No sería la primera vez que Egipto encuentra en sus «coroneles» los ejecutores de una revolución interna
La situación no es nueva. Ante una conmoción social como la que viven Túnez o Egipto, las Fuerzas Armadas aparecen como elemento estabilizador y en cierto sentido decisivo. En el caso de Túnez su opción fue clara y sirvió para pasaportar al presidente Ben Ali al dorado exilio de Arabia Saudí.
En el caso egipcio, la situación es más compleja. Aquí se mezclan intereses estratégicos, ayudas militares, miedos a vacíos de poder, un complejo proceso de paz en Oriente Medio, un Canal de Suez vital para el comercio mundial, intereses turísticos, antecedentes históricos y un largo etcétera.
A nivel interno no hay que olvidar que Mubarak, Ahmed Shafik, el primer ministro héroe de la Guerra del Yom Kipur, y Sami Enam, Jefe del Estado Mayor de la Defensa, son generales procedentes de la Fuerza Aérea, un arma en proceso de modernización con F-16 norteamericanos, que aún conserva los Mig 21 soviéticos y los Mirage franceses.
Es difícil predecir cómo piensan los mandos del Ejército, de la Guardia Nacional y de la de Fronteras, más cercanos a lo que se siente la calle y que suman, entre todos, cerca de 700.000 efectivos. Muy significativas las presencias de los generales Husein Tantaui, ministro de Defensa, y Hasan el Rueini, curando a un herido en plena plaza Tahrir.
Podemos imaginar que hay opiniones para todos los gustos: quienes idolatran y quienes odian, quienes aspiran y conspiran, quienes se sacrifican y templan, quienes aguardan la trepa, quienes respetan, quienes temen.
Pero dos hechos son hoy evidentes. El primero es la constatación de las distancias generacionales. El general Suleiman un hombre formado en la Academia Frunze de aquel Moscú, capital de la URSS, veterano del Yemen(1962), de la Guerra de los Seis Dias(1967) y del Yom Kipur(1973), el vicepresidente que ha aparecido en escena como renovador y como integrador, nació en 1936. Hablo de un país en el que un 60% del censo tiene treinta años o menos. No sería la primera vez que Egipto encuentra en sus «coroneles» los ejecutores de una revolución interna. Recuerde el lector la llegada al poder en 1972 del «padre de la patria», coronel Nasser.
El segundo hecho tiene más calado. Hasta ahora el Ejército se mantiene unido. Pase lo que pase, esto es fundamental. Desprestigiada la Policía, en arresto domiciliario el ministro del Interior, su papel es clave. Su división sólo llevaría a la guerra civil.
¿Dónde está, entonces, el fiel de la balanza? ¿Cómo hacer compatibles los impulsos de un movimiento ciudadano joven, asentado en legítimas aspiraciones democráticas y la necesaria estabilidad del país que asegura su ejército?
Cuando intento ponerme en la piel de los generales egipcios o de sus jóvenes oficiales y suboficiales me vienen a la memoria unas sabias reflexiones del general Martínez Eiroa, también aviador, un hombre cercano a S.M., querido por todos nosotros, que desde la atalaya de su retiro nos habla de fidelidad y de lealtad en el último número de la revista de la Hermandad de Veteranos, «Tierra Mar y Aire».
Apoyado en la Real Academia de la Lengua busca definiciones: fiel, el que guarda la fe; leal el que guarda a personas la debida fidelidad. Acude a las raíces latinas de las palabras –fidelis y legalis– para asociarlas a fe y a ley, la primera concepto relacionado con Dios, la segunda con los hombres. Deduce que debemos ser fieles a los principios y leales a las personas. Y «puesto que los principios son inmutables y las personas somos inconstantes y mutables, unas más que otras, la fidelidad como virtud de mayor rango, debe anteponerse siempre a la lealtad, en caso de colisión entre ambas».
En resumen, opina que si las personas a las que debemos lealtad, traicionan los principios que ambos hemos jurado, ha de anteponerse la fidelidad a los principios, sobre la lealtad a dichas personas.
Extrapola preocupado, una frecuente situación que se produce en nuestro Congreso, cuando eximida la disciplina de partido, se dice que «los diputados han votado en conciencia». Y se pregunta: «¿Es que no lo hacen siempre así? ¿Es que unos hombres libres y que se proclaman demócratas, votan alguna vez traicionando a su conciencia?».
¡Mi General! Todo esto se cuece en las mentes de muchos egipcios y no sólo en las de sus militares. Una corresponsal utiliza el moderno símil extraído de una letra de Alejandro Sanz: «Los militares –dice– viven con el corazón partido».
Dominó o diluvio. Incertidumbre que consume.
Frank Wisner, el decisivo plenipotenciario enviado por Obama, transmite calma y ponderación, porque teme los vacíos de poder y los efectos colaterales políticos y estratégicos. Europa como siempre irá a rastras. Cada uno de los veintisiete repasará su balanza comercial y sus inversiones y actuará por su cuenta. No ha servido siquiera, como «lección aprendida» la vergüenza de los Balcanes.
Mientras, cientos de corresponsales nos describirán lo que pasa en Suez, en Alejandría o en El Cairo. Mientras, millones de egipcios viven preocupados, alimentados por salarios de hambre.
Ellos deben ser los dueños de sus propias decisiones. No lo tienen fácil.
No siempre es sencillo ser fiel a unos principios y decidir prioridades.
Artículo publicado en "La Razón"