Perdonen, pero desde que tengo el derecho a voto, por primera vez me he planteado no ir a votar a los comicios del domingo. Al final, seguro que cumplo por un sentimiento romántico de la democracia, que con todos sus defectos tanto nos ha costado disfrutar. Pero a mi juicio esta ha sido la campaña más triste que recuerde. Y no por la austeridad de medios desplegados por los partidos políticos- eran lo menos que podían hacer- sino porque mi desencanto respecto a las instituciones de la UE no ha hecho más que crecer. En teoría elegimos a unos parlamentarios que no sabemos muy bien qué harán (si nos atendemos a la historia reciente). De hecho, la dialéctica esgrimida entre los partidos patrios están más dirigidos a la realidad nacional -pensando ya en una confrontación local- que en un Parlamento Europeo en el que se habla mucho y poco decide. Y es que para llegar al poder hay que seguir el camino del dinero y éste está en manos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y en una Alemania que reina y es madrastra entre el desconcierto.
Pero volvamos a la campaña que, por si alguien no lo sabe, se ha hecho en este reino de taifas. ¿Qué se ha dicho o intentado decir?, porque se ha hablado de todo: Europa, España, Balears y Menorca, en un batiburrillo en el que se mezclan todo tipo de ingredientes en una marmita a la que poca gente se quiere acercar a comer. Y es que los eslóganes tampoco tampoco ilusionan mucho o no dan demasiadas pistas: «Lo que está en juego es el futuro» (PP), «Tú mueves Europa» (PSOE), «El poder de la gente» (IU).... De hecho sirven para un roto y un descosido, y todo ello mezclado con meteduras de patas, foulards y otras hierbas.
El domingo hay elecciones. La pregunta es si despertarán más pasiones que la final de la Copa de Europa que se juega la víspera.