a la etapa de desarrollo de los niños, a quienes ya no satisfacen las cosas que a nosotros nos llenaban a su edad. Necesitan que los contenidos sean más rápidos y agresivos, pierden atención, y eso les resta también empatía».