Pendientes como estamos del contraste de trayectorias y resultados entre los tres colosos del deporte insular, quizás pase más desapercibido de lo que debiera el cruento caso que sacude al Atlètic de Ciutadella.
Que la marcha del ViveMenorca desprende un inequívoco aroma de fracaso a día de hoy –a este paso sólo alcanzar la final en el play off compensaría tanto descrédito–, que la del Valeriano Allés es ejemplar y que la del Sporting resucitó en el Mini Estadi son hechos probados. Pero más allá de marcadores que definen el entusiasmo o la desazón de los tres clubes citados entre sus fieles seguidores, está el Atlètic de Ciutadella.
A nueve jornadas del final de la temporada, el propio club desconoce si el equipo existirá el 9 de mayo, fecha en la que concluye la Liga. Es la consecuencia de una arriesgada decisión perpetrada por Josep Oleo y sus compañeros de junta cuando lo más razonable al término de la campaña pasada hubiese sido la renuncia. Ya entonces el equipo se había mantenido milagrosamente mientras técnico y jugadores lo abandonaban en diciembre primero y mayo, después. Todos los clubes habían iniciado la pretemporada y el Atlètic no podía hacerlo porque no disponía de futbolistas al tiempo que contrataba un entrenador sin titulación validada en España. Desde septiembre hasta aquí ha sido la crónica de una muerte anunciada. Parece que todas las gentes del fútbol insular intuían lo que podía suceder menos los propios dirigentes bermellones.
La buena fe de Josep Oleo, sus compañeros de junta y el secretario técnico, tanto como las horas dedicadas a reflotar una nave a la deriva no han dado más resultado que considerar su actuación entonces como un ejercicio de irresponsabilidad que ahora deja en pésimo lugar el nombre de una entidad histórica.