Chicago ha sido estos días escenario de una reunión del G-8 y de una amplísima Cumbre de la Alianza Atlántica. Siendo uno de los temas centrales el presente y futuro de Afganistán, era lógica la presencia de los países que contribuyen con su esfuerzo al desarrollo de aquellas operaciones, como era lógica la presencia de los presidentes de países directamente implicados en el conflicto como el propio Afganistán y su vecino Pakistán.
Para nosotros, la Cumbre ha tenido un carácter, más referido a nuestra situación económica, que a la propia estrategia de la Alianza Atlántica ,que se reunía tras muchos años en propio territorio norteamericano, el pilar fundamental de la misma. Nuestra situación interna nos lleva a preocuparnos por nosotros mismos en primer lugar. Pero el de Asia Central, también nos incumbe.
La Cumbre de Chicago no ha aportado grandes novedades. Se llegó a ella tras reuniones habituales en Bruselas de los ministros de Exteriores y Defensa y de densos trabajos de la Secretaría General y de su Estado Mayor Internacional. Tomando como punto de partida lo acordado en la Cumbre de Lisboa de noviembre de 2010, no se ha hecho más que desarrollar el Nuevo Concepto Estratégico de la Alianza, concretar la Declaración Conjunta OTAN-Gobierno Afgano sobre una asociación duradera, una declaración de las naciones contribuyentes, y el compromiso esencial de colaboración OTAN-Rusia. A este país se refirió, agradecido, el Secretario General Rasmussen por facilitar el paso por su territorio de los apoyos aliados. No pudo decir lo mismo de Pakistán que se resiste a hacerlo desde que un ataque de la OTAN mató a 24 militares en noviembre del pasado año, e indiscutiblemente, queda la sombra de la muerte de Osama Bin Laden en territorio pakistaní que acarreó no pocos problemas a su Gobierno.
Las cumbres por tanto, sirven para dar vistosidad y compromiso solemne a lo acordado anteriormente. Por supuesto, sus decisiones pueden repercutir en la seguridad internacional, en nuestra propia seguridad y se plasma en una Declaración Final emitida por los Jefes de Estado y de Gobierno. De ella se extraen unos mensajes sencillos que son los que normalmente recogen los medios. En este caso yo destacaría tres:
Uno, los afganos no se quedarán solos. Compromiso formal, entonces.
Dos, «calendario irreversible» respecto a lo acordado en Lisboa en 2010
Tres, transición gradual al Gobierno afgano por tramos y provincias; transferencia de seguridad finalizada en diciembre de 2014.
Los tres puntos encajan en el Concepto Estratégico de la Organización que en resumen se apoya en la defensa colectiva (Artº 5º del Tratado de Washington), la gestión de crisis y la seguridad cooperativa.
En resumen, ¿en qué se materializará la gestión de Afganistán, salvo contingencias imprevisibles?
En primer lugar continuar con la actual estrategia, que lentamente va dando sus frutos. A final de este año habrá que cubrir la salida de 3.000 franceses que contribuyen al esfuerzo de guerra. El repliegue formaba parte del compromiso electoral de Hollande y seguramente se cumplirá. La llegada tardía del presidente francés a una sesión en la que hablaba el presidente Obama ha tenido muy diversas interpretaciones. La OTAN y Francia ya han conocido disidencias históricas.
En segundo término, el repliegue de las fuerzas de combate se materializará con toda probabilidad antes del 31 de diciembre de 2014, pero permanecerán en calidad de apoyo y de formación contingentes más reducidos y de carácter más especializado. Los números máximos de la aportación española, según cifras difundidas por diferentes medios, rondan los 300 efectivos entre especialistas en operaciones especiales, sin descartar la presencia de la Guardia Civil.
Si el objetivo de esta presencia es llegar a 2024 y si se quiere consolidar al propio Ejército afgano, el problema de la financiación es importante. La Cumbre no era una conferencia de donantes, pero en el aire se respiraba este problema. No están todos los países para excesivos esfuerzos financieros en el exterior. Entendemos que la aportación española rondaría los 30 millones de dólares anuales, cantidad que parece asumible.
Una última reflexión. Si la Alianza debe estar dispuesta «a desplegar fuerzas militares robustas donde y cuando sea requerida por nuestra seguridad y ayudar a promover seguridad común con nuestros socios alrededor de mundo», el punto de inflexión está bien definido. Ha desplegado «fuerzas robustas» y ahora promueve con sus socios la seguridad de área afgana, transfiriendo autoridad y capacidades a su propio gobierno. Nadie ha hablado estos días de las potenciales riquezas mineras del país ni de sus posibilidades económicas futuras. Pero está claro que también deben participar del compromiso de financiación de sus propias fuerzas armadas. Nada se valora si no cuesta. La Alianza lo sabe, y sabe que no puede salir de Afganistán por la puerta trasera con una derrota más o menos encubierta. Y la OTAN, somos todos.
Artículo publicado en "La Razón" el 23 mayo 2012