La existencia de una buena química en cualquier grupo que persigue un objetivo común es fundamental para su funcionamiento en cualquiera de los órdenes de la vida. El buen rollo, dicho de otra manera, es la antesala del rendimiento plural y, por tanto, eficaz y efectivo, siempre que éste sea bien administrado por el responsable del conjunto que para eso está. En el ámbito deportivo la armonía o el desencuentro son aún más apreciables cuando se trata de un equipo profesional que está expuesto al ojo del aficionado de manera periódica.
Silencios sonoros, gritos sordos, gestos cómplices o distantes y, especialmente, rostros que denuncian agrado o fastidio, todos son indicadores del estado que impera en la relación cotidiana de un vestuario.
El primer club profesional de la Isla, el Menorca Bàsquet, ha dispuesto a lo largo de su historia contemporánea de grupos afines y de otros irreconciliables, en todo caso, fácilmente reconocibles por su rendimiento a corto, medio y largo plazo durante toda una temporada.
Un ejemplo de equipo armónico instalado en el trabajo ameno lo encontramos en la primera temporada de Quino Salvo al frente del Menorca Bàsquet. Con un plantel justo que contó con el debut avasallador de Sitapha Savané en España, un jugador de talento natural como Decarlo Deveaux y la experiencia del capitán, Tisi Reynés, aquél conjunto apañadito consiguió situarse en el umbral del ascenso a la ACB. Quino es un líder natural, un entrenador atípico capaz de desdramatizar cualquier situación coyuntural negativa y, especialmente reacio a blindar al equipo de su entorno. La clave de aquel éxito sin precedentes no fueron las individualidades, aunque las había, ni el trabajo táctico del peculiar entrenador gallego que priorizaba otros aspectos sicológicos y de ocio para el grupo antes que el trabajo disciplinado y la revisión obsesiva del video. El secreto del triunfo fue, por encima de cualquier otra consideración, el buen rollo que transmitía Quino a los baloncestistas lo que les permitía jugar liberados de presión para acabar multiplicando su rendimiento en la cancha. Hay muchas
anécdotas que ilustran la armonía del grupo a partir del carácter de su entrenador. Fui testigo de una de ellas fantástica en el Aeropuerto de El Prat al regreso de un partido que el equipo había perdido. Quino se apostó 20 o 30 euros con cada uno de sus jugadores a que era capaz de dar varias vueltas por la sala de embarque repleta de pasajeros imitando el sonido del avión y haciendo el gesto de las alas con sus brazos. Lo hizo y ganó la apuesta ante la mirada atónita de la gente que veía a aquél cuerpo enorme y orondo haciendo el avión y corriendo delante de ellos mientras los otros se desternillaban de risa.
Claro que al año siguiente la cordialidad del vestuario despareció, el equipo perdió a jugadores fundamentales y el positivismo de Quino Salvo no sirvió para nada.
No hay que ir muy lejos para hallar un ejemplo contrario al de un equipo armonioso. El del año pasado en el que a la pésima adopción de decisiones para componer la plantilla y establecer los numerosos cambios que se produjeron, se unió el distanciamiento progresivo que se produjo en el grupo. Y así acabó.