Nicolás Olea, catedrático de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada, es un referente mundial en salud ambiental. Este miércoles a las 20 horas, ofrecerá el coloquio «El agua como transmisor de contaminantes» en la sede del Consell, en Maó, como parte de las actividades abiertas de la XXXV Escuela de Salud Pública de Menorca. Olea abordará los peligros que representan los microplásticos y los disruptores endocrinos —compuestos químicos que interfieren en el sistema hormonal— para la salud humana a través del agua de consumo.
¿Comenzó su carrera investigando el cáncer?
—Hice mi tesis doctoral en 1980 sobre el cáncer de tiroides, lo que me llevó a interesarme en la relación entre cáncer y hormonas. En 1982 me fui a Bruselas, donde pasé tres años estudiando cómo las hormonas, especialmente los estrógenos, controlan la proliferación del cáncer de mama. En 1987 me fui a Estados Unidos a investigar el cáncer de próstata y su relación con la testosterona.
¿Cuándo puso el foco en los contaminantes ambientales?
—Al llegar a Estados Unidos, tuvimos un accidente en el laboratorio. Todas las muestras que llevaba de mis pacientes con cáncer de próstata resultaron ser altamente estrogénicas, lo que indicaba una contaminación. Al principio pensamos que se debía a una mala práctica en la recogida de las muestras, pero después de seis meses de incertidumbre, descubrimos que los tubos de poliestireno (plástico) en los que transporté las muestras eran los culpables. El fabricante les había añadido un aditivo antioxidante-antiamarilleante, el nonilfenol, que había contaminado las muestras. Ahí fue cuando empezamos a tirar del hilo.
¿A qué conclusión llegaron?
—Nos dimos cuenta de que los plásticos, que hasta entonces creíamos inertes, no lo son en absoluto. Son compuestos químicos muy complejos, formados por diferentes monómeros y llenos de aditivos, que contaminan de manera compleja a cualquier producto que contengan.
¿Qué consecuencias tiene el hecho de que los plásticos no sean inertes?
—Nos vendieron los plásticos, la mayor parte de ellos derivados del petróleo, como la gran alternativa a los materiales primarios como el vidrio, la cerámica, el metal o la madera. Ahora, tenemos que lidiar con las consecuencias de esta dependencia de los plásticos y del petróleo, y es casi imposible escapar de ella. En la orina de todos los niños españoles, incluidos los de Menorca, se han encontrado componentes de los plásticos derivados del petróleo. Sin darnos cuenta, hemos transformado el entorno de una forma que afecta gravemente la salud, y quienes realmente lo sufren son los niños y jóvenes del siglo XXI. No podemos seguir exponiendo a la gente a estos nuevos contaminantes en las etapas más sensibles de la vida: el embarazo, la lactancia y la pubertad. Como sociedad, tenemos una responsabilidad y no estamos haciendo nada.
¿Cómo afectan estos compuestos químicos a la salud?
—Pueden tener más de un efecto, ya que existen diferentes formas de toxicidad. Desde 1992 nos centramos en investigar cómo ciertos compuestos químicos, los llamados «disruptores endocrinos», interfieren con las hormonas. Hoy en día seguimos sosteniendo esa hipótesis. Ahí está el bisfenol-A, presente en los biberones de policarbonato, los selladores dentales y en el interior de las latas de conserva. A pesar de que lo denunciamos en 1995, la Unión Europea ha tardado casi 30 años en prohibirlo en las latas de conserva. Para 2011 ya lo había prohibido en los biberones. De su uso en materiales dentales no hay nada regulado. ¿Cuánta gente se ha expuesto en estos 29 años? ¿Cuántas enfermedades se puede atribuir a esto? Y lo peor, ¿es que nadie será responsable de los daños causados?
¿Qué impacto tienen estas sustancias químicas en el sistema hormonal?
—Tenemos un problema enorme con la fertilidad, la obesidad y otros trastornos hormonales como el cáncer de mama, de próstata y de testículo, además de problemas tiroideos y con la vitamina D. Es como si estuviéramos en la era de las enfermedades hormonales. Y cuando ya no hay manera de achacarlo a los genes —porque no ha dado tiempo a que cambien en estos 50 años—pues empiezan a pensar que quizás sí tenemos razón, que las responsables de estas enfermedades pueden ser las exposiciones a estos compuestos químicos.
¿Están presentes estos disruptores en el agua que consumimos?
—Sí, los disruptores están en toda la cadena alimentaria, pero principalmente en el agua. Forman parte y acompañan a nano y microplásticos. En la charla de mañana defenderé el agua del grifo como una de las grandes alternativas, porque es económica y pasa por miles de controles, especialmente tras la ley española aprobada en diciembre de 2023, que amplía enormemente los controles, incluyendo 25 pesticidas y los residuos plásticos como bisfenol-A y los perfluorados.
¿Y qué hacemos si las autoridades locales desaconsejan beber el agua del grifo?
—Es responsabilidad del municipio garantizar agua limpia. ¿Por qué tiene nitratos el agua en algunas zonas? Hemos contaminado los acuíferos con la actividad agrícola e industrial, y ahora pretendemos que el agua siga siendo igual de buena, pero eso no es posible. Una vez contaminada, hay que buscar alternativas técnicas para limpiar esos residuos. ¿Qué pensabas, que la Virgen del Carmen iba a protegerte? España usa 78 millones de kilos de pesticidas al año, somos los campeones de Europa en consumo de pesticidas. ¿De verdad piensas que lo echas al campo y no te lo va a devolver? El 56 por ciento de nuestras aguas subterráneas están contaminadas, fruto de la transformación industrial, de la producción agroalimentaria y la hiperproducción basadas en el petróleo, los pesticidas y los fertilizantes.
Mucha gente se ha habituado a consumir agua embotellada.
—Sería estúpido renunciar al agua de grifo, un bien público en el siglo XXI, para favorecer a las grandes empresas que venden agua embotellada. Con el uso de las botellas de plástico PET, se nos está plastificando hasta el cerebro. Esto no puede ser la alternativa, por el impacto ambiental del uso abusivo del plástico y su pésima gestión y por la salud humana. Por una milésima parte del precio del agua embotella se puede tener «agua bendita». Los municipios pueden administrar el agua, darle el valor ambiental y asegurarse de que tiene buena calidad. Técnicamente hay medios para tener agua de grifo de calidad en las casas. Échale números, siempre va a ser más barato y más sano que pagar el agua plastificada a las grandes empresas. El precio medio de mil litros de agua municipal, puestos en el grifo de casa, es de dos euros. Los vendedores de plástico cobran dos euros por un litro. El agua de calidad debe ser una prioridad de los ayuntamientos.
¿Qué opciones tenemos como ciudadanos para revertir esta situación?
—Hay dos opciones. La primera es exigir más a los políticos. Es triste ver a jóvenes escaneando etiquetas en los supermercados para identificar componentes tóxicos. Esa no es una tarea del ciudadano. La administración tendría que proteger a todos -estén enterados o no de los riesgos- y evitar que contaminantes peligrosos lleguen al mercado. Ojalá las mujeres jóvenes del siglo XXI se levanten y digan: «Basta. No me gusta donde me han metido ¿Qué es lo que me han vendido? No es posible que me hayan dejado un mundo mucho peor que el de los mayores». Todo en nombre de la modernidad y del consumo. Y digo mujeres porque es la única esperanza que tengo.
El único momento en que he visto una auténtica revolución es cuando las mujeres deciden quedarse embarazadas, porque empiezan a leer y se dan cuenta de que lo que parecía un entorno limpio es, en realidad, un entorno cada vez más complejo y lleno de incertidumbre.
¿Y cuál es segunda opción?
—La segunda opción es buscar una forma alternativa de consumir. Vamos a reducir el consumo de ropa, de alimentos fuera de temporada provenientes de sitios lejanos, de cosméticos milagrosos llenos de componentes no muy seguros, de plásticos de un solo uso, y a darle una vuelta a esto porque tiene consecuencias graves para la salud. Me gusta recordar que saludable y sostenible siempre van de la mano.