En 1935, el año en que el Gordo de la lotería de Navidad caía en Ciutadella, en la ciudad abría sus puertas la Pastisseria Moll. Un negocio familiar que de alguna manera ha endulzado la vida de varias generaciones de la ciudad, también desde hace una docena de años en Maó con la expansión del negocio. Una aventura empresarial que tras 85 años dirá adiós definitivamente este sábado, 31 de octubre.
Así, el pueblo pierde otro de sus negocios emblemáticos y con más historia, la que inició José Moll Pons siguiendo la tradición familiar de su padre, Sebastià Moll, quien cuando aún no había llegado la electricidad a la ciudad había puesto en marcha una chocolatería. Ellos fueron los fundadores de un proyecto familiar al que dieron continuidad Margarita Moll Quetglas y su marido Julià Coll, y más tarde su hijo, Llorenç, maestro pastelero al frente de la última etapa.
Margarita, que se ha jubilado hace un año, ha sido testigo de la evolución de la pastelería y cómo esta se ha modernizado, adaptado «y adelantado», recuerda, a los nuevos tiempos: la introducción de los productos, salados, el catering... La hija del fundador recuerda todavía cómo cuando solo contaba con siete años y todavía no tenían horno ella se encarga de llevar a cocer los merengues unas calles más allá del establecimiento de la calle El Roser, la única sede que ha tenido el negocio en toda su historia
Tiene Margarita todavía presente en la memoria unas palabras de su abuelo, «la pastelería no es tan dulce como parece», en relación a los sacrificios que implica un negocio que «arrastra a toda la familia, en el que se trabaja todos los días del año y de madrugada y que durante las fiestas y vacaciones implica mucho más esfuerzo», recuerda la empresaria.
Bien lo sabe su hijo Llorenç, quien lo resume todo en una frase: «Para mí la pastelería es una filosofía de vida». Confiesa que eligió ese camino porque le gustaba «y me sigue gustando», aclara. «Quedan tres días de tener abierto y sigo viniendo con ilusión», confesaba ayer no sin cierta emoción detrás del mostrador del establecimiento.
Se cierra una etapa con la clausura del negocio y el adiós de Moll como firma pastelera, pero también se abren nuevos proyectos ligados a la repostería que Llorenç ya tiene en mente junto a su mujer, Clara Rovira.