No eran honorables y rudos como describe el 300 de Zack Snyder, el filme basado en la novela gráfica de Frank Miller, a la infantería de Esparta. No los distinguió su fe y su disciplina inquebrantables como a los legionarios romanos, ni poseían entre sus filas a ávidos navegantes, como los fenicios. Sin embargo, los honderos baleares despuntaron en los principales ejércitos europeos de la antigüedad como verdaderas unidades de élite. Su maña con la honda, hasta entonces una arma arrojadiza de cabreros sin uso a gran escala, los llevó a batirse el cobre en contiendas que decidieron la historia y configuraron nuestro entorno tal y como lo conocemos. Por ello nos acercamos a la figura de los foners de las Islas, los primeros francotiradores de la historia.
Echamos atrás la mirada y retrocedemos en el tiempo unos 2.500 años. Sobre una plataforma rocosa junto a las aguas removidas, con la lluvia primaveral remojando las cabezas, una madre se encarama a las ramas retorcidas de una sabina que otea el mar. Sobre ellas dispone tres cuencos de cerámica a dos metros del suelo. Se aleja una veintena de pasos y deposita a los pies de tres niños que aguardan expectantes una bolsa con piedras macizas, de diversos calibres. Cantos rodados, recortes de la cantera cercana y piedras del camino, entre ellas. Los niños son de corta edad, pero no lo suficiente para lastimarse haciéndolas girar dentro del pellejo de una honda. Las han trasteado como juguetes desde bebés, han visto a sus mayores utilizarlas miles de veces, en prácticas o bien en contienda real; ha llegado su turno. Tienen hambre pero son advertidos: nada de almuerzo hasta que con una piedra de su honda acierten en el blanco.
Esta historia, que todavía se recuerda en Menorca en nuestros días, probablemente aúne características míticas con otras reales sobre el riguroso proceso de enseñanza de los honderos isleños desde su más tierna infancia. Un método que explicaría cómo se instruía desde edad temprana a los niños y por qué, al alcanzar la edad adulta, los grandes ejércitos de su tiempo se los rifaban. Como hace hincapié el Museu de Menorca en la siguiente publicación, el relato traslada una realidad que en ocasiones pasa desapercibida: la de las mujeres honderas, perfectas conocedoras del arte del tir amb fona e instructoras de las nuevas generaciones en sus secretos y manejo.
De hecho el nombre de Baleares tiene mucho que ver con los foners que, desde la época postalayótica, abandonaron su tierra reclutados para librar las más grandes batallas. Si antes los griegos utilizaron la palabra Gimnesias para referirse a Mallorca y Menorca, tanto cartagineses como romanos prefirieron la denominación «Baleares» para esas dos Islas, manteniendo la denominación de Pitiusas en el caso de Ibiza y Formentera.
En este sentido, el origen del nombre de Baleares es púnico, y literalmente significa «los maestros del lanzamiento de piedras». Así los retrató Licofrón de Calcis en su poema épico Alexandra donde, por si faltaran ingredientes míticos, los caracterizó como fugitivos de Troya:
Después de navegar como cangrejos en las rocas de Gimnesias rodeados de mar, arrastraron su existencia cubiertos de pieles peludas, sin vestidos, descalzos, armados de tres hondas de doble cordada. Y las madres enseñan a sus hijos más pequeños, en ayuno, el arte de tirar; ya que ninguno de ellos probará el pan con la boca si antes, con piedra precisa, no acierta un pedazo puesto sobre un palo como blanco.
Cuentan los manuales de historia que fueron los fenicios los primeros en contar con los foners baleares entre sus filas. Los isleños eran guerreros poco usuales, apenas protegidos con un precario escudo recubierto con piel de cabra y óptimos para tender emboscadas y hostigar a los enemigos.
A media distancia sus certeros lanzamientos provocaban estragos en la infantería enemiga, y su actuación solía presagiar la entrada en escena de los arqueros, o bien de contingentes más pesados. Hay que tener en cuenta, además, que los honderos utilizaban indistintamente tres hondas que portaban anudadas al cuerpo, lo que les dotaba de una versatilidad sin parangón. Mientras algunas servían para realizar disparos precisos, en objetivos relativamente pequeños como un torso o una cabeza, otras hondas podían usarse para propulsar proyectiles considerablemente más grandes, y dañar por ejemplo los cascos de las embarcaciones.
Se cree que los honderos mallorquines y menorquines no trabajaban por dinero, y solo se les podía contentar con el pago en especias. Por ello probablemente sus capitostes fueron bañados en vino y colmados de todo tipo de manjares y objetos valiosos tras su participación en la primera guerra púnica, su primera aportación destacada a la historia militar lejos de las rencillas tribales dentro mismo de los territorios insulares. Los historiadores refieren que el apoyo de los foners al bando de Cartago fue decisivo en la guerra de Sicilia, que enfrentó a la potencia norteafricana contra las milicias helenas, y sirvió de preludio de los conflictos entre los púnicos y Roma, cuando los hijos de Rómulo y Remo se abrieron al mar para exportar su poderío comercial y militar en todas las direcciones.
Cuando la guerra entre ambos imperios se antojó inevitable y se desencadenaron las hostilidades los honderos de Baleares combatieron como mercenarios en dos de las tres guerras púnicas -del 264 a.C. al 146 a.C.-. En ese lapso de tiempo desfilaron y lucharon junto al mítico caudillo cartaginés Amílcar Barca, defendieron la Hispania prerromana y atacaron las naves enemigas en Empúries (Tarragona) bajo las órdenes del general Asdrúbal, y posteriormente jugaron un papel destacado en la hazaña de Aníbal en la batalla de Cannas, que en agosto del año 216 supuso la considerada peor derrota de Roma hasta la fecha, y uno de los hitos de la historia militar de todos los tiempos.
En esa época los baleares abrían las hostilidades en batalla, y a su única usanza hacían llover una lluvia de piedras sobre sus enemigos, ya fueran estos ejércitos helenos o bien legiones romanas. De hecho, Aníbal los catalogó como guerreros únicos, irreemplazables, y les otorgó un lugar por derecho propio en su formación. Ese momento histórico coincide a su vez con dos hechos relevantes: el reclutamiento forzoso de un considerable número de honderos menorquines por un lado, y por otro el pacto de no agresión que Ibiza fraguó con Roma. Aproximadamente de esa fecha data la necrópolis púnica de la Pitiusa mayor, formada por unas cinco mil tumbas, una de las mejor conservadas del mundo, y reconocida como Patrimonio de la Humanidad.
Pero, ¿por qué tuvieron tanto éxito los honderos?, se preguntarán algunos. Las razones son básicamente dos: el mayor alcance y precisión de las hondas sobre los limitados arcos de la época, y su versatilidad para la lucha cuerpo a cuerpo, donde hostigaban al enemigo con ataques relámpago y retrocedían sobre el terreno, provocando el avance desordenado de los contrincantes y, en muchas ocasiones, haciéndolos caer en emboscadas.
Esa misma técnica la pusieron en práctica, también, a las órdenes de Roma cuando Cartago quedó reducida a polvo y cenizas. Hallamos fuentes históricas que los sitúan en la guerra contra los líderes de Numidia, antiguo reino bereber del norte de África, y tras su éxito provincia romana como tantas otras bañadas por el Mare Nostrum. Asimismo, Julio César menciona que los honderos baleáricos combatieron en la mítica guerra de las Galias, (56 a.C., aproximadamente) junto a otras tropas de élite un tanto exóticas, como los jinetes númidas o los arqueros cretenses. El choque de los baleáricos con las versiones reales de los Astérix y Obélix galos debió ser antológica puesto que, según las propias palabras de César, estos eran célebres por sus escaramuzas, su inteligencia e impulsividad. Un epílogo a la altura de la leyenda generado entorno a su figura.
Finalmente, cabe destacar que la herencia de los honderos permanece presente en la mente colectiva mallorquina del siglo XXI con plasmaciones concretas, a pesar de que poco quede ya del sustrato talayótico y de aquellas raíces ancestrales en una cultura y una sociedad fuertemente impregnadas de mestizaje. Quizás una de las muestras más relevantes es la escultura del Foner de Llorenç Rosselló, cuya imagen encabeza este reportaje y que todavía hoy puede visitarse en un emplazamiento tan emblemático como singular: el Hort del Rei, a los pies de la Almudaina, en Palma.
Por cierto, si tienen un particular interés en aprender los fundamentos del tir amb fona siempre están a tiempo de subirse al carro de esta práctica, autóctona de Mallorca y Menorca, que desde hace algún tiempo ha enganchado a decenas de practicantes a lo largo de nuestra geografía.