Si Chiqui no se hubiera ido, que nadie se lo pidió, no habría pasado esto. Si todos los miembros del gobierno de Ciutadella asumieran el orden jerárquico de la lista en la que se presentaron a los comicios, tampoco. Y si una parte del electorado no fuera tan fiel a sus siglas y tan poco crítica con los suyos, por ésta y por todas las crisis anteriores, el PP ya no volvería a levantar cabeza en la ciudad. De hecho, si hoy estrenamos el sexto alcalde en solo cinco años es, en gran parte, por su culpa. Por la de un partido que ha preferido sacrificar a las mejores y aliarse con la mayoría de relleno. Que algún concejal ni sabe adjuntar el archivo a un correo, o se le ha quitado de un área para que no proponga en beneficio propio. O ni tan siquiera estaba presente el día que dimitió su alcalde. O es incapaz de irse a casa aún desprovisto de toda delegación. Y se dedica a filtrar presunciones del dimisionario y a meter chanza a su sustituta hasta desbancarla, a 24 horas de la investidura.
Entendería al PP si, como hace cinco años, hubiera presunciones de corrupción, o ganara algo cambiando a Paquita Marquès por Ramón Sampol. O se la pudiera culpar solo a ella de Sant Joan. Pero no. Aquí se ha liado parda únicamente por la espantada del exalcalde, y por los celos y envidias de políticos de parvulario. Por un 'ese me ha quitado el boli o mastica chicle en clase'. Chiqui, que era el profesor, los trataba como alumnos, y ellos intentaban esconderle sus trastadas para que no les cayera la reprimenda. Y como Paquita intentó hacer lo mismo, pero sin el carisma del primero, han optado por poner en su lugar al abuelete conciliador que, probablemente, les levantará menos la voz. Como el partido que, cambiante cual veleta, se ha resignado a acabar el mandato con el equipo presuntamente más honrado, pero seguramente menos capacitado de la historia. ¿Qué más tiene que hacer el PP para que (no) le voten? El nuevo alcalde, Ramón Sampol, es nacido en Mallorca. Como Pilar Carbonero y Chiqui de Sintas. Será eso.