Sanja Saracevic Kulier (1955) es de Bosnia Herzegovina ex Yugoslavia. Hija de Dragan y Zlata, viuda de Kenan, tiene un hijo Eren y una hermana Sonia. Se desplazó a Menorca en 1992 a causa de la guerra en Bosnia.
¿Dónde cursaste tus estudios Sanja?
—En Sarajevo hice la primaria en la escuela «Bratstvo Jedinstvo», luego el bachillerato en la Treća Gimnazija «Braća Ribar» y los estudios universitarios de Periodismo en la Universidad de Ciencias Políticas «Veljko Vlahovi».
¿Qué recuerdos tienes de tu infancia?
—Tuve una infancia muy feliz. Vivíamos en Sarajevo, pero mis recuerdos más bonitos son de Fojnica (una pequeña ciudad cerca de Sarajevo), donde vivían mis abuelos maternos y mis tíos. Los recuerdos de la casa de mi abuela son una fuente interminable en mi vida, tanto en los momentos felices como en los más duros. De esta fuente nace mi fuerza y mi deseo de seguir adelante, de levantarme siempre y seguir luchando... Supongo que eso se llama tener raíces.
¿En qué trabajaste en tu país?
—Mi primer trabajo fue en el Ayuntamiento de Fojnica, donde organicé el lanzamiento del primer periódico local a nivel municipal.
Después de un año, regresé a Sarajevo y trabajé en varias empresas, siempre en el departamento de Información y Relaciones Públicas.
Durante los últimos cinco años trabajé como encargada del departamento de Relaciones Públicas en Skenderija, el centro cultural, deportivo y de exposiciones más importante de Bosnia. Fue una época muy bonita y productiva de mi vida laboral.
Una guerra que nunca debería haber sido. ¿Cuál fue el detonante que desencadenó el conflicto?
—Es muy difícil explicar las causas en un espacio tan reducido. Simplificando, se podría mencionar la situación económica desfavorable, el agotamiento general diez años después de la muerte del presidente Tito, nuestra compleja historia y la utilización malintencionada de la diversidad religiosa. Hubo múltiples intereses, tanto internos como externos, y la situación geoestratégica de esta parte del mundo —ubicada entre Oriente y Occidente, entre diferentes imperios y religiones— fue un factor decisivo.
Todas las diversidades que antes eran nuestra fortaleza y riqueza se volvieron en nuestra contra.
Curiosamente, vista desde la perspectiva actual, la desaparición de Yugoslavia la percibo como el principio del fin de una época, de un mundo. Siempre tuve la sensación de que era un preludio de algo más grande y temible.
El motivo de esta guerra hizo que te desplazaras a Menorca. ¿Cómo transcurrió esta odisea?
—Después de las primeras barricadas en Sarajevo, nos dimos cuenta de la gravedad de la situación. Primero enviamos a nuestro hijo de cinco años a Belgrado, a casa de mi hermana. Diez días después salí yo en un autobús, porque ya se había cerrado el espacio aéreo.
Mi marido se quedó un año más en Sarajevo; luego salió una noche con su hermano a través del famoso túnel del aeropuerto.
Llegué a Menorca con mi hijo y cinco familias más a finales del año 1992. Mi marido vino en abril del año siguiente, gracias a un programa del Gobierno español de aquel momento.
¿Te sentiste bien acogida en Menorca?
—Desde el primer momento, Menorca fue mi luz, mi refugio, mi segunda oportunidad para empezar una nueva vida, sin olvidar de dónde venía.
Menorca era la realidad de un sueño de mi infancia. De pequeña, durante una época, tenía un sueño recurrente: veía un mismo paisaje, una imagen muy bonita de un lugar desconocido y nunca visto en realidad.
Cuando fui por primera vez a la Torre d’en Galmés, reconocí en ese lugar la imagen de mis sueños... Fue milagroso. Sentí como si hubiera visto el principio y el fin de todo: de mis ancestros, de mí misma.
Es la magia de Menorca. Me sentí parte de esa magia. Era como un milagro que desprendía una paz y seguridad infinitas. Ya no podría imaginar mi vida sin esta preciosa isla y su gente.
Lo tuyo fue un episodio triste de la historia. ¿Cómo lo definirías a nivel personal?
—Cada uno de nosotros tiene su propia historia, pero, sin entrar en detalles, todas estas historias tienen algo en común: los tiempos de guerra son duros, antes, durante y siempre. Una vez vividos, se incrustan en la mente, en el corazón y en la piel para toda la vida. Nunca volvemos a ser las mismas personas. Nos convertimos en extraños en nuestra propia tierra, en nuestra propia vida, siempre buscando algo, sin saber exactamente qué.
Caminamos en busca de un camino que ya no está frente a nosotros, como si se hubiera quedado atrás, en otros tiempos, lejanos y remotos.
Nuestras raíces, nuestros antepasados, los panteones de nuestros familiares, los lagos, los ríos, los mares, los bosques, los campos fértiles y las colinas sembradas de trigo, frutales y flores silvestres... Incluso cuando visitamos de nuevo ese país, ya nada es igual.
¿Crees que las guerras podrían evitarse?
—Si fuera posible, sería un sueño hecho realidad. Difícil pregunta, pero creo que si prevaleciera la diplomacia, sensatez, el diálogo, conocimiento, entendimiento, humanidad, respeto, aceptación de la diversidad, percibir el mundo en todos sus colores y no en blanco y negro, a lo mejor, se podrían evitar… Si la vida de todos los niños tuviera el mismo valor, a lo mejor, podría ser una realidad y no utopía.
¿Te costó adaptarte a la vida menorquina?
—Siempre digo que la isla me aceptó a mí y yo a ella, desde el primer momento. Creo que me he adaptado bien. Al fin y al cabo, España tiene muchas similitudes con lo que era Yugoslavia, y eso es muy importante. Tengo amigos, mi hijo es independiente y estoy orgullosa de él y de todo lo que ha conseguido aquí, siendo como es y trabajando mucho.
¿Cómo te gustaría ser recordada?
—Así como yo recuerdo a mis seres queridos que ya no están.
Felizmente jubilada. ¿Cuál es tu día a día?
—La jubilación es una época muy bonita, si la acompaña la salud. Puedo hacer lo que me apetece, pasar tiempo con mi hijo, la familia, los amigos, leer, escuchar música, viajar, cocinar, con tranquilidad, sin prisa. Es como encontrarse de nuevo conmigo misma. De alguna manera significa ser libre.
Pienso, que lo único imparable es el paso del tiempo. El círculo se está cerrando, el principio y el final se encontrarán en un mismo punto. Es ley de vida.
¿Como ves la sociedad actual?
—En un periodo muy corto, el mundo ha cambiado muchísimo... La verdad, a menudo me cuesta mucho entenderlo. Siempre creemos que lo pasado era mejor, no sé cómo sería mi Yugoslavia en estos tiempos.
Un cantautor yugoslavo cantaba, «no sé si eran tiempos mejores, o mejores éramos nosotros...»
Estoy reflexionando mucho sobre el tema, ya que era mi profesión. Los medios de comunicación son un arma muy peligrosa y poderosa. Su manipulación tiene unas consecuencias irreparables.
Siendo estudiante de periodismo, leí un libro de Dzevad Sulejmanpasic, del año 1936, titulado «Periodismo, el destructor de la humanidad». Era literatura obligatoria, lo leí entonces, y después lo viví. Con la guerra en el país que conocía bien, entendí lo fácil y peligroso que es la manipulación a través de los medios.
La frase de Honoré de Balzac «El mal se hará, y nadie será responsable por ello», da mucho que pensar en los tiempos que corren.
No deseo hablar del Sr Pedro Orfila. q.e.p.d mencionado aqui.