El presidente de Estados Unidos ha declarado la guerra a la Universidad de Harvard, una de las instituciones más reputadas en conocimiento e investigación. Algunos menorquines han pasado por Harvard o centros asociados. Tatiana Cajuso se formó allí y hoy, desde Finlandia, donde trabaja, sigue afiliada a la universidad norteamericana. Estudió Biología en Barcelona y se especializó en Genética Avanzada. Hizo el doctorado en la Universidad de Helsinki, centrado en genética y cáncer colorrectal, y luego una estancia posdoctoral en el Dana-Farber Cancer Institute, afiliado a Harvard. Actualmente, es investigadora en el Instituto Finlandés de Medicina Molecular (FIMM) y sigue afiliada a la Universidad de Harvard.
¿Cómo fue su formación en Harvard?
—Mi formación en Harvard fue una etapa profundamente enriquecedora, tanto a nivel académico como personal. Tuve la oportunidad de colaborar con investigadores de gran trayectoria y talento en un entorno interdisciplinario e internacional que fomentaba la excelencia y la innovación. Participé en proyectos centrados en la detección temprana de enfermedades, incluyendo el desarrollo de biomarcadores que pueden identificarse con solo una gota de sangre. Además, gracias a una colaboración con el MIT, aprendí a utilizar organoides como modelo para estudiar los factores implicados en el desarrollo del cáncer de colon.
¿Qué destacaría de los valores que representa la primera universidad de Estados Unidos?
—De mi experiencia en Harvard destaco el valor del esfuerzo, el trabajo en equipo y una mentalidad analítica y abstracta. La universidad fomenta una colaboración interdisciplinaria que impulsa el pensamiento crítico y la búsqueda de soluciones innovadoras, fundamentales en la investigación. Trabajar en el Dana-Farber Cancer Institute reforzó mi vocación científica, al ver de cerca el impacto que la investigación puede tener en la vida de los pacientes.
¿Qué opina de la polémica relativa a la presión de la Administración Trump sobre Harvard?
—La presión ejercida por la administración Trump sobre Harvard y otras universidades plantea un debate crucial sobre los límites entre la autonomía académica y el papel del gobierno en la supervisión de las instituciones educativas. A mi juicio, la investigación y la educación superior deben desarrollarse en un entorno que garantice la libertad intelectual, fomente el pensamiento crítico y promueva la colaboración internacional. Además, es fundamental defender los valores de igualdad, equidad y diversidad. No solo representan principios éticos, sino que también permiten generar un conocimiento más riguroso, representativo y libre de los sesgos históricos que, de no abordarse, tienden a perpetuarse. Considero que la presión ejercida por la administración Trump ha sido un error. Los intentos de influir en las líneas de investigación, condicionar las decisiones de contratación o vigilar la ideología de investigadores extranjeros ponen en riesgo la libertad de pensamiento y la independencia de las instituciones académicas. Estas acciones no solo afectan la autonomía de Harvard como universidad privada, sino que también entran en conflicto directo con los principios de libertad de expresión y pensamiento consagrados en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.
¿Cómo le puede afectar la retirada de la financiación de 2.000 millones de dólares?
—Representaría un retroceso significativo, no solo para la comunidad científica, sino también para la salud pública y el bienestar social en general. La inversión pública desempeña un papel crucial en asegurar que la investigación se mantenga independiente, orientada al interés común y no exclusivamente al beneficio económico. Gracias a este tipo de financiación, se han logrado avances clave en la prevención, diagnóstico y tratamiento de enfermedades que afectan a millones de personas. Un ejemplo claro de los beneficios de esta inversión es la lucha contra el cáncer. La American Cancer Society estima que se evitaron más de 3,5 millones de muertes por cáncer entre 1991 y 2019 en Estados Unidos, gracias en gran parte a investigaciones financiadas con fondos públicos. Además de sus beneficios para la salud, la inversión pública también tiene un impacto positivo en la economía. Según estimaciones del Dr. Jonathan Max Gitlin, analista de políticas en ciencia, el Proyecto Genoma Humano, que comenzó con financiación federal, no solo transformó nuestra comprensión de la biología humana, sino que también generó más de 850.000 empleos y aportó 5.200 millones de dólares en impuestos federales. La retirada de estos fondos pondría en riesgo una serie de proyectos de investigación clave, en áreas como el cáncer, el alzheimer y el parkinson, y también afectaría la formación de nuevos científicos y la creación de empleo.
¿Están muy politizados los estudiantes a favor de Gaza y en contra de Israel?
—Durante mi tiempo en Harvard, fui testigo de diversas movilizaciones que buscaban visibilizar importantes cuestiones humanitarias, incluyendo protestas en apoyo a los derechos del pueblo de Gaza, así como acciones destinadas a visibilizar las víctimas de secuestros de ciudadanos israelíes. Según mi experiencia personal, Harvard está comprometido en fomentar un entorno donde todos, independientemente de su origen o creencias, sean tratados con dignidad y respeto. Además, se están desarrollando informes y estrategias para abordar específicamente el antisemitismo, así como otros prejuicios, con el objetivo de fortalecer la convivencia en el campus.
EEUU ha sido un polo de atracción para los científicos. ¿Esto está en riesgo? Algunos de estos científicos huyen de allí y están regresando.
—Sí, Estados Unidos está poniendo en riesgo su liderazgo como polo de atracción para los científicos. El problema no solo radica en los presupuestos congelados, que afectan directamente a instituciones como Harvard, sino también en los recortes al financiamiento público, especialmente el proveniente del Instituto nacional de salud (NIH), que ha sido clave para el progreso científico. La financiación pública ha sido fundamental para los avances científicos que han colocado a universidades estadounidenses en los primeros lugares de los rankings internacionales, atrayendo talento de todo el mundo. Al combinar estos recortes con la creciente incertidumbre que enfrentan los no estadounidenses — todos con sus documentos en regla— respecto a la posibilidad de reingresar al país, Estados Unidos está perdiendo aquello que históricamente lo ha hecho único: su condición de destino privilegiado para la investigación y la innovación a nivel global.
¿Usted iría hoy a Harvard para formarse o cree que buscaría otras alternativas?
—Es una pregunta difícil. Si me lo preguntaran ahora, probablemente consideraría ir a Harvard, ya que mi motivación inicial era integrarme en su ecosistema científico y trabajar con mi mentora, quien ha sido clave en mi carrera. Sin embargo, debo ser honesta: no sería una decisión fácil. El ambiente ha cambiado significativamente. Varios compañeros internacionales de Harvard han compartido conmigo la incertidumbre que sienten sobre la posibilidad de salir temporalmente del país y luego no poder reingresar, lo cual genera un clima de ansiedad. Esta inseguridad afecta no solo la movilidad, sino también la libertad de expresión: muchos se sienten condicionados incluso al momento de compartir sus opiniones en redes sociales, por temor a posibles repercusiones migratorias. Esa misma situación habría tenido un fuerte impacto en mi vida personal si me hubiera encontrado en su lugar. Además, las restricciones relacionadas con los programas de diversidad, igualdad y equidad, también jugarían un papel importante en mi decisión. Sumado a eso, los recortes que afectan tanto el ambiente como la calidad de la investigación son aspectos que no puedo pasar por alto. Si la situación se prolongase o empeorara, es posible que buscara otras alternativas.
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