Definitivamente no existen controles de alcoholemia en el Congreso de los Diputados o bien la magnanimidad del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, para con el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, no tiene límites. Al mismo tiempo que en el exterior del Congreso un grupo de activistas protestaba anteayer contra los desahucios, Draghi, que había disertado ante la Cámara en una intervención exclusiva para los parlamentarios y censurada para su retransmisión pública, capoteaba al líder del Ejecutivo español proclamando que sus reformas económicas han comenzado a dar resultados. "Si observamos los progresos alcanzados por ustedes, tienen que felicitarse por ello", señaló Draghi en su comparecencia posterior aunque tuvo la delicadeza de admitir que las mejoras no han calado en la sociedad.
Para el ciudadano de a pie, los progresos a los que se refiere la máxima autoridad de la banca europea, si realmente lo son, aparecen inversamente proporcionales a los constantes recortes en lo que antes entendíamos por el estado del bienestar. La angustia por el futuro, el trauma por el incierto empleo, y la convivencia con una tensión cotidiana difícil de sobrellevar mientras se constata que la corrupción no tiene fin.
Si los indicadores de la macroeconomía observan tendencias mínimamente alcistas, que en todo caso no se advierten a corto plazo, bienvenidos sean. En algún momento debe remontar esta situación desesperada. El problema, no obstante, son las víctimas que se quedan en el camino y eso, debería saberlo Draghi, sí ha calado en la sociedad española.