Los diccionarios deberían prestar atención al cambio semántico de algunas palabras, cuyo significado positivo se revierte por un mal uso o por la falta de uso. El vocablo diálogo, tan ligado a la capacidad de los humanos de comprender lo que dice el otro para llegar a entenderse, se ha vaciado de contenido por la perversión en su práctica o por la falta de ella. Tolerancia también es otro término que cotiza a la baja. El sustantivo «talante», por ejemplo, ha quedado definitivamente asociado a Rodríguez Zapatero y simplemente por eso muchos ya lo califican de «flojo». Seguramente piensan que vale más tener carácter que no presumir de talante, sin que comprendan que practicando lo segundo se fortalece lo primero.
La presentación del Foment Cultural de ses Illes Balears en el Ateneu de Maó ha provocado una tensión lógica entre quienes piensan que un acto que cuestiona la unidad lingüística del catalán no debería tener el marco de una entidad que se denomina «científic» y «literari» (también «artístic») y aquellos que defienden el derecho de cualquier colectivo a expresar sus ideas en esa sala. Las lógicas posiciones son irreconciliables. La discrepancia es normal. Ser tolerante no significa prescindir de las ideas propias y del criterio para adoptar decisiones prudentes.
El mal que sufrimos es que nos creemos con el derecho a expresar nuestras ideas y no con el deber de escuchar las de los demás. Quizás sea un déficit educacional, que ahora pesa más en este clima casi-pre-bélico que vivimos.
Yo creo que el dialecto menorquín no sale perjudicado sino todo lo contrario escribiendo en catalán. Se pierde escribiendo en castellano. El Ateneu debe tener clara su posición en el debate lingüístico y ha de permitir usar su sala a quienes piensan lo contrario. Siempre que la tolerancia sea correspondida.